Una mayor claridad sobre la aprobación de Dios del acto marital podemos hallar en los mandamientos y reglamentos dados por Dios a Moisés para los hijos de Israel. Dio instrucciones según las cuales el hombre, después de su boda, debía ser eximido del servicio militar y de toda responsabilidad comercial por el período de un año (Deuteronomio 24:5), de modo que estas dos personas podían «conocerse» durante el tiempo cuando sus impulsos sexuales eran más fuertes y bajo circunstancias que les darían amplias oportunidades para experimentos de placer. Probablemente esta provisión fue hecha también para facilitar que el joven esposo pudiese «engendrar» antes de exponerse al riesgo de morir en los campos de batalla. En aquellos tiempos no había anticonceptivos, y como la pareja contaba con tanto tiempo para estar juntos, es fácil de ver por qué los niños nacían mayormente durante los primeros años de matrimonio.
Hay otro versículo que revela cómo Dios comprende profundamente el impulso sexual, que El creó en la humanidad. Leemos en 1.ª Corintios 7:9: «Es mejor casarse que arder.» ¿Por qué? Porque existe un solo método legítimo, instituido por Dios, para liberar la tensión natural que El mismo implantó en los seres humanos: el acto conyugal. Es el método primario de Dios para liberar el instinto sexual. Era Su intención que marido y mujer tuviesen una total dependencia mutua para la satisfacción sexual.
EL NUEVO TESTAMENTO SOBRE EL AMOR SEXUAL
La Biblia constituye el mejor manual jamás escrito sobre el comportamiento humano. Abarca toda clase de relaciones interpersonales, incluyendo el amor sexual. Acabamos de dar algunos ejemplos de ello, mas a continuación sigue uno de los pasajes más destacados. Para comprenderlo plenamente, deseamos usar la traducción del Nuevo Standard Americano del pasaje que probablemente sea el más claro sobre este tema en toda la Biblia.
«Pero o causa de la inmoralidad, cada hombre tenga su propia esposa, y cada mujer a su propio esposo. El esposo cumpla con su mujer el deber conyugal, y asimismo la mujer con su esposo. La mujer no tiene autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo; ni tampoco tiene autoridad el esposo sobre su propio cuerpo, sino la mujer. No os neguéis el uno al otro, a no ser de mutuo consentimiento por algún tiempo para ocuparos sosegadamente de la oración; y volved a juntaros en uno, para que no seáis tentados por Satanás a causa de vuestra falta de autodominio» (1.ª Cor. 7:2-5).
Estos conceptos serán explicados de forma más amplia en la presente obra, pero a esta altura señalaremos tan sólo los cuatro principios importantes enseñados en este pasaje con respecto al amor sexual.
1.Tanto el esposo como la esposa tienen necesidades e instintos sexuales que deberán ser satisfechos en el matrimonio.
2.Cuando uno se casa, entrega el control de su cuerpo a su cónyuge.
3.Se prohíbe a ambos cónyuges rehusar la satisfacción de las necesidades sexuales de su pareja.
4.El acto conyugal está aprobado por Dios.
Una joven madre de tres hijos vino a pedirme que le recomendase un psicólogo. Cuando le pregunté la razón por la cual lo necesitaba, me explicó, algo inhibida, que su esposo creía que ella debía de tener algún profundo problema de índole psicológica sobre el sexo. Nunca había experimentado un orgasmo, era incapaz de relajarse durante el acto y se sentía culpable de todo ello. Al preguntarle yo desde cuándo había tenido este sentimiento de culpabilidad, admitió haber experimentado juegos eróticos intensos antes de casarse, violando sus principios cristianos y las advertencias de sus padres. Concluyó así: «Nuestro noviazgo de cuatro años parecía ser una escena continuada de Tom tratando de seducirme y yo de luchar contra él. Había consentido a muchas cosas y, francamente, me sorprende que no hubiésemos recorrido la ruta total antes de nuestra boda. Después de casarnos, todo parecía ser lo mismo una y otra vez. ¿Por qué tuvo Dios que incluir ese asunto del sexo en el matrimonio?», terminó diciendo.
Aquella joven mujer no precisaba una batería de pruebas psicológicas y años de terapia. Necesitaba tan sólo confesar sus pecados premaritales y luego saber lo que la Biblia enseña sobre el amor conyugal. Una vez eliminado su complejo de culpabilidad, percibió muy pronto que su imagen mental del acto conyugal había sido enteramente falsa. Tras estudiar la Biblia y leer varios libros sobre el tema, y al asegurarle su pastor que el acto sexual era parte hermosa del plan divino de Dios para los cónyuges, ella se convirtió en una nueva esposa. Su esposo, que había sido siempre un cristiano tibio, se me aproximó un domingo, entre dos servicios religiosos, para decirme: «No tengo la menor idea de lo que usted le habrá dicho a mi mujer, pero sea lo que sea, ¡ha cambiado nuestro matrimonio!» Desde entonces era fascinante observar su crecimiento espiritual, y todo porque su esposa vislumbrara el gran cuadro que Dios ideó para que el acto de amor sea una experiencia de gozo mutuo.
El lector se habrá preguntado: ¿Por qué estamos siendo bombardeados mediante la explotación sexual en todos los campos hoy en día? Es el resultado de la naturaleza depravada del hombre, destruyendo las cosas buenas impartidas al hombre por Dios. Según el plan de Dios, el acto sexual debía de ser la experiencia más sublime que dos personas podían compartir en esta tierra. Creemos que aunque los cristianos llenos del Espíritu Santo no tengan obsesión sexual, es decir, sus mentes corrompidas con distorsiones soslayadas sobre el sexo, ni tampoco lo tengan como tema incesante, ellos lo gozan sobre una base permanente por toda la vida y mucho más que cualquier otra clase de gente. Llegamos a esta conclusión no solamente por haber aconsejado a cientos de personas sobre estos temas íntimos y por haber recibido muchas cartas y preguntas durante veintisiete años de ministerio, o por haber llevado a cabo más de cien Seminarios de Vida Familiar, sino porque es cierto el hecho de que el mutuo placer y gozo son los propósitos de Dios, al diseñarnos tal como lo hizo. Esto lo ha hecho claro por medio de Su Palabra.
Notas
1 James Strong, «Diccionario de las palabras en el Testamento griego» (Nueva York: Abingdon-Cokesbury Press, 1890), pág. 42.
2 Joseph Henry Thayer, Enciclopedia griego-inglés Thayer del Nuevo Testamento, edición revisada (Marshalltown, 1899), pág. 352.
3 Tim LaHaye (Wheaton, III.: Tyndale House Publishers, 1968).
2 | Lo que el acto de amor significa para un hombre |
Enfocar la vida a través de los ojos de otro es la llave a la comunicación en cualquier nivel. La falla de muchas esposas en comprender lo que el acto de amor realmente significa para el hombre lleva, muchas veces, a una conclusión errónea, que a su vez sofoca su capacidad natural de responder a las iniciativas de su esposo.
Susie comenzó nuestra entrevista de consejo quejándose: «Nuestro problema es que ¡Bill es una bestia! ¡Todo lo que piensa siempre es sexo, sexo, sexo! Desde que lo conocí no hago otra cosa que resistirle. ¡Tal vez sufre de sobreexcitación sexual!» ¿Qué tipo de hombre imagina el lector después de oír su descripción de Bill? Probablemente un tipo de gigante bronceado transpirando virilidad por todos los poros de su cuerpo, y ojos hipnóticos que coquetean con cada chica que le viene enfrente. ¡Nada más lejos de la realidad! Bill es un hombre tranquilo, dependiente y amante de su familia, trabajador y cariñoso. Un hombre que a los treinta años aún conserva algo de inseguridad juvenil. Al preguntar yo con qué frecuencia hacían el amor, ella respondió: «Tres a cuatro veces por semana.» (Hemos descubierto que por lo general las mujeres dicen que hacen el amor con más frecuencia que lo que declaran sus esposos, y un esposo insatisfecho normalmente subestima la frecuencia de sus experiencias