capítulo 17
Lealtad
Yo te amo. Incluso dejándote ir.
Aunque esté lejos, yo te amo.
Y te amo de verdad.
Incluso sin saber amar.
Anónimo
Roma, Italia.
Pablo acompañó a Melisa a Italia. Compartieron tres días en Roma. Fue testigo de todas las conversaciones que ella mantuvo a diario con Dylan. El vínculo con el pequeño solo lo hacía pensar en cuánto deseaba sus propios hijos y que Melisa fuera la madre. Era cariñosa, ocurrente y divertida.
También la escuchó hablar con Lisandro, aunque no en todas las oportunidades que lo hizo porque cuando se trataba de él, actuaba con reserva. No parecía haber amor de pareja entre ambos, pero el efecto al oírlos era peor. Sabía que ella no mentía y que no debía dudar. Sin embargo, el amor verdadero conllevaba ese tipo de inseguridad. ¿Por qué si estaban tan bien ella se negaba a vivir juntos? No eran celos. Era miedo. Podía percibir con claridad y certeza que un nivel de lealtad invencible la unía al padre de su hijo. La batalla que tenía delante de él sería muy difícil. Había complicidad y, cuando le preguntaba sobre Lisandro, ella se ponía hermética, y custodiaba la intimidad de ese hombre como si fuera intocable.
Estaban almorzando el último día y, ante la inminente despedida, Pablo comenzó a sentirse mal. No podía gobernar la angustia que le provocaba saber que ella se iría.
–¿Qué sucede?
–Nada –respondió él.
–Claramente te ocurre algo –estaba tan centrada en su modo de vivir que no fue capaz de advertir que su partida era la causa.
–Dije nada para evitar arruinar esta cena. Querías comer una rica pasta y en eso estamos –sonaba sincero, pero algo de hostilidad erosionaba su tono.
–No te equivoques, cuando alguien dice nada no quiere evitar arruinar una cena, más bien todo lo contrario. Es una paradoja. Decir nada es estratégico o táctico.
–¿Estratégico o táctico? –preguntó, aunque no le interesaba en ese momento.
–Claro. Es esperar el mejor momento para iniciar una pelea o es una táctica para omitir que hemos sido descubiertos en algo –sonrió–. Vamos, dime qué te pasa.
–Estoy muy lejos de desear discutir contigo –pensó qué palabras utilizar–. Te amo –continuó.
–Lo sé. También te amo –dijo con naturalidad.
–No quiero que nos separemos. No deseo estar lejos de ti.
–Te he dicho que pensaré la posibilidad de traer a Dylan para que te conozca.
–Esa es la cuestión. Lo traerías, en el mejor de los casos, para volver a llevártelo.
–No te entiendo. He sido siempre muy clara con ese tema. Dylan vive en Uruguay con Lisandro, y conmigo cuando regreso –repitió.
–¿Por qué? ¿Por qué no existe una variable posible a esa situación?
–Porque así lo decidimos antes de que naciera.
–En ese momento, ustedes estaban juntos. Ahora no, y me amas. Lo acabas de decir. No quiero que tu hijo sea una visita, quiero que los tres seamos una familia. Darle hermanos…
–Ey, ey, ey. ¡Detente! –cruzó los cubiertos sobre el plato, aunque no había terminado los sabrosos espaguetis a la boloñesa que minutos antes la habían deleitado.
Pablo supo que la magia de estar a su lado se había roto. Conocía su mirada. Irradiaba un brillo bélico y fastidioso. Como si le hubieran mordido un nervio o cortado una arteria. La presión era interna y empujaba verdades hacia el exterior.
–¿No es posible hablar contigo de este tema sin que te conviertas en quien no eres? –inquirió con tono más alto. También había dejado de comer.
–¿Hermanos? –repitió. Toda la frase le había molestado, pero ¿hermanos? Eso significaba que ella tuviera más hijos. Su límite. Por mucho que amara a Pablo, no había dos hombres como Lisandro en el mundo y, si los había, Melisa no era capaz de tomar la misma decisión dos veces.
–¡Sí! Hijos contigo. ¿Tan disparatado es para ti?
–Sí –respondió sin rodeos.
Se miraron con dureza. Casi nunca discutían, pero la cuestión puesta sobre la mesa era tan importante para ambos como opuestas sus posiciones. Hubo un silencio tenso. Los dos medían sus reacciones. Era uno de esos momentos en los que la selección de palabras podía significar bajar los niveles de conflicto, ceder y continuar o, por el contrario, que uno de los dos abandonara al otro sin mirar atrás.
–Perdóname, no quiero pelear contigo y menos hoy que te irás. Es solo que no puedo manejar lo que siento. Te quiero conmigo. Deseo todo contigo, hijos también –dijo con calma y acarició su mano.
Melisa se sentía entre las cuerdas. Trató de mirar con objetividad la situación. Pablo era un gran compañero para su vida. Reían juntos, se gustaban, sus cuerpos se entendían demasiado bien, pero ella era independiente. No soportaba estar encadenada a nada. Jamás accedería a darle la bienvenida a un ancla. ¿Cómo podía salir de esa conversación sin perderlo ni lastimarlo?
–Pablo… yo te amo. Es verdad. Pero también es verdad que no quiero tener más hijos. Dylan es mi lugar en el mundo. El único al que siempre regresaré. No hay espacio para dos niños en mi vida… Lo siento… –dijo angustiada.
–Me duele lo que voy a decirte y no quiero que pienses que son celos, pero ¿has considerado la posibilidad de que es Lisandro el hombre a quien amas? Dylan y su padre son tu lugar en el mundo. Piénsalo no permites que nadie se acerque a él ni desde la palabra. Ni siquiera yo.
–Lisandro es el padre de mi hijo –dijo algo confundida.
–¿Solo eso?
–Eso no es poco.
–Nada me gustaría más que estar equivocado, pero empiezo a pensar que no es así. ¿Qué sucedería si fuera él quien formara pareja y tuviera otros hijos?
Melisa jamás había pensado en esa posibilidad. Sí en que Lisandro saliera y conociera a alguien, pero otros niños no entraban en su ecuación mental. ¿Por qué? Si era ella la del espíritu libre y ese especial instinto maternal. No le gustó lo que escuchó. Disimuló.
–Nada. Sería su vida, no la mía.
–Es verdad, pero ya no podrías mantener la relación que tienes.
–¡Claro que sí!
–Demuéstramelo al revés. Te propongo algo. Regresaré contigo a Uruguay. Quiero conocer a Dylan y también a su padre, que él me conozca para que sepa que puede estar tranquilo si ustedes están conmigo…
–Basta –Melisa no lo dejó continuar–. Lo siento, Pablo. No es el momento para algo así.
–¿Existirá ese momento alguna vez?
–No lo sé, pero si me presionas sé que no.
Melisa no dijo nada que Pablo