Electra. ¡Oh! me da usted miedo, Don Leonardo.
Cuesta. No es para asustarse. Vea usted en mí un amigo, el mejor de los amigos; vea en este acto el interés más puro, el sentimiento más elevado...
Electra (confusa). Sí, sí: no dudo... pero...
Cuesta. Vea usted por qué doy este paso... Aunque no soy muy viejo, no me siento con cuerda vital para mucho tiempo. Viudo hace veinte años, no tengo más familia que mi hija Pilar, ya casada, y ausente. Casi estoy solo en el mundo, con el pie en el estribo para marchar a otro... y mi soledad ¡ay! parece como que quiere echarme más pronto... (Con gran dificultad de expresión.) Pero antes de partir... (Pausa.) Electra, he pensado mucho en usted antes que la trajeran a Madrid, y al verla ¡Dios mío! he pensado, he sentido... qué sé yo... un dulce afecto, el más puro de los afectos, mezclado con alaridos de mi conciencia.
Electra (aturdida). ¡La conciencia! ¡Qué cosa tan grave debe ser! La mía es como un niño que está todavía en la cuna.
Cuesta (con tristeza). La mía es vieja, memoriosa. Me repite, me señala sin cesar los errores graves de mi vida.
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