El viejo estadista (1958) se refiere en su título al protagonista, Lord Claverton, un político retirado que ha ocupado importantes cargos en la administración. Vive con su hija Mónica, comprometida con Charles. Lord Claverton recibe la visita de Gómez, que resulta ser un amigo de juventud que tras verse envuelto en asuntos turbios abandonó el país, cambió de nombre y vuelve tras 35 años de ausencia. La presencia de Gómez reaviva recuerdos oscuros de su juventud y pone en evidencia el contraste entre la auténtica existencia de Lord Claverton y la apariencia en la que se ha volcado durante toda su vida. Lord Claverton ingresa en una casa de retiro, regentada por Mrs. Piggott, donde encuentra a Mrs. Carghill, que fue un amor de su juventud y vuelve a reavivar los mismos fantasmas. Aparece entonces Michael, hijo de Lord Claverton, que quiere abandonar el país para huir de su desastrosa vida. El amor entre Mónica y Charles contrasta con el deseo de huida de Michael (del presente) y de Lord Claverton (del pasado). La presencia de Gómez en la casa de retiro desencadena el enfrentamiento de Lord Claverton con sus fantasmas del pasado y su liberación.
Quizá, actualmente, T.S. Eliot sea más cercano al gran público como autor de El libro del viejo Possum sobre gatos domésticos que contiene los poemas en los que se inspiró el musical Cats, obra de éxito mundial relativamente reciente.
Sólo queda advertir al lector que estamos publicando materiales de trabajo (eso son los Cuadernos de Estudio), y pueden encontrar textos pendientes de revisión y con algunos datos imprecisos que hemos mantenido, por fidelidad al autor, tal y como se recogen en el original.
Miguel Ángel Martínez López
Editor
Octubre de 2016
EN MI PRINCIPIO ESTÁ MI FIN
CUADERNOS DE ESTUDIO SOBRE EL TEATRO Y LA POESÍA DE T.S. ELIOT
José Rivera Ramírez
EL SECRETARIO PARTICULAR
Día 12 de febrero de 1966 - madrugada
La comprensión tardía
Sir Claudio respecto de su padre:
“No, nunca le entendí
Era yo entonces demasiado joven.
Y cuando tuve madurez bastante para entenderle no existía ya.”
Y prosigue la misma idea en toda la conversación con Colby (A. I).
Pero se puede ‒y ya se ha dicho‒ comprender hasta un cierto punto. Por eso lo que hay que aceptar y conocer son los límites de la comprensión: Lucasta: “Lo que es difícil es reconocer los límites de nuestra comprensión” (A. II).
El objeto del mutuo conocimiento no es el quién, sino el qué.
Así Colby dice a Lucasta, que va narrarle hechos de su historia:
“…no, mi curiosidad fue por saber qué eres,
Pero nunca quién eres,
En el sentido en que se entiende siempre.” (Act. II).
Y en el Act. III, después que Lucasta conoce la ‒falsa‒ filiación de Colby, responde a la frase de éste:
Colby.- “Pero ahora que sabes lo que soy...
Lucasta.- Quien eres nada más, pues me han dicho
Que eres hermano mío;
Pero así es más difícil conocer lo que eres.
El conocimiento del otro nos hace descubrir semejanza, matizada de desemejanzas:
Lucasta.- “¿Qué he pensado hasta ahora? Es extraño ¿verdad?
Que a medida que vamos conociendo mejor a una
Persona, descubrimos
Que en ciertas cosas tan inesperadas
Se parece muchísimo a nosotros.
Pero entonces se empiezan a advertir diferencias
Dentro de aquellas mismas semejanzas.” (Act. II).
La comprensión de otro es un cambio en el que comprende a otro, porque en realidad el cambio es comprenderse a sí mismo, y el camino ‒un camino al menos‒ la comprensión ajena.
Lucasta.- “Creo que estoy cambiando
Que he cambiado muchísimo en las dos horas últimas.
Colby.- También yo, me parece.
Mas quizás eso que llamamos cambio...
Lucasta.- Sea llegar a comprender mejor lo que uno es en realidad.
Y tal vez la razón de que eso ocurra...
Colby.- Es que se ha comenzado a comprender a otro.”
De ahí Lucasta rompe en el deseo de contar su nacimiento, pero Colby no lo necesita, le interesa ‒temperamento intelectual‒ el qué, no el quién.
Es evidente, que todo este sentido de comprensión no es un movimiento desapasionado ‒yo no sé por qué se empeña el vulgo (que es casi todo el mundo) en oponer idea y pasión, como si uno no pudiera apasionarse intelectualmente‒ sino un conocer al otro, lo que es y poderse poner en comunicación con él. Hay por tanto interacción entre el conocimiento propio y el ajeno.
Por lo demás, un medio de llegar a comprenderse es dar un cierto crédito a la capacidad de comprensión de los demás:
Lady Isabel.- “¿Por qué?. No es que yo crea entenderte muy bien
Y sé que tú tampoco crees que te entienda nada.
Tal vez es cierto. Pero sí quisiera
Que me hablases a veces como si te entendiese;
Quizás así llegase a entenderte mejor.” (Act. III).
Naturalmente una dificultad para la comprensión son los presupuestos, Sir Claudio y Lady Isabel han dado por supuesto, cada uno, muchas cosas del otro, y así han vivido sin conocerse, sin darse cuenta de los problemas más vitales para el otro (Act. III).
También el entenderse dos ‒el matrimonio en este caso‒ sirve para entender a otros. Y para Lady Isabel, aún es posible llegar a entenderse.
La regla de Sr. Claudio:
“Mi norma es recordar
Que no comprendo a nadie más
Sin tener certeza jamás luego
De que no me comprendas a mí...
Mejor, acaso de lo que yo quisiera.” (Act. I).
En resumen, la comprensión aparece como una tendencia hacia el otro, que me une a él ‒que me une a los otros‒ que me cambia a mí. La comprensión de uno mismo está ligada a la comprensión de los demás. Pero lleva toda la limitación, la tendencia a la perfección, el fracaso último ‒solo se comprende demasiado tarde‒ de todo lo humano. Y la comprensión, o mejor, el sentirse comprendido y comprender a la vez, es una vivencia motora (Colby se mueve por eso ‒además de la idea filial‒ a tomar la profesión repugnante).
Desde el punto de vista sobrenatural, la comprensión ‒tal como está entendida por Eliot en esta obra‒ es un resultado necesario del ser-persona-cristiana. Persona: ser-en-sí, con entendimiento y voluntad y afectividad sensible. Ser abierto a recibir y dar (porque imagen de Dios: imagen - recibe - de Dios da). Ahora, el entendimiento introduce en sí al ser conocido, y la comprensión es acto intelectual - la afectividad va hacia el otro. Así, por la comprensión nos unimos ‒progresiva y siempre imperfectamente‒ al otro. Y reproducimos los actos trinitarios.
El tema de la vocación