Es por eso que elegí dejar algunos desarrollos de Silvia que vuelven a presentarse en más de un capítulo, ya que son perlas teóricas que merecen y requieren ser leídas más de una vez.
Por último, y tal vez lo más importante, deseo rescatar que, al acompañar y seguir el pensamiento de Silvia, éste se transforma en algo novedoso en nosotros. Y esa sensación, tal vez fugaz, pero intensa, es la misma que puede sentir cualquier profesional “psi” que trabaja en transferencia, con el pensamiento. Esos momentos fugaces en los que el pensamiento del paciente (y el del terapeuta, en esa creación asimétrica pero compartida) se ilumina y algo se crea allí, algo que antes no estaba. Eso provoca una sensación extraña, intensa, ¿de felicidad?, de placer del pensamiento. Creo que Silvia lograba eso, casi a la manera de una intervención. Una intervención fecunda, también fuera de las paredes del consultorio, en sus palabras, en su obra.
Marcela Pereira
Buenos Aires, abril de 2009
SILVIA BLEICHMAR nació en Bahía Blanca en 1944. Allí transcurrió su infancia entre la Escuela Normal Mixta y la Biblioteca Rivadavia. Migración mediante a la Capital, estudia sociología y luego psicología en la Universidad de Buenos Aires, donde participa activamente del movimiento estudiantil de los años 60. A causa de la dictadura militar, decide emigrar y se radica en México en 1976. Completa el doctorado en Psicoanálisis en la Universidad de París VII, bajo la dirección de Jean Laplanche. Retorna a su país, Argentina, en 1986. Profesora de diversas universidades nacionales y del exterior, entre sus actividades extra-académicas se cuenta la dirección de los proyectos de UNICEF de asistencia a las víctimas del terremoto de México de 1985 y el proyecto de ayuda psicológica a los afectados por la bomba que destruyó la AMIA en 1994. En 2006, obtiene el Diploma de Honor y, posteriormente, el Premio de Platino en Psicología de la Fundación Konex. Poco después, en mayo de 2007, es nombrada, por unanimidad de la Legislatura porteña, Ciudadana Ilustre de la ciudad de Buenos Aires.
Ha colaborado con publicaciones nacionales y extranjeras mediante artículos científicos y ensayos de actualidad. Sus libros más conocidos son: En los orígenes del sujeto psíquico, La fundación de lo inconsciente, Clínica psicoanalítica y neogénesis, traducidos al portugués y al francés, La subjetividad en riesgo y Dolor país, éste último calificado por la crítica como “un profundo y comprometido ensayo sobre la realidad argentina y su impacto en la subjetividad”. Esa misma crítica ha expresado: “tanto en su producción científica como en sus trabajos sobre la realidad social, hay, en Silvia Bleichmar, una inclaudicable actitud de búsqueda y un profundo rechazo al irracionalismo, al pensamiento que se sostiene en la pura creencia, y aúna a esto una enorme libertad de espíritu que la hace original”. En 2006 publicó dos libros que resultaron best seller; Paradojas de la Sexualidad masculina y No me hubiera gustado morir en los 90 y su obra póstuma, Dolor país y después…, en noviembre de 2007.
Silvia Bleichmar falleció el 15 de agosto de 2007. Luchó durante varios años contra un cáncer, con dignidad y fortaleza, trabajando hasta sus últimos días en su práctica clínica, dando clases en su Seminario y escribiendo.
Prólogo
Bajo el título “Violencia Social - Violencia Escolar”, los textos que se presentan a continuación abren una ventana parar mirar no sólo el espacio de la escuela y sus problemas, sino el conjunto de la sociedad argentina. Sus contenidos surgen de un marco conceptual, de un desarrollo teórico y de una metodología de trabajo que estuvieron siempre orientados por los principios profundamente democráticos y democratizados que constituyeron la marca de la escritura, la clínica y la práctica ciudadana de Silvia Bleichmar. En síntesis, llevan la impronta de la forma en que ella se colocó ante el análisis y la construcción de la realidad argentina y latinoamericana de los últimos cincuenta años. Una vida que, como ella misma dice, se orientó por los principios que formulaba en términos de “mantener la mente abierta y, junto con la mente abierta, los principios claros”. Y no hay duda de que cumplió tal como lo había soñado, sin apartarse nunca de esos preceptos. Y que nos dio el placer de discutir y discrepar con ella, disfrutarla y tener oportunidad de atisbar la profundidad de su compromiso con la condición humana. Sin impostaciones, a veces sufriendo –dolores de país–, a veces irónica, siempre esperanzada.
Como en toda su obra, la interrogación de ésta está dirigida a pensar la sociedad desde la perspectiva de los procesos de constitución de subjetividades y la relación que ellos han tenido con los procesos de devastación política y moral que atravesó nuestro país en los últimos treinta años, y sus efectos. En este contexto, el tema de la violencia es un eje fundamental, como historia y como presente, en tanto la violencia marcó nuestras vidas hasta extremos que todavía hoy no identificamos suficientemente. La herencia de la violencia se manifiesta en las relaciones interpersonales, en los sistemas de dominación social, en los espacios e instituciones en que interactuamos y, por supuesto, en el espacio de la escuela y la familia. Y se retroalimenta en las nuevas formas de violencia que van más allá de los esporádicos estallidos en las aulas y las instituciones escolares.
Por todo ello, por la centralidad manifiesta y latente que ha tenido en la configuración de nuestro presente, proceder a analizar las situaciones de violencia requiere asumir algunas decisiones de crítica epistemológica y teórica. En el caso de Bleichmar, en primer término, se trata de la ruptura del determinismo. Un determinismo que, como resultado del deterioro de las condiciones de vida de las mayorías populares, es determinismo economicista y, a la vez, perspectiva naturalista y naturalizadora de las condiciones que producen la violencia. Presagiando en esas lecturas la formulación de análisis biopolíticos, su posición es clara al respecto cuando señala la necesidad de terminar con el mito de que la violencia es producto de la pobreza. Más profundo que eso es su enfoque: “la violencia es producto de dos cosas, por un lado el resentimiento por las promesas incumplidas y, por el otro, la falta de perspectiva de futuro”.
En segundo lugar, postula la ruptura del facilismo. El abandono de la pobreza como única o predominante clave explicativa de los problemas sociales –de los que, sin duda, los más impactantes son los ligados con la violencia o los abusos sexuales– implica la ruptura de una lectura fácil de esos eventos. Fácil, porque el diagnóstico lleva implícita una solución también fácil, la de que el mejoramiento de las condiciones de vida sería el camino de superación de la violencia. Otra de las formas del facilismo es la de la explicación psicologista, particularizada en un niño, en una niña, con determinadas características personales, en una institución, en un pueblo o barrio, cuyas tramas se cruzarían de manera tal que terminarían convirtiendo a la víctima de un conjunto de determinaciones en victimaria.
Como siempre, Silvia nos dice que la realidad es mucho más compleja. Tan compleja que, desde el plano analítico, requiere dejar a un lado el practicismo pedestre, ese tercer rasgo contra el que combate y que consiste en búsqueda bienintencionada de soluciones sencillas, construidas sobre la super-simplificación de los problemas y que sólo se puede superar con la reivindicación de la teoría.
Por eso, cuando estallan episodios de violencia, ella nos dirige una invitación a mirar por fuera del engañoso límite analítico del escenario institucional (lo que pasa en la escuela) y/o las características personales de los protagonistas (lo que les pasa a los sujetos), para entenderlos en términos de su articulación con procesos más amplios, más distantes, pero activamente operantes sobre esos sujetos.
Sobre todo, en esas rupturas con el sentido común, nos invita a dejar a un lado la patologización de la vida cotidiana, que es otra de las formas que adopta el modelo de las explicaciones “fáciles”.
Volvamos entonces el foco a la falta de perspectiva de futuro y el resentimiento por las promesas incumplidas. Al hablar del futuro, introduce el tiempo en el análisis, un tiempo que no es cualquier tiempo, sino el que las ciencias sociales denominarían de “larga duración”, el que ha dejado un sedimento de sucesos y procesos que, como los de la violencia, siguen operando aunque estén aparentemente