LA HISTORIA DE EVE
Cuando mi marido Peter y yo abrimos nuestra pareja monógama, nuestra relación fue complicada los primeros meses de mi relación con Ray. Peter se esforzó mucho durante esos meses para llegar a un punto donde pudiéramos asumir la conexión entre Ray y yo –que avanzó rápidamente– y darle un espacio para que pudiera crecer.
Cuando, seis meses más tarde, Peter comenzó lo que se acabaría convirtiendo en una relación a distancia durante cuatro años con Clio, yo quería mostrar la misma amabilidad que él había mostrado conmigo, todo a la vez. «Él ha hecho todo el trabajo», pensaba yo; quería demostrarle que yo era capaz de hacer lo mismo. Pero descuidé darme a mí misma el tiempo y espacio que él se había tomado. Quería comenzar desde el mismo punto que a él le había costado alcanzar seis meses.
Me equivoqué al no marcar límites y me equivoqué al no cuidar de mí misma. Durante la primera visita de Clio para quedarse a dormir en nuestra casa, íbamos caminando por la calle hacia una fiesta a la que estábamos invitados Clio, Peter y yo. No estaba preparada para el momento en que él la rodeó con su brazo por la cintura y sentí cómo me ahogaba y me tragaba la tierra. No estaba preparada cuando, en una habitación llenísima de gente, me vi separada de Peter y Clio y vi desde el otro lado de la habitación cómo se sentaban y flirteaban entre sí, y sentí claustrofobia. Y tampoco estaba preparada para pasar despierta toda la noche mientras él pasaba la noche con ella en otra habitación, ni lo estaba para mi colapso emocional al día siguiente.
Hay algunas cosas básicas que Peter y Clio me podrían haber dado que me habrían facilitado la situación y sentirme segura en ella –hablamos de esto en el capítulo 9– pero no sabía cómo pedirlas. Activamente evitaba pedirlas, porque quería ser la amable y fuerte poliamorosa que nunca siente celos ni inseguridad. Me estaba fijando en dónde quería estar en lugar de dónde estaba, en lo que quería ofrecer en lugar de lo que era capaz de ofrecer en ese momento.
Como muestra la historia de Eve, todo el mundo puede equivocarse. Nuestras vidas están llenas de problemas y errores. El esfuerzo por ser una persona perfecta nos aleja mutuamente y daña nuestra autoestima.
La razón por la que debes comprender dónde estás en este mismo momento es que puedas comprender tus limitaciones. Tus relaciones estarán mejor si puedes averiguar qué cosas son tus detonantes emocionales. No para dar instrucciones a todo el mundo de que tenga cuidado con ellos sino para ser tú consciente, cuando se desencadenen, de qué está pasando. Sabiendo dónde estás ahora te ayudará a recordar que no te sucede nada malo cuando tienes celos, cuando te trague la tierra la primera vez que veas cómo caminan de la mano tu marido con su novia.
No puedes controlar cómo van a desarrollarse las otras relaciones de tus parejas, pero puedes controlar en qué medida permites que interfieran y afecten a tu vida. Tienes derecho a marcar límites en tu propio espacio y tiempo. La primera vez que salís tu marido, su novia y tú, no tiene por qué ser una aparición pública en una fiesta multitudinaria. No tiene por qué parecerte bien oírles teniendo sexo, sea ahora o cuando sea. Cuida de ti para poder cuidar de quienes te rodean.
Cuando cometas errores, piensa en términos de «soy una persona que valora la honradez» en lugar de «soy una persona mental y emocionalmente estable y bien organizada». Piensa en la comprensión y la libertad de elección como valores por los que estás luchando, no como atributos que tú tienes en este momento. De esa manera, te será más fácil adaptar tus acciones a tus valores cuando las cosas vayan mal. Por ejemplo, si piensas en ti como una persona que valora la libertad de elección, puedes responder en consecuencia cuando alguien te diga que parece que intentas controlar a alguien. Tener en cuenta las diferencias también significa ser capaz de ver estas cosas.
Muy poca gente llegamos a la edad adulta sin rompernos un poco por el camino. No podemos vernos mutuamente nuestras heridas, nadie puede saber realmente cómo son las luchas por las que han pasado otras personas vividas desde dentro. Pero una cosa es segura: todo el mundo las tenemos. El poliamor puede tocarnos donde nos hemos roto de maneras que pocas cosas lo harán. Puede que en las relaciones monógamas seamos capaces de construir murallas en torno a esos miedos, inseguridades y desencadenantes profundamente enraizados, murallas que a menudo serán arrasadas por el poliamor. Y debido a que tantas personas están involucradas, muchas personas pueden sufrir. Todo el mundo tenemos cosas en las que aún debemos de trabajar. Cuenta con ello.
Valía personal
El poliamor pondrá a prueba tu resiliencia emocional. En lugar de construir murallas en torno a las emociones dolorosas como el miedo y los celos, deberás encontrar la manera de superarlos. Puede que experimentes más pérdidas: más relaciones significan más posibilidades de desengaños. Y puedes encontrarte con críticas: las más comunes son que te consideren un putón, que trivialicen tus relaciones, que te critiquen porque estás tratando mal a tus relaciones o porque estás descuidando a tus criaturas. Hablamos más sobre esto en el capítulo 25, pero lo que es importante aquí es desarrollar un sentido de la autoestima que te proteja de interiorizar esos corrosivos mensajes.
A veces oirás a personas poliamorosas decir cosas como: «No le des poder a otras personas para herirte». Pero eso ignora el sano impulso de buscar feedback en el mundo de nuestras percepciones. Incluso la persona más sana, cuando es rechazada persistentemente, se sentirá herida. El rechazo puede erosionar tu salud mental o tu habilidad para entablar intimidad. La única manera de mantener unos límites mentales sanos, de compensar el rechazo social y de valorar cuándo desvincularse es tener el autoconocimiento y la autoestima para dedicarse al autocuidado y la autoempatía. En otras palabras, dedicarse a conductas que te ayudarán a desarrollar una fuerte autoestima. Y sí, el sentimiento de valía personal también es algo que se practica.
LA HISTORIA DE EVE
La primera vez en mi vida adulta en la que recuerdo sentir que valía algo fue cuando tenía 36 años. Estaba con mi grupo de mujeres poliamorosas. Estábamos hablando de autoestima y cómo se conecta con nuestro sentimiento de pertenencia, el que tenemos cuando nos permitimos ser vulnerables y se nos acepta tal cual somos. Pero ser capaz de permitir esa vulnerabilidad requiere –ahí está lo complicado– tener sentido de la autoestima. Para conectar con otras personas, tenemos que confiar y creer que merecemos esa conexión.
Interiormente cada día me sentía más y más desconsolada. No sé cómo sentir mi propia valía. Finalmente pregunté: «¿Cómo comenzamos a creer en nuestra propia valía?». Las personas de mi grupo dijeron: «Bueno, quizá imagina cómo te sentirías teniendo autoestima y concéntrate en eso. Con el tiempo comenzarás a sentirlo como algo auténtico». Inspiré profundamente y admití algo que me daba mucho miedo y me hacía sentir muy vulnerable: «No sé qué se siente cuando tienes una alta autoestima». Me sorprendió lo mucho que me dolió decir esas palabras, admitir que el concepto de «autoestima» estaba mucho más alejado de mis experiencias personales de lo que nunca había podido imaginar.
Desgraciadamente, porque no sé cómo aprendí a imaginar mi propia valía, encuentro complicado dar consejos a otras personas. Sé que trabajé en ello. Leí, escribí en mi blog, me arriesgué con amistades compartiendo más cosas con ellas. Empecé a escribir un diario personal sobre las cosas por las que me sentía agradecida. Había completado recientemente un período de varios meses de intensa terapia, y el trabajo que había hecho ahí parecía empezar a arraigar. Pero la verdad es que no sé cuál fue el clic. Un día, simplemente, sentí que tenía autoestima.
Puesto que valorarme no surge en mí de manera natural, si no me esfuerzo en recordármelo, la sensación se desvanece y termino volviendo al agujero del miedo e inseguridad. Cuando me sucede, recuerdo que debo practicar y trabajo para volver a hacer el camino de vuelta.
La