Estudios históricos del reinado de Felipe II. Cesáreo Fernández Duro. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Cesáreo Fernández Duro
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Документальная литература
Год издания: 0
isbn: 4057664186881
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de soldados para Trípoli; pero tanto le instó Uluch-Alí á verificar un reconocimiento á que personalmente se ofrecía, como tan práctico de los Gelves, que consintió en que se hiciera con una galeota ligera, en que fué también Cara Mustafá, Virrey de Mitilene. La suerte les deparó la presa de una embarcación pequeña, por cuya gente supieron cuanto podían desear, siendo ya fácil á Uluch-Alí decidir á su jefe al ataque de un enemigo descuidado y en desorden. En la tarde anterior había fondeado por fuera de los Gelves, á 17 millas de distancia, pensando emprender el ataque, como lo hizo, al amanecer.

      En la vanguardia cristiana iba Scipión Doria con tres galeras; y como fué el primero en descubrir las turcas y no tenía instrucciones, arribó hacia la Real, señalando la presencia del enemigo con el disparo de una pieza. Ninguna disposición ordenó Andrea Doria: arribó también con la Real en dirección del fondeadero de que había salido, con precipitación y aturdimiento, que aumentaba la poca claridad del alba. Calaba mucho la galera, que era hermoso buque; se tomaron mal las enfilaciones del canal, y quedó varada en un cantil. Entonces, plegando el estandarte, se fué á tierra Doria con el esquife, abandonando el bajel á los forzados, que no tardaron en ponerlo á flote y unirse á las fuerzas de Piali.

      Fácil es calcular la influencia que el ejemplo del General tendría en las escuadras. Indecisos los jefes un momento, no existiendo acuerdo ni prevención para el caso, tiró cada cual por su lado, con dispersión y desorden tan grande, que ni aun á huir acertaban. Cinco de las galeras de Juan Andrea arribaron como él hacia tierra, y lograron ponerse bajo la artillería del fuerte; otras encallaron en los bajíos en número de ocho ó diez. De las que tomaron la mar, cargadas de vela algunas, sin medir la gran fuerza del viento, partieron los palos ó las entenas, después de separarse de las que formaban grupo.

      Los turcos dividieron su armada en dos secciones, dirigidas respectivamente hacia los que escapaban por mar ó tierra. En éstas, que habían varado en los bajos, hubo escenas vergonzosas: la gente se tiraba al agua sin pensar en la resistencia, habiendo galera que fué tomada por un bergantín ó un esquife con ocho ó diez turcos. De las que tomaron el largo, las de Scipión Doria, de Antonio Maldonado y tres de Florencia, escaparon por pies, defendiéndose; Flaminio de Anguillara, General de las del Papa, resistió peleando bizarramente con tres enemigas; D. Sancho de Leyva reunió cuatro de su escuadra, con las que hizo inútil, pero honrosa resistencia. Cuatro veces rechazó el abordaje de las enemigas, castigándolas[27], y hubo al fin de sucumbir al número.

      Aparte esta defensa y el voto marinero de combatir á la armada turca bien al ancla, bien á la vela, combinadas las galeras con las naves, decisión que hubiera producido muy distinto resultado, las más de las relaciones atribuyen á D. Sancho de Leyva mucha parte del fracaso. Píntanlo de carácter díscolo, opuesto por sistema á lo que otros, principalmente superiores, proponían. Por él escaparon las dos galeotas de Uluch-Alí; por él se retardaron los trabajos del fuerte, en que no quiso tomar parte, ya que lo hiciera para entorpecerlos; por él se retrasó el embarco de soldados, teniendo ocupados los esquifes en llenar sus galeras de aceite, lanas, frutas, ganados, con que se prometía comerciar y lucrarse, y con lo que las abarrotó y embarazó, imposibilitando la defensa en el combate, con mengua de su reputación, de su nombre y de lo que debía á su autoridad de General de las galeras de Nápoles.

      Á las naves bien artilladas no osaron los turcos, contentándose con las que en aquel desorden les eran abandonadas, acreditando la experiencia la razón con que algunos jefes habían sostenido en el Consejo que en la unión de las fuerzas cristianas consistía su salvación. Si al menos hubieran hecho todos lo que Anguillara; si las galeras se mantuvieran juntas, no tuviera la derrota tan grandes proporciones: hacía falta para ello que el General estuviera en su puesto, y antes de combatir, celara las disposiciones del combate, lejos de lo cual apareció que las galeras de particulares, por no desperdiciar tan bella ocasión, estaban también cargadas, hasta no poder más, de los frutos cogidos en los Gelves.

      Fueron apresadas[28]: de Juan Andrea Doria, La Real Signora, Condesa, Pellegrina, Presa, Divitia: total, 6.

      Del Papa, La Capitana, San Pedro, Toscana: 3.

      Del Duque de Florencia, La Elbigiana: 1.

      De Nápoles, Capitana, Patrona, San Jacobo, Leyva, Mendoza: 5.

      De Sicilia[29], Capitana, Patrona, Galifa, Águila, Capitana, del Marqués de Terranova; Patrona, de id.; Capitana y Patrona, de Mónaco: 8.

      De Antonio Doria, La Fede, 1; de Bandinelo Sauli, 1; de Starti, 1; de Marí, la Patrona, 1: total, 4.

      De modo que, sin sangre, se hicieron dueños por entonces los turcos de 27 galeras y 14 naves, salvándose 17 de las primeras, que llegaron á Trápana, y 16 de las otras en varios puertos[30].

      D. Álvaro de Sande acudió con arcabuceros á la playa con el fin de proteger á los muchos que, desnudos, llegaban nadando, mientras el Duque, Juan Andrea y el Comendador de Guimarán conferenciaban acerca de lo que se hubiera de hacer, sin ocurrir á los dos últimos otra cosa que salir como se pudiera de la isla.

      La iniciativa era de Doria, razonando que para lo pasado no había remedio; que los sucesos de la guerra están sujetos á la fortuna, y que habiendo de acudir al remedio de mayores males, era bueno que el Duque marchara inmediatamente á Sicilia para asegurar las plazas, juntando dineros y gente. En cuanto á su persona, decidido estaba á marchar de noche en una fragata, reunir las galeras que se hubieran salvado y dar orden en el armamento de otras tres que en Sicilia y Malta se hallaban.

      El Duque, remiso en embarcar en la armada sin los soldados, bien que entendiera que nada tenía que hacer en los Gelves, no quiso tampoco determinar por sí ni aceptar el consejo de Juan Andrea Doria, sin que otros jefes deliberaran sobre lo que ante todo convendría á la honra; y como todos juzgaran que debía acudir á su obligación en Sicilia, venció la repugnancia.

      Quiso llevar consigo á D. Álvaro de Sande, que tampoco tenía obligación que cumplir en los Gelves: con todo, díjole éste que, considerando si le era mejor hacer compañía á Su Excelencia ó quedar donde se hallaba, entendía convenir lo último al servicio de Dios y del Rey y á su propio respeto, porque habiéndose salvado mucha gente de las galeras y siendo de diferentes naciones y calidades la acogida al fuerte, era menester persona de mayor cargo que el Maestre de campo Barahona para tenerla á raya y cuidar de la economía del agua y bastimentos. Ofrecía, pues, la suya con la certeza de sucumbir en el fuerte, porque no podía hacerse ilusiones en cuanto al socorro que hubiera de darle la armada de S. M., deshecha y desmoralizada; pero contaba entretener á la del Turco en el asedio todo el verano, y librar, por consiguiente, á Sicilia y Nápoles del gravísimo peligro de tener sobre sus costas á los mahometanos victoriosos.

      Oídas estas razones, autorizó el Duque la generosa resolución de optar por las miserias que amagaban á los infelices de los Gelves; y llegada la noche, los generales de tierra y mar, acompañados de algunos íntimos, aprovecharon la distracción de los turcos, ocupados en marinar y saquear las presas para escapar en varias fragatas. Llegaron en salvo á Malta en bel fuggire, consiguiendo libertad; pero el iniciador Juan Andrea á costa de la honra, que dejaba en lengua de marineros y soldados.

      Para el Duque fué más benévolo el juicio de los contemporáneos: las condiciones de caballerosidad de su persona y la deferencia y agrado con que trató á los capitanes y jefes extranjeros de la expedición, suavizaron la consideración de las condiciones de caudillo que le hacían falta. Dijeron, sí, que era más apto para lucir en los salones de la corte el fausto de su arrogancia, que para dirigir en campaña una hueste. Más severos los que se encontraban lejos del peligro, los que para nada tenían en cuenta la situación del General derrotado, ni del padre que sacrificaba á su propio hijo, dieron fácil sentencia, si hemos de admitir la que condensó en estas frases el palatino cronista Cabrera de Córdova[31]:

      «Increíble parece que una armada poderosa de gente y vasos en un instante se arruinase de su temor más que de la fuerza vencida, con pérdida de tanta gente, municiones, máquinas, bajeles, aumentando á los enemigos el triunfo y la victoria tan sin