El proceso viene a ser éste: se impone una finalidad, como existente de antemano, pero conocida. Habría que estudiar qué significado tiene este imponerse, si aquí se inserta, como básica, la idea de “necesidad”, de vitalidad... Pero la finalidad se concreta y exige medios especiales –se actúa según ellos– la misma actividad suscita gozo, como actividad y como tal actividad. Y el gozo perfecciona la actividad misma.
Distingue artes útiles y deleitables; pero, al hablar del placer de la pintura, Aristóteles lo menciona como posible consecuencia para el espectador, no como finalidad real para el artista creador.
El concepto del arte bello es, para los griegos, mucho más amplio que para los modernos. Y yo creo que llevaban ellos razón. Contra el pobre Ortega... Otra cosa es que la belleza se realice como valor casi exclusivo en ciertas artes, y que éstas ofrezcan posibilidades de formación mayores.
La tendencia a la imitación es natural, innata. Y el reconocer el modelo, la conformidad, agrada. Ahora ¿qué valor tiene esta complacencia?
Varían con las artes los medios de imitación. Todo es imitable, probablemente, para Aristóteles. La forma externa, y la actividad interna. Los hombres pueden ser imitados –supongo que en cualquiera de los dos casos– como son, como debían ser, o como peores de lo que son. En verdad esto es tan universal, que ni el mismo teatro del absurdo se ha salido de ello. Y desde luego reconoce la imitación, no sólo de la figura externa, sino del ethos interior (así Polignoto18). En cuanto al placer, puede manar: de la semejanza, de la maestría en la reproducción, de la belleza de los colores y las formas en sí.
La música –pero supongo que el mismo Aristóteles aplicaría a todo parejamente– ofrece cuatro clases de delectaciones: dos formales: diversión y noble pasatiempo. Dos expresivos: disfrutamos por la expresión del sentimiento y por el restablecimiento de nuestro propio equilibrio. Como diversión se trata, no más, de relajamiento (como el sueño) pero como noble pasatiempo (scholé, aunque la terminología es indecisa) se justifica en sí misma, y se orienta inmediatamente hacia la felicidad. Además influye en la formación del carácter, pues actúa sobre el ánimo del oyente. Incluso establece relación entre los modos musicales y las leyes del estado...
La música influye inmediatamente en el alma - las artes plásticas indirectamente. La música es “una imitación de los movimientos de ánimo humanos, por medio de la melodía y el ritmo de los sonidos”. Distingue, aunque no expresamente, entre instrumentos y voces humanas. El sentido de la armonía, la simetría, la imitación, es innato. La melodía imita los estados de ánimo (ethé), los movimientos o pasiones (pathé) y los actos. Por eso clasifica las melodías en éticas, patéticas y activas. Los jóvenes deben ser educados en las primeras; pero las otras ejercen también un efecto sano catártico. La melodía imita los caracteres; el acorde nos ofrece percepciones de orden.
La retórica es una especie de dialéctica que tiende a persuadir, pero en vez de hacerlo por medio del puro razonamiento, emplea la apelación al sentimiento. Y así usa una serie de recursos. Para la estética es muy importante la forma sensible, verbal, utilizada. Aristóteles la denomina lexis, puede traducirse por estilo entendiendo “una forma perceptible compuesta de palabras y dominada por la medida y la simetría”. Trata de los ingredientes del estilo, palabras, períodos, y defectos en cuanto a unidad. Distingue palabras bellas (por el sonido, por la significación y por la impresión que suscitan) y feas. Se refiere al placer de lo inusitado y asombroso. Naturalmente no resumo, sino que me confino en lo que me interesa personalmente. Los ritmos son imitativos de los movimientos del alma. Insiste también aquí en lo adecuado, v. gr. en cuanto al asunto, en cuanto a los sentimientos del escritor, en cuanto a lo ético, el carácter, edad, sexo, etc., de la persona a que se refiere. Lo que nos deja fríos es lo inadecuado.
La poesía es imitación de la acción humana. La tarea peculiar del poeta está en construir la fábula. La acción se puede tomar de la historia, del mito, o de la propia imaginación, pero en todo caso, el poeta debe construir la fábula. La poesía no se especifica esencialmente por la forma métrica; lo poético no lo crea el verso, sino un tipo especial de imitación. El objeto de la poesía es el hombre: los primeros compositores “teólogos”, no eran poetas. Estos se complacían en admirar a los hombres magníficos, o satirizar a los viles, y de ahí la doble corriente de la poesía. Admite al poeta inspirado, pero reconoce un tipo de creador más sereno y equilibrado, con talento y técnica. En Aristóteles, la inspiración divina está substituída por una teoría médica. Lo importante del gran poeta es el equilibrio: “guardar un justo medio entre un temperamento demasiado frío, y uno demasiado caliente; debe conciliar la técnica con la inspiración, la reflexión con la imaginación, el talento y el genio, el equilibrio de la naturaleza (euphués) y el arrobamiento extático (manía). Pero si la belleza está en el justo medio, dedúcese de esto que son posibles dos tipos contrarios: el artista equilibrado y el genio extático” (136).
Sobre la tragedia hay un resumen de la teoría. Sólo alguna anotación me importa ahora: lo que busca la tragedia no es la imitación de los caracteres, sino la presentación directa y dramática de sus acciones, que producen felicidad o infelicidad, con los sentimientos consecuentes.
Los sentimientos son las consecuencias de la acción (miedo y compasión), los caracteres las condiciones, el acto que hace feliz o desgraciado es el alma de la tragedia. Porque el objetivo de cada ser es su acción.
La fábula debe ser completa, grande, una. Completa: con principio, medio y fin. Debe ofrecer un conjunto ordenado; un organismo al que nada falte. Lo más grande posible, dentro de lo abarcable. Debe estar construída de tal modo, que cualquier elemento que se substrajese hiciese resentirse la fábula entera.
La necesidad: la historia presenta lo individual como de hecho ha sucedido; la poesía llama la atención hacia la conexión necesaria entre caracteres y acciones, entre acciones especiales y sus consecuencias. Nada debe haber de inmotivado, ilógico. Por ello está más cerca de la filosofía que la historia; aunque no es estrictamente ciencia, ya que se refiere a lo particular. Nos presenta la fábula, de modo que sacamos la impresión de que tenía que suceder así. La ciencia se impone universalmente –la historia ofrece lo que ocurre una sola vez– la poesía lo que sucede en la mayoría de los casos. Nos hace sentir lo que debemos considerar inevitable en todas partes y siempre, para todos los hombres de cierto género, situados en ciertas situaciones: es imitación típica.
La acción trágica se determina por el carácter y los pensamientos de los personajes que toman parte en ella. El carácter es la expresión de una actitud de la voluntad; el pensamiento de la conciencia racional. El personaje se juzga más por el carácter que por el pensamiento, pues es por la voluntad, por donde entramos en la intimidad última, en las elecciones decisivas. Pero el sufrimiento trágico se relaciona con la acción libre de modo necesario (o probable); es decir, que está en conexión con una expresión de la ambición racional y consciente.
“Los movimientos puramente pasionales son, pues, excluídos de los verdaderamente trágicos; sólo llegan a ser ético-característicos, cuando obtienen una aprobación racional y consciente”.
Los caracteres trágicos son imitaciones, pero idealizadas. Personalmente, encuentro exacta la tendencia a la idealización, pues en su realidad auténtica, un hombre es siempre mucho más de lo perceptible. Los actos deben parecer derivarse, necesariamente o probablemente, del carácter. Debe ser fiel a sí mismo.
Hay que evitar un estilo demasiado brillante, porque distrae la atención de los personajes.
En cuanto a las emociones, parece considerar las más importantes el miedo y la compasión –pero no las únicas–. Supone, como parece suponer Platón, que la representación suscita en nosotros las mismas pasiones, al menos como suceso ordinario. Pero, mientras Platón se apoya en esto para impugnar el valor de la tragedia, Aristóteles encuentra ahí una purgación, por la que el hombre se libera de algo que tiene de todas formas, y luego queda sereno. Refiriéndose a temperamentos normales –no excesivamente sensibles,