El hombre natural rousseauniano —que manifiesta el influjo de las lecturas etnográficas que presentaban a los hombres no europeos como en armonía con la naturaleza— es un ser todavía pre-racional, feliz, bueno, entendiendo por esta bondad natural todo lo que pueda contribuir a la conservación de su vida.
Siendo asocial, gozando de la posibilidad de saciar todas sus necesidades materiales, los hombres eran todos iguales y libres: la libertad se basaba en un sentimiento interior pre-racional. Libertad, por lo tanto, e igualdad son los derechos naturales de los hombres.
Las circunstancias exteriores del estado de naturaleza cambiaron, el hombre desarrolló sus facultades racionales que tenía en potencia, para poder hacer frente a las necesidades ahora insatisfechas por los cambios del estado original, y el hombre poco a poco se fue alejando del estado de naturaleza. El origen de la sociedad del siglo XVIII es un contrato social, basado en la desigualdad económica, que pisotea los derechos fundamentales del hombre. Hay que volver a fundar la sociedad —pues un retorno al estado de naturaleza es imposible— pero sobre bases completamente nuevas, que vayan de acuerdo con los derechos originales de los hombres.
El Contrato social es la propuesta política de Rousseau. Una vez analizada la naturaleza humana original, y constatado los cambios que ha sufrido por el influjo de la cultura y de las instituciones sociales injustas, nuestro autor llega al momento constructivo: es necesario «encontrar una forma de asociación, que defienda y proteja con toda la fuerza común la persona y los bienes de cada uno de los asociados; y por la cual, uniéndose cada uno a todos, no obedezca sin embargo más que a sí mismo, y permanezca tan libre como antes»14.
La finalidad teórica de la formulación política de Rousseau es la salvaguardia de la igualdad y libertad originales. Para que esta finalidad se logre es imprescindible observar, en este contrato, una cláusula: «La alienación total de cada asociado, con todos sus derechos, a toda la comunidad»15.
La libertad natural se transforma en la sociedad del contrato en libertad civil. El poder que surge del contrato —la soberanía o voluntad general del pueblo— está formado por los derechos de todos los ciudadanos. En este sentido, la voluntad popular que legisla es la voluntad propia del ciudadano, porque todos ellos forman parte del poder, es decir de la comunidad que custodia los derechos individuales, y que es erigida en soberano. En esta coincidencia consiste la libertad, que es definida como «la obediencia a la ley que nosotros mismos nos hemos dado»16.
Libertad, para Rousseau, es autonomía, autolegislación. Este concepto será retomado por Kant, que lo pondrá en la base de su sistema moral. La igualdad se transforma en igualdad legal: la ley es la declaración de la voluntad general y es igual para todos.
Si bien queda claro que la intención última de Rousseau era la defensa de los derechos que consideraba como parte integrante de la naturaleza humana, algunas de las instituciones que propone tienden hacia el totalitarismo. Rousseau explica que, dado que los hombres se reúnen en sociedad para alcanzar el bien común —la defensa de la libertad y de la igualdad—, la voluntad general que surge de la alienación de los derechos de los individuos tenderá necesariamente hacia este bien común. Además, añade Rousseau, nadie quiere causarse daño a sí mismo. Sin embargo, la falta de contenidos concretos de este bien común hacia el que está orientada la voluntad general —los únicos contenidos son la libertad como autolegislación y la igualdad legal, es decir derechos formales— hace que el sistema de Rousseau, basado en la soberanía popular, termine en un formalismo, susceptible de recibir distintas configuraciones institucionales. En el Contrato social, a nombre de una voluntad general absoluta, indivisible e infalible, se niegan el derecho de asociación, la libertad de enseñanza y se reduce la libertad religiosa. Era el precio que se debía pagar frente al redescubrimiento de algunos derechos naturales que no estaban suficientemente fundamentados en una concepción de la naturaleza humana capaz de dar razón no sólo de su origen sino también de su fin trascendente17.
5. La Ilustración alemana
En Alemania, la Ilustración atraviesa diversas fases. La amplitud de los intereses de los ilustrados alemanes, el prestigio que adquieren sus principales centros universitarios y el influjo de algunas de las tesis defendidas, hacen de la Aufklärung el precedente de la época de oro de la filosofía y de la literatura alemana, que presenta entre sus hombres más destacados a un Kant, un Goethe o un Hegel.
La primera fase de la Ilustración alemana está representada por dos filósofos del derecho. Samuel Pufendorf (1632-1694) y Christian Tomasius (1655-1728) elaboran una doctrina del derecho natural de perfil racionalista, donde los preceptos de justicia se deducen de leyes y principios generales y racionales. Ambos filósofos —pero más específicamente Tomasius— separan el derecho natural de la metafísica y de la teología. El análisis metafísico del hombre, llevado a cabo por la segunda escolástica para fundamentar el derecho natural, es sustituido por un análisis psicológico de las tendencias y pasiones humanas.
Con Christian Wolff (1679-1754) se da inicio a la segunda fase de la Ilustración alemana. Profesor universitario en Halle, es el representante más típico de la filosofía que pocos años más tarde Kant denominará dogmática. Wolff tiene la pretensión de crear un sistema filosófico completo. Siendo discípulo de Leibniz, y tomando elementos metafísicos de la segunda escolástica, y en particular del esencialismo de Suárez, su sistema es una gigantesca construcción lógico-formal, completa, coherente, pero alejada de la realidad sensible. En este sistema la lógica desarrolla un papel metodológico fundamental. El principio de no contradicción y el de razón suficiente constituyen el sustrato formal de toda ciencia.
Las ciencias pueden ser racionales o empíricas, y cada una de ellas tiene un aspecto teórico y una aplicación práctica. Sin una gran originalidad —se puede decir que Wolff es un ecléctico— dejó a la posteridad filosófica una terminología que gozaría de gran éxito en el futuro: después de Wolff se generalizó los términos ontología para referirse a la metafísica, crítica para la teoría del conocimiento, se habló de teodicea más que de teología natural.
Wolff era un creyente sincero, y al mismo tiempo era un racionalista. Por eso, no dudó en considerar a la razón como juez de la fe. Esta posición teórica le ganó las antipatías de los pietistas, que llevaron a Wolff al exilio, aunque retornará a su patria bajo la protección del rey. Esta circunstancia de la vida de Wolff nos permite pasar a tratar del ámbito más específico de la Aufklärung: la filosofía de la religión y en particular la relación fe-razón.
En la Alemania del siglo XVIII existía un grupo religioso llamado pietista. De origen luterano, el pietismo subrayaba la importancia del aspecto interior de la religión: la fe se manifiesta primordialmente en el sentimiento y en la religiosidad personal más que en las verdades dogmáticas. Aunque esta actitud puede parecer contraria o al menos no muy favorable a la Aufklärung, sin embargo la desconfianza pietista frente a todo tipo de metafísica o de teología escolástica logró unir a dos movimientos aparentemente antitéticos.
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