Según Aguirre, lo central del poema es la idea de la esterilidad. Eliot afirma la irrealidad de lo que se considera real.
Lo que hay es “un soplo de vida”, que abriga el invierno “con nieve olvidadiza” y nutre con “tubérculos secos”. En la tierra baldía no hay conciencia, sino olvido, hay muerte; “tierra muerta”, “árbol muerto” que “no da sombra”; las multitudes que circulan por el Puente de Londres, son hombres muertos: “La multitud fluía por el Puente de Londres, tantos. No había yo pensado que la muerte hubiera deshecho a tantos. Suspiros breves, infrecuentes, eran exhalados. Y cada hombre iba con los ojos fijos en el suelo”.
Bella pintura de la irrealidad de cualquier ciudad moderna. La campana da un sonido muerto: “con un muerto sonido en la campanada final de las nueve”. Y los hombres son cadáveres: “¿Ese cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín, habrá comenzado ya a germinar? ¿Florecerá este año? ¿O acaso la temprana escarcha habrá perturbado su lecho?”.
Los muertos viven olvidados de todo, bajo “la nieve olvidadiza”.
No son capaces de conocer la realidad:
“¿Qué raíces prenden, qué ramas brotan
En esta basura de piedra? Hijo de hombre,
Tú no puedes decirlo ni imaginarlo, porque sólo conoces
Un montón de imágenes rotas, donde el sol no reverbera,
Y el árbol muerto no da sombra...”
Es más, tienen horror a la vida. Para ellos “Abril es el más cruel de los meses, cultivando lilas en la tierra muerta, mezclando memoria y deseo, excitando perezosas raíces con lluvias primaverales”. Y temen que “el Perro, que es amigo de los hombres” desentierre el cadáver.
No hay lluvia, ni solaz del grillo, ni sombra de árboles // sólo de roca (¿la tumba?).
Hay temor a la muerte “te mostraré el miedo en un puñado de polvo”.
Hay superstición ‒echador de cartas‒, trivialidad en la conversación... No hay amor; ante la muchacha de los jacintos: “no pude hablar, y me falló la vista, y me quedé // ni vivo ni muerto, sin saber nada”.
No hay Dios. La echadora de cartas no encuentra al Ahorcado ‒símbolo del dios sacrificado‒.
Resumen: “Ciudad irreal”.
II.- Una partida de ajedrez
No hay amor: toda la charla de la dama elegante con su amante, trivialidad. Todo el día reducido a ésto:
“¿Qué haré ahora? ¿Qué haré?
Me echaré a la calle, así, tal como estoy,
Con el pelo suelto, así. ¿Qué haremos mañana?
¿Qué haremos siempre?
El agua caliente a las diez
Y si llueve, un coche cerrado a las cuatro
Y jugaremos una partida de ajedrez,
Apretando ojos sin párpados y esperando que llamen a la puerta.”
El ajedrez es un símbolo del acto sexual.
Esto es el ambiente refinado, decadente. Paralelamente en la taberna, el diálogo es el mismo: aborto, dentadura nueva, comida...
Ahora el amante de la dama no habla, no habla nunca.
“Pienso que estamos en el callejón de las ratas
Donde los muertos perdieron sus huesos.”
En la tierra baldía no hay nada interior, nada real interior.
Y sin embargo, existe algo más, el blando saludo de Ofelia, y la queja de Filomela, que sigue clamando a “oídos sucios”, que no escuchan.
III.- El sermón del fuego
Irrealidad. “Ciudad irreal”: muerte: “el río despoblado, sin hojas, sin ninfas,…”
Viento oscuro. “Pero a mi espalda, en una helada ráfaga de viento oigo,
El traquetear de los huesos y descarnados risoteos.”
Falta de amor: el mercader invita a la dama:
“Me invitó en demótico francés
A almorzar en el Hotel Cannon Street
Seguido de un fin de semana en el Metropole.”
La mecanógrafa y su amante:
“La cena ha terminado, ella está aburrida y cansada.
Él se esfuerza en excitarla con caricias
Que si no son deseadas, no son rechazadas...
.................................
«Bien, ya está, me alegro de que haya terminado»
Cuando una mujer hermosa se rebaja a cometer un desatino y
Vuelve a pasearse por su cuarto, sola,
Acaricia su cabello con un mecánico gesto,
Y pone un disco en el gramófono”.
(parodia de Goldsmith, en que el único remedio es...morir).
Las hijas del Támesis: “¿de qué podía quejarme?”
Y antes, alusión a Tereo y a los versos de Day (que desconozco). Alusión a Cartago, la deshonesta, de las “Confesiones”.
Trivialidad: la ciudad irreal está poblada de bocinas, gabarras, gasómetros... El mercader.
Horror: ratas...
Muerte: “traquetear de huesos descarnados risoteos”, “Blancos cuerpos desnudos”, “huesos arrojados a una baja guardilla seca”.
Oasis de vida: música de mandolina (oposición al gramófono) - vendedores de pescados - Iglesia de muros que conservan inexplicable esplendor.
IV.- Muerte en el agua
Maravilla de la idea de trivialidad. El epitafio de Flebas, que copio entero. El hombre de la tierra baldía, no tiene nada importante que olvidar ‒apresuramiento inconsciente hacia la propia destrucción‒ no hay petición de ayuda, porque ignora que puede salvarse, que existe un salvador (no encuentra al ahorcado). No es que se niegue a ser salvado, que se subleve contra Dios, como Pincher Martín. Es simplemente que ni se le ocurre. El análisis de Aguirre es muy bueno. Sin embargo, la verdad es que, si en la época actual hay rebeldía en ciertas zonas ‒hasta cierto punto superiores, diría que naturalmente superiores, y por eso diabólicamente, un paso más allá en el camino de la perversión‒ en la masa media sigue existiendo exactamente lo mismo, inconsciencia. Pero la inconsciencia también es diabólica. De Flebas solo queda el recuerdo físico: fue hermoso y alto. Lo mismo que de los actos eróticos anteriores. Vaciedad total. Y al recorrer su vida en el momento de la muerte, sólo pueden olvidar sensaciones físicas, es lo único que tiene “Flebas, el Fenicio, muerto hace una quincena. Olvidó el grito de las gaviotas y la honda agitación del mar. Y las pérdidas y ganancias. Una corriente submarina descarnó sus huesos entre susurros. Flotando y hundiéndose al entrar en el remolino. Gentil o judío, ¡oh tú! que das vueltas a la rueda y miras a barlovento. Piensa en Flebas, que fue en otro tiempo hermoso y alto como tú”.
V.- Lo que el trueno dijo
La esterilidad. Roca sin agua; imposible beber, ni pensar, ni detenerse. Ni silencio, ni soledad. La capilla vacía, huesos secos - muerte (ahora está muerto - muriendo - huesos secos - revueltas sepulturas - pozos vacíos; “que hemos dado”).
“Amigo mío, sangre conmoviendo mi corazón
El terrible atrevimiento de un instante de dejadez
Que un siglo de prudencia no podrá nunca borrar
Por esto, y sólo por esto hemos