—¿Qué has hecho desde ayer tarde? ¿Por tu casa ocurre algo? ¿Qué se dice por el mundo? ¿Quién se ha muerto? ¿Hay algo más del escándalo de las Guzmanas? (Eloísa y María Juana.)
Porque Augusta le daba cuenta de las ocurrencias sociales y de las hablillas y enredos que corrían por Madrid. Fidela no leía periódicos, su amiguita sí, y siempre iba pertrechada de acontecimientos. Su conversación era amenísima, graciosa, salpimentada de paradojas y originalidades. Y no faltaba en aquellos coloquios la murmuración sabrosa y cortante, para la cual la de Orozco poseía más que medianas aptitudes, y las cultivaba en ocasiones con implacable saña, cual si tuviera que vindicar con la lengua ofensas de otras lenguas más dañinas que la suya. Falta saber, para el total estudio de la intensa amistad que á las dos damas unía, si Augusta había referido á su amiga la verdad de su tragedia, desconocida del público, y tratada en las referencias mundanas con criterios tan diversos, por indicios vagos y según las intenciones de cada cual. Es casi seguro que la dama trágica y la dama cómica (de alta comedia) hablaron de aquel misterioso asunto, y que Augusta no ocultó á su amiga la verdad ó la parte de verdad que ella sabía; mas no consta que así lo hiciera, porque cuando las hallamos juntas, no hablaban de tal cosa, y sólo por algún concepto indeciso se podía colegir que la Marquesa de San Eloy no ignoraba el punto negro ¡y tan negro! de la vida de su idolatrada compañera.
—Pues mira tú—le dijo volviendo al mismo tema después de una divagación breve,—me has convencido. Me conformo con que mi hijo sea tan cerril, y como tú, tengo esperanzas de una transformación que me le convierta en un genio..., no, tanto no, en un ser inteligente y bueno.
—Yo no me conformaría con eso; mis esperanzas no se limitan á tan poco.
—Porque tú eres muy paradógica, muy extremada. Yo no: me contento con un poquito, con lo razonable, ¿sabes? Me gusta la medianía en todo. Ya te lo he dicho: me carga que mi marido sea tan rico. No quiera Dios que seamos pobres, eso no; pero tanta riqueza me pone triste. La medianía es lo mejor, medianía hasta en el talento. Oye tú, ¿no sería mejor que nosotras fuéramos un poquito más tontas?
—¡Ay, qué gracia!
—Quiero decir que nosotras, por tener demasiado talento, no hemos sido ni somos tan felices como debiéramos. Porque tú tienes mucho talento natural, Augusta, yo también lo tengo, y como esto no es bueno, no te rías, como el mucho talento no sirve más que para sufrir, procuramos contrapesarlo con nuestra ignorancia, evitando en lo posible el saber cosas..., ¡cuidado que es cargante la instrucción!... y siempre que podemos ignorar cosas sabias, las ignoramos, para ser muy borriquitas, pero muy borriquitas.
—Por eso—dijo Augusta con mucho donaire,—yo no he querido almorzar abajo. Hoy tenéis dos sabios á la mesa. Ya le dije á Cruz que no contara conmigo... para que no pueda pegárseme nada.
—Muy bien pensado. Es un gusto el ser una un poco primitiva, y no saber nada de Historia, y figurarse que el sol anda alrededor de la tierra, y creer en brujas, y tener el espíritu lleno de supersticiones.
—Y haber nacido entre pastores, y pasar la vida cargando haces de leña.
—No, no tanto.
—Concibiendo y pariendo y criando hijos robustos.
—Eso sí.
—Para después verles ir de soldados.
—Eso no.
—Y envejeciendo en los trabajos rudos, con un marido que más bien parece un animal doméstico...
—Bah... ¿Y qué nos importaría? Yo tengo sobre eso una idea que alguna vez te he dicho. Mira: anoche estuve toda la noche pensando en ello. Se me antojaba que era yo una gran filósofa, y que mi cabeza se llenaba de un sin fin de verdades como puños, verdades que si se escribieran habrían de ser aceptadas por la humanidad.
—¿Qué es?
—Si te lo he dicho... Pero nunca he sentido en mí tanto convencimiento como ahora. Digo y sostengo que el amor es una tontería, la mayor necedad en que el ser humano puede incurrir, y que sólo merecen la inmortalidad los hombres y mujeres que á todo trance consigan evitarla. ¿Cómo se evita? Pues muy fácilmente, ¿Quieres que te lo explique, grandísima tonta?
Vacilante entre la risa y la compasión, oyó Augusta las razones de su amiga. Triunfó al cabo el buen humor, soltaron ambas la risa. Ya la Marquesa ponía el paño al púlpito para explanar su tesis, cuando entraron con el almuerzo, y la tesis se cayó debajo de la mesa, y nadie se acordó más de ella.
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