El libro de los espectáculos indica alguna mayor diferencia de sensibilidad: las luchas de animales entre sí, el castigo durísimo de los malhechores representando los tormentos de Prometeo, la representación del mito de Pasifae, no los aguantaría la sensibilidad moderna, en una tarde cualquiera. Ciertamente, el boxeo y los toros no están demasiado lejos; pero todavía están lejos, y son necesarias situaciones extremas, situaciones de guerra, para que la multitud, como tal, entre en un estado de sensibilidad, capaz de contemplar tales atrocidades.
No obstante, cabe la pregunta: ¿supone esto un progreso humano? Yo creo que habría que distinguir varios aspectos. Pero lo primero que hay que mantener es que tanto la crueldad, el regusto por la sangre, como el miedo, el horror por ella, manifiestan demasías de la sensibilidad, y son posturas inferiores, poco varoniles; por eso ambas cosas son, en resumen, muy compatibles con el afeminamiento, y se dan en épocas de abundancia de homosexualidad.
El verdadero varón no gusta de verter sangre, pero la vierte serenamente, la propia o la ajena, siempre que hay una motivación válida. Por supuesto, el presente antimilitarismo no es buena señal, y la detestación gritona de la guerra del Viet-Nam, sin distinciones, sea en boca de quien sea, es un pregón de mariquitas, aunque los portavoces puedan no serlo, fisiológicamente, algunas veces (Darse cuenta que, en el clero, este terror a la guerra va unido a un debilitamiento de la actitud frente a los desórdenes sexuales, a una injustificable justificación de buena parte de ellos, y al gusto por las palabras y los chistes equívocos, verdes, que es una pésima señal en un varón genuino, que trata los asuntos sexuales con naturalidad, con claridad, con sobriedad y con apasionamiento, a sus horas oportunas, y no gusta en absoluto de revolcarse en ellos, sino que posee el pudor, que, lejos de ser cualidad femenil, es una característica del todo viril, como que es una parte de una virtud –fuerza, vigor– de la castidad, que ordena el afecto, es decir el amor, específicamente humano).
El horror a la sangre y el gusto por lo verde es típicamente animal; corresponde, pues, al adolescente aún indiferenciado, al ni macho ni hembra. Al aún no personificado. Y así son mis amigos.
Después de escribir lo anterior, he releído, tumbado en la cama, y en realidad un tanto somnoliento, varias decenas de epigramas de Marcial. He disfrutado mucho más vivamente que en la primera lectura; encuentro más gracejo, más densidad, más vivacidad en no pocos.
Es indudable, la precisión de introducirse en un ambiente adecuado al tema que se observa. Aunque haya de consagrar dos o tres meses largos, a lecturas prolongadas y repetidas, pausadas y atentas, de los clásicos, acompañadas de algunas traducciones personales de cada autor, ello no debe pesarme. Estimula ciertas potencias y las aguza para penetrar más y mejor, más sabrosamente, el estilo, el genio de los autores. Y por tanto, para comprender mejor la época, objeto de mi dedicación, puesto que mi deseo es poder entender el vigor del cristianismo y la revolución que produce. A mi juicio, los Hechos y los escritos de los Padres no pueden valorarse debidamente sin esta faena, en parte previa, en parte simultánea. Una segunda lectura de los Actos, y de los Padres y Apologistas, ejecutada después de este trabajo sobre los clásicos, me hará afinar mucho más los criterios. Palmariamente este método, que responde a mi estilo habitual de enfrontar los quehaceres intelectuales, es más lento. Pero creo que así he logrado ya, a estas fechas, una cierta profundidad muy rara, y que si Dios me concede otros treinta años de vida, alcanzaría una insólita firmeza y anchura de conocimientos y, sobre todo, una extraordinaria personalidad. No debe dolerme entregar todas las horas de esta noche a Marcial –excepto unos momentos, que voy a emplear en anotar los pensamientos sugeridos anoche por las leyendas de Hércules– esto es superlativamente formativo; aunque nadie lo piense ni lo haga.
Voy a apuntar, en una especie de índice, los temas principales que Marcial toca en sus epigramas; probablemente, aunque la relectura sea muy rápida, surgirán nuevas ocurrencias, favorables a mi ingreso en la mentalidad de los clásicos. Habré de procrastinar, una vez más, el trabajillo sobre la contemplación en el Diario de Raissa; pero vale más reposar las ideas, que constituyen en estos momentos mi ambiente, que meterme en el trajín intelectual de un cambio de asunto. Incluso las glosas al mito heracleo van a quedar para mañana, ya que durante el día, como sucede siempre, no podré llegarme a mi mundo mental.
Día 3 de junio de 1967
Desde las 4 –anoche me acosté rendido, pero sin sueño, tardé en dormirme y el despertador ha sonado vanamente– llevo releyendo los epigramas. He dejado los Xenia y Apophoreta, que no me causan especial placer. Voy a transcribir el índice, muy incompleto, que he compuesto. Aun tan imperfecto, ayuda a percibir de golpe, algunos aspectos.
Vanidad: generalmente la seguridad del poeta en la importancia de su obra, a veces censuras de la vanidad ajena.- V.- 8, 10, 13, 14, 35; VI.- 61; VII.- 17, 44, 88; VIII.- 61; IX.- saludo; 50, 81, 84, 97; X.- 2, 4, 9, 21, 88; XI.- 3, 24.
Adulaciones al césar: I.- 4, 6, 14; II.- 91; IV.- 1, 3, 27; V.- 3, 5, 65; VI.- 2, 4, 83; VII.- 1, 2, 5, 6, 7, 8; VIII.- 1, 4, 8, 11, 15, 21, 26, 36, 50, 54, 56, 64, 65, 78, 80, 82; IX.- 3, 6, 8, 20, 23, 24, 28, 31, 64, 65, 78, 83, 91, 93, 101; X.- 6, 7, 28, 34, 72; XI.- 4, 5.
Temas sexuales: abundantísimos. Distribuyo, con bastante imprecisión, en: impudor; frases impúdicas; o referentes a impudor. VI.- 49, 66, 73, 93; VII.- 18, 35, 67; VIII.- 46; IX.- 2; X.- 67, 68, 95, 102; XI.- 2, 15, 16, 19, 20, 29, 47, 60, 74, 75, 78, 81, 88, 100, 104; XII.- 27, 43.
Fornicación: Impreciso, pues lo que es palmario, es que da por honesta la amistad femenina en un soltero. I.- 34, 46, 57; II.- 31, 34; III.- 32, 33, 51, 53, 58, 72, 79, 87, 90; IV.- 9, 12, 38, 56, 71, 81; V.- 88.- VI.- 22, 67, 71; VII.- 10, 14, 30; IX.- 4, 32, 37, 66; X.- 81; XI.- 78; XII.- 55, 65.
Referencias a actos sexuales, tal vez lícitos: IV.- 22; VI.- 2, 7, 31, 39; VII.- 10; IX.- 66.
Adulterio: II.- 39, 56, 60; III.- 20, 70, 92; VI.- 90; VIII.- 31; IX.- 80; X.- 40; XI.- 7, 23, 43; XII.- 52.
Vicio solitario: IX.- 41; XI.- 73; XII.- 95.
Sodomía, afeminamiento: I.- 9, 23, 24, 31; II.- 36, 48, 54, 62; III.- 55, 63, 65, 73, 91, 95, 96; IV.- 7, 42, 43; V.- 41, 45, 61; VII.- 10, 29, 34, 58, 80, 95; VIII.- 63, 73; IX.- 21, 22, 25, 27, 36, 47, 56, 59, 63, 93; X.- 42, 52, 64, 65, 66, 91, 98; XI.- 6, 8, 26, 28, 45, 73, 87; XII.- 39, 47, 75, 95, 97.
Homosexualidad femenina: IV.- 84; VII.- 70.
Encomio directo o indirecto –por reprobación de lo contrario– de la castidad (notar que en el segundo aspecto se pueden añadir muchos más): I.- 4, 13, 109; V.- 2; VI.- 50; VII.- saludo, 1, 53; IX.- 28; X.- 35, 38, 63; XI.- 53; XII.- 97.
Amor (en sentido plausible): I.- 13, 42; IV.- 13, 75 (Hay más)
Amor a los hijos: I.- 14, 116; IV.- 45; VI.- 38.
Amistad honesta: (y hay epigramas muy delicados). I.- 36, 54; II.- 24; VI.- 11; VII.- 44, 45; VIII.- 18; IX.- 52; X.- 14, 20, 73, 92; XI.- 44; XII.- 34.
Muerte: I.- 15, 25; IV.- 54, 60; V.- 34, 37, 58, 64; VI.- 18, 38, 39, 52, 68, 76, 85; VII.- 40, 96; VIII.- 43; IX.- 30, 76, 86; X.- 2, 5, 23, 26, 47, 50, 53, 61, 63, 71.
Suicidio: I.- 13, 42; III.- 22; VI.- 32.
Herencia: Muchas veces la alusión a la muerte es puramente burlesca, fijándose en la posibilidad de herencia, o ridiculizando a los que las esperan.- I.- 10; II.- 26; IV.- 56; V.- 39; VI.- 63; VIII.- 25, 27; IX.- 48, 88; X.- 8; XI.- 55, 77, 83; XII.- 10, 40, 73, 90.
Religión: El sentido religioso casi ausente. Alusiones a los dioses ordinariamente poco respetuosas. Alusiones a Príapo y a los vicios de los dioses. Recojo algunas muestras. I.- 17; IV.- 14, 30, 45, 77; V.- 7, 24; VII.- 74; VIII.- 1, 15; IX.- 1, 24, 34, 42, 45, 51. X.- 5, 28, 92; XI.- 92.
Envidia: Tema