–Me alegro de que pueda leer mis pensamientos. Y espero que pueda leer lo que estoy pensando en este momento.
–Una señora no debería pensar esas palabrotas –sonrió Flynn.
–Una señora no debería tener que soportar un chantaje.
–Chantaje es una palabra muy fea, Danielle –Flynn deslizó su nombre como le gustaría deslizarse sobre ella en la cama–. Yo solo quiero lo que es mío.
Y aquella mujer debía ser suya.
Ella apretó los labios con fuerza.
–No, usted quiere venganza. Lo siento, pero no puede culparme a mí por los errores de mi marido.
–¿Y tus errores, Danielle? Tú misma firmaste este documento, ¿no es así? De modo que estás obligada a devolver lo que has pedido.
–¿Con mi dinero o con mi cuerpo?
Él levantó una ceja.
–Me pregunto cuántas noches tropicales pueden comprar doscientos mil dólares… quizá tres meses.
Cara, sí, pero él pagaría esa cantidad por una sola noche con ella.
Danielle lo miró, incrédula.
–¡Tres meses! ¿Pretende que me acueste con usted durante tres meses?
Flynn miró su boca. Tan perfecta.
–¿Te parece mucho tiempo? Te garantizo que no sería tan difícil –contestó, mientras la fragancia de su delicado perfume le llegaba desde el otro lado de la mesa–. Pero no es eso; tengo muchos compromisos y me vendría bien contar con una… una acompañante.
Danielle se levantó.
–Señor Donovan, está soñando si cree que voy a entregarle mi tiempo… o mi cuerpo a un hombre como usted. Le sugiero que busque una mujer que agradezca su compañía.
Y después de decir eso se dio la vuelta y salió del despacho.
Flynn la observó con expresión cínica. Luego se levantó del sillón para mirar el puerto desde el ventanal de Donovan Towers. Le había gustado su respuesta, por falsa que fuera. Sí, Danielle Ford era muy diferente a las mujeres con las que había salido últimamente, que lo dejaban frío con su desenvoltura para meterse en la cama.
Pero Danielle era más una pecadora que una santa. Su resistencia solo era un juego, uno al que ya había jugado con su marido.
Por lo que le había dicho Robert Ford, ella lo había obligado a gastar grandes sumas durante su matrimonio, aunque dudaba que Robert hubiera necesitado que nadie lo empujase. Evidentemente, se merecían el uno al otro. No, no olvidaría que había sido de Robert Ford y que, entre los dos, le debían doscientos mil dólares. Eran tal para cual.
Murmurando una palabrota, Flynn volvió a su escritorio sabiendo que tenía una mañana de videoconferencias con el personal de Sídney y Tokio. Y, sin embargo, por una vez, no le apetecía trabajar. Ni siquiera lo animaba la adquisición que haría al día siguiente. Preferiría otro tipo de adquisición, la de una mujer de preciosos ojos azules, pelo dorado y cuerpo de pecado.
A pesar de sus protestas, la convertiría en su amante. Y, sin duda, ella vendería su alma por la oportunidad de compartir sus millones.
Danielle seguía temblando cuando entró en su apartamento. Vivía en un paraíso tropical, en Darwin, una vibrante capital al norte de Australia, pero ahora había una serpiente en el paraíso llamada Flynn Donovan.
Debía estar loco si pensaba que iba a pagar las deudas de Robert con su cuerpo.
Las deudas de Robert y las suyas.
Tragando saliva, se dejó caer sobre el sofá de piel negra. ¿Por qué habría falsificado Robert su firma en aquel documento? Porque era una falsificación. Incluso recordaba cuando su difunto marido intentó convencerla para que firmase cierto documento. Le dijo que era una cuestión de negocios y que necesitaba su firma… pero no quiso explicarle qué era y ella se sintió incómoda, de modo que decidió perderlo. No había vuelto a oír nada más sobre el asunto. Una pena que no lo hubiera leído antes de tirarlo.
¡Doscientos mil dólares! ¿Para qué los querría? ¿Lo habría hecho más veces? Eso hizo que se preguntara si de verdad conocía a su marido.
Aunque Flynn Donovan no la habría creído si le hubiera contado la verdad. Evidentemente, pensaba que era tan culpable como Robert.
Danielle tuvo que parpadear para contener las lágrimas. Aquel debía ser un nuevo principio para ella. Después de tres años soportando a Robert y a su madre, por fin era libre y por fin podía vivir sola. Vivir con su suegra había sido horrible, pero tras la muerte de Robert, Monica había intentado manipularla como había manipulado a su «Robbie». Y, sintiendo compasión por ella, Danielle se había dejado manipular demasiadas veces.
Pero, al final, decidió que ya era suficiente. Un amigo de Robert le había ofrecido aquel ático por un alquiler irrisorio y firmar el contrato le había quitado un peso de encima. Era un sitio precioso y se sentía feliz allí. Le encantaban el espacioso salón, la cocina y la terraza, que daba al mar. Rodeada de tal belleza sintió que podía respirar otra vez. Sí, eso era exactamente lo que necesitaba y, además, era solo suyo. Durante un año, al menos.
Y ahora esto.
Ahora le debía doscientos mil dólares a la compañía Donovan y no sabía cómo iba a pagarlos. Pero los pagaría. No se sentiría bien si no lo hiciera. Robert había pedido el dinero prestado y ella era su viuda…
Pero los cinco mil dólares que había ahorrado de su trabajo a tiempo parcial no eran nada. Y no pensaba darle ese dinero a Donovan. No podía hacerlo. Era la única seguridad que tenía, en una cuenta de la que Robert no sabía nada. Afortunadamente. Él no quería que fuese independiente, de modo que había tenido que pelear mucho con Robert y con su madre para conservar su trabajo.
Tendría que encontrar alguna manera de pagar ese dinero, pero no acostándose con Flynn Donovan. Aunque no podía negar que su corazón se había acelerado al verlo.
El magnate era muy bien parecido. Más que eso, tenía unos rasgos tan masculinos que acelerarían el corazón de cualquier mujer.
Alto, fuerte, sexy. Con unos hombros que a una mujer le gustaría acariciar y un espeso pelo oscuro en el que una mujer querría enterrar los dedos.
Quizá algunas mujeres no habrían dudado en acostarse con un hombre de preciosos ojos negros, boca firme y aspecto descaradamente sensual. Pero para ella era una cuestión de supervivencia.
Flynn Donovan era uno de esos hombres que daba una orden y esperaba que todo el mundo la obedeciera al instante. Pero ella había pasado tres años sintiéndose asfixiada por un hombre que quería controlarla en todo momento y no pensaba volver a mantener una relación así… por mucho dinero que tuviera Flynn Donovan.
Capítulo Dos
Danielle acababa de inclinarse para recoger unos cristales del suelo cuando sonó el timbre. Sobresaltada, se cortó un dedo y, sin pensar, se lo llevó a la boca como cuando era niña. Afortunadamente, era un corte pequeño.
El pesado marco que le había caído en la cabeza mientras estaba intentando colocarlo ya le había provocado un chichón. Le daban ganas de tirarlo a la basura.
Pero todo eso quedó olvidado cuando abrió la puerta y se encontró a Flynn Donovan al otro lado, con un traje de chaqueta que, evidentemente, estaba hecho a medida.
–He oído ruido de cristales rotos –dijo él, sin preámbulos, mirándola de arriba abajo.
Era una mirada seductora, sensual… y Danielle sacudió la cabeza, recordando quién era aquel hombre y qué quería de ella. Como mínimo, querría dinero.
Y en el peor de los casos…