–¿Te has hecho daño?
–No, un cortecito nada más –Danielle levantó el dedo para enseñárselo, pero al ver que el pañuelo estaba manchado de sangre se asustó.
–Eso no es un cortecito –murmuró él, tomando su mano.
Ella intentó apartarse, intentó que no le gustase el roce de su piel, pero Flynn no la soltaba.
–No me habría cortado si usted no hubiera llamado al timbre. Estaba recogiendo los cristales.
–La próxima vez dejaré que te desangres –murmuró él, quitándole el pañuelo para observar la herida–. No creo que tengan que darte puntos. ¿Alguna otra herida?
«Dile que no, dile que se vaya».
–Solo un chichón en la cabeza.
–A ver, enséñamelo.
–No es nada…
–Está sangrando.
Danielle tragó saliva.
–Me lo curaré ahora mismo.
–¿Dónde tienes el botiquín?
–En la cocina, pero…
Flynn la tomó del brazo.
–Vamos a limpiar la herida.
–Señor Donovan, supongo que tendrá cosas mejores que hacer que jugar conmigo a los médicos.
Él la miró entonces. No tenía que decir en voz alta lo que pensaba.
En cuanto llegaron a la cocina y Danielle sacó la cajita que hacía las veces de botiquín, Flynn empezó a buscar un algodón y ella aprovechó para apartarse un poco. Y para respirar.
–Siéntate en ese taburete, bajo la lámpara. Así podré verte mejor.
Eso era lo que Danielle se temía. Pero, con el corazón golpeando contra sus costillas, decidió no protestar. Lo mejor sería acabar con aquello lo antes posible.
Flynn se acercó, la bola de algodón que tenía en la mano en contraste con lo bronceado de su piel. Olía a una cara colonia masculina. Lo había notado cuando entró en su casa, pero el aroma se había intensificado ahora que estaban tan cerca.
Danielle dio un salto cuando él apartó un mechón de pelo de su frente y empezó a rozar la herida con el algodón. El roce era suave, pero firme, como debía ser el roce de un hombre. ¿Sería igual en la cama? Oh, sí, él sabría cómo encender a una mujer…
–Señor Donovan…
–Flynn –la interrumpió él.
–Señor Donovan, creo que…
–¿Cuánto tiempo tardarías en hacer la maleta?
–¿Cómo?
–Para ir a Tahití. Tengo que ir allí en viaje de negocios y mi jet está esperando en el aeropuerto. Podemos irnos en una hora.
–¿Tahití? –repitió ella, sin entender.
–Tengo una casa allí. Nadie nos molestará.
¿De verdad creía Flynn Donovan que ella haría algo así?
–¿Se puede saber quién cree que es? ¿Cree que puede hacerme saltar con solo chasquear los dedos? Lo siento, puede que sus amigas hagan eso, pero yo no.
–Vamos, Danielle. ¿A quién quieres engañar?
–¡El único que está intentando engañar a alguien es usted!
Flynn apretó los labios.
–No me subestimes, no soy tonto.
Danielle intentó mantenerse firme. Era un millonario, un hombre poderoso, y creía que ella le debía dinero. Y aunque querría negarlo, sabía que Flynn Donovan podía hacerle la vida imposible. Y no podía permitírselo. Tenía que pensar en otra persona además de en ella misma.
–Señor Donovan… yo no me acuesto con hombres a los que no conozco.
–No es eso lo que tu marido me contó.
Todo el color desapareció de su cara.
–Veo que no te gusta que te descubran –sonrió él.
¿Robert… su marido… el hombre con el que había estado casada durante tres años le había contado esa horrible mentira a Flynn Donovan? ¿Por qué?
–¿Qué le dijo exactamente Robert?
–Que te casaste con él por su dinero. Y que te lo gastaste mientras te acostabas con unos y con otros.
Afortunadamente, Danielle estaba sentada en el taburete o se habría caído redonda al suelo.
¿Cómo podía Robert haber dicho esas cosas sobre ella?
Creía amarlo cuando se casó con él. Y jamás, jamás se había acostado con otro hombre ni se había gastado su dinero. Nunca.
Entonces miró a Flynn Donovan. En ese momento odiaba a Robert por sus mentiras, pero lo odiaba a él mucho más por su falta de sensibilidad.
–Ya veo. Y, obviamente, usted lo creyó.
–Robert me explicó sus razones para pedir el préstamo, pero la verdad es que no me preocupaban mucho las referencias.
–Pero le prestó el dinero basándose en esas referencias –replicó ella, su voz increíblemente pausada considerando la angustia que sentía.
–No, se lo prestamos porque iba a recibir una herencia y pronto podría devolverlo. Nos pareció una operación factible. El problema es que tú te gastaste el dinero de la herencia antes de que Robert pudiese tocarlo.
¿Que ella se había gastado el dinero?
Danielle recordó entonces que Robert había dicho algo sobre una herencia de una de sus tías…
Que se hubiera gastado ese dinero además de los doscientos mil dólares dejaba claro lo irresponsable que había sido.
¿Y Monica? ¿Habría sabido ella algo? No, seguramente no. Su suegra era una mujer acomodada y nunca hablaba de esos temas. Además, seguramente nunca habría sospechado que su hijo tenía un serio problema con el dinero.
Ella tampoco había sospechado nada. Pero una cosa estaba clara: nadie la creería.
–¿Por qué lo niegas? Vuestro coche cuesta cincuenta mil dólares, por no hablar de los frecuentes viajes a Europa, las compras… y vuestras tarjetas de crédito están al límite.
¿Viajes a Europa, compras? ¿Alguien había robado su identidad? Desde luego, ella no había hecho todas esas cosas. Era Robert quien…
Oh, no. ¿Eso era lo que hacía su marido durante sus frecuentes «viajes de trabajo», en los que prefería que ella se quedara para hacerle compañía a su madre?
En cuanto al coche, no sabía lo que valía. Robert siempre parecía tener dinero y, que ella supiera, el coche estaba solo a su nombre.
Entonces se le ocurrió algo. Los viajes, las compras… eso era algo que un hombre no haría solo.
¿Le habría sido Robert infiel? ¿Habría vivido una doble vida?
¿Y por qué eso no le dolía como creía que debía dolerle?
De repente, el rostro de Flynn estaba delante de ella, devolviéndola al presente.
Danielle se echó un poco hacia atrás cuando tomó su mano para ponerle antiséptico en la herida. La ternura de sus gestos la confundía. ¿Cómo podía ser tan dulce y tan duro de corazón a la vez?
Pero no pensaba mostrarse insegura, porque Flynn Donovan se aprovecharía de eso.
–Señor Donovan,