LA BIBLIA SOBRE EL SEXO
Porque la Biblia clara y repetidamente habla contra el mal uso o el abuso del sexo, catalogándolo como «adulterio» o «fornicación», mucha gente ha malinterpretado su enseñanza —sea inocentemente o como medio de justificar su inmoralidad—, concluyendo que Dios condena el sexo en general. No obstante, la verdad es todo lo contrario. La Biblia siempre habla con aprobación de estas relaciones, con tal de que estén confinadas a parejas casadas. La única prohibición en las Sagradas Escrituras en cuanto al sexo se refiere, es a la actividad sexual extramarital o premarital. Sin duda, la Biblia es abundantemente clara sobre el tema, condenando toda conducta de tal índole.
Dios es el creador del sexo. El puso en movimiento los impulsos humanos, no para torturar hombres y mujeres, sino para llevarlos al gozo y a la plenitud. Es menester tener presente el comienzo de todo. El hombre no estaba plenamente satisfecho en el jardín del Edén. Pese a que vivía en el jardín más hermoso del mundo, rodeado de animales mansos de todo tipo, no tenía compañía de su misma especie. Dios, entonces, tomó parte del cuerpo de Adán y obró un nuevo milagro creativo, formando la mujer, similar al hombre en todo sentido excepto en su sistema reproductivo físico. En lugar de ser opuestos, eran complementarios el uno al otro. ¿Qué Dios sería Aquel que se empeñase en equipar a Sus criaturas especiales con una actividad, dándoles los impulsos necesarios para consumarla, y luego prohibiera su uso? Ciertamente no el Dios de amor presentado tan claramente en la Biblia. Romanos 8:32 nos asegura: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» Mirándolo objetivamente, el sexo fue dado en gran parte para el gozo conyugal.
Para más prueba aún de que Dios aprueba el amor sexual entre cónyuges podemos considerar la hermosa historia que explica su origen. De entre toda la creación de Dios solamente el hombre fue hecho «a imagen y semejanza de Dios» (Gén. 1:27). Esto, en sí, hace del hombre una criatura viviente única sobre la tierra. El versículo siguiente confirma, además: «Y los bendijo Dios, y les dijo: fructificad y multiplicaos» (vers. 28). Luego emitió Su comentario personal con respecto a toda Su creación: «Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera» (vers. 31).
El capítulo 2 del Génesis nos da una descripción más detallada de la creación de Adán y Eva, incluyendo la afirmación de que Dios mismo trajo a Eva a Adán (versículo 22), evidentemente para presentarles formalmente el uno al otro y darles el encargo de ser fructíferos. Seguidamente se describe en forma hermosísima su inocencia con estas palabras: «Y estaban ambos desnudos, Adán y su mujer, y no se avergonzaban» (vers. 25). Adán y Eva no se sentían embarazados ni avergonzados en esa ocasión por tres razones: habían sido presentados por el Dios santo y recto, quien les encargó hacer el amor; sus mentes no estaban condicionadas a sentir culpa, porque aún no había sido dada prohibición alguna concerniente al acto sexual; y no había otra gente en absoluto para observar sus relaciones íntimas.
ADAN «CONOCIO» A SU MUJER
Una evidencia adicional sobre la bendición de Dios de estas relaciones sagradas la encontramos en Génesis 4:1 en la expresión encantadora empleada para describir el acto conyugal entre Adán y Eva: «Conoció Adán a su mujer Eva, la cual concibió…» ¡Qué mejor manera para describir el acto sublime e íntimo entrelazando mentes, corazones, emociones y cuerpos en un clímax apasionadamente eruptivo, que envuelve a los participantes en una ola de relajamiento inocente como expresión total de su amor! La experiencia es un «conocimiento» mutuo entre ellos, y es sagrada, personal e íntima. Tales encuentros fueron diseñados por Dios para mutuo gozo y bendición.
Hay personas que tienen la extraña idea de que cualquier cosa espiritualmente aceptable a Dios es ajena y contraria al goce sexual. En años recientes teníamos mucho éxito en aconsejar a parejas casadas hacer oración en común regularmente. La obra titulada Cómo ser felices aunque casados3 describe un método especial de oración-conversación que encontramos muy útil, y muchas veces sugerimos este procedimiento, debido a su carácter variado y práctico. A través de los años lo han probado muchas parejas y nos informaron sobre resultados notables.
Una joven esposa, muy emocional, al referirnos entusiastamente cómo habían cambiado sus relaciones, agregó: «La razón principal por la cual me opuse a orar con mi esposo antes de acostarnos era que yo tenía miedo de que tendería a impedir hacernos el amor. Mas, para mi gran sorpresa, me percaté de que estábamos emocionalmente tan cercanos después de orar que resultó ser una preparación para amarnos.» Su experiencia no es rara; efectivamente, no encontramos razón por que la pareja no pueda orar antes y después de un tiempo animado de amor. Sin embargo, la mayoría de las parejas se encuentran tan relajadas después que lo único que quieren es dormir —un sueño tranquilo—, por lo cual es más recomendable la oración antes del acto físico.
UN AMANTE EMBRIAGADO
Arriesgándonos a escandalizar a algunas personas, quisiéramos señalar que la Biblia no disfraza palabra alguna sobre el tema. El Cantar de los Cantares de Salomón es notablemente franco en este respecto (considérense 2:3-17 y 4:1-7).
El libro de Proverbios advierte contra las relaciones con «la mujer extraña» (una prostituta), pero por contraste exhorta al esposo: «Alégrate con la mujer de tu juventud.» ¿Cómo? Dejando que «sus senos te embriaguen en todo tiempo, y en sus caricias recréate siempre» (Prov. 5: 18-19). Es obvio que esta embriagadora experiencia de amor debe alegrar al hombre, confiriéndole un placer de éxtasis. El contexto significa plenamente una experiencia dada para mutuo placer. Este pasaje indica también que tal experiencia amorosa no fue diseñada únicamente para la propagación de la raza, sino también para el mero placer de la pareja. Si lo entendemos correctamente, y así lo creemos, no debe ser una experiencia apresurada o soportada. Expertos modernos en la materia nos afirman que «el juego previo» antes de la entrada es esencial para una experiencia de mutua satisfacción. No hallamos nada malo en ello; sin embargo, deseamos señalar que Salomón hizo la misma sugerencia hace tres mil años.
Los pasajes bíblicos deberían estudiarse a la luz de su propósito, con el fin de evitar una interpretación errónea o torcida de su significado. El concepto recién expuesto es lo suficiente fuerte tal como lo presentamos, pero llega a ser más fuerte aún si comprendemos su situación. Las palabras inspiradas de Proverbios 1-9 registran las instrucciones de Salomón, el hombre más sabio del mundo, a su hijo, enseñándole cómo tratar los tremendos impulsos sexuales dentro de él, para evitar ser tentado a un uso indebido. Salomón quería que su hijo disfrutase toda su vida del legítimo uso de ese impulso mediante su confinamiento al acto matrimonial. Ya que este entero pasaje se refiere a la sabiduría, es obvio que el amor matrimonial, disfrutable y satisfecho, viene a ser el camino de la sabiduría. El amor extraconyugal es presentado como camino de locura, ofreciendo placer de breve duración que finalmente conduce a la «destrucción» (sufrimiento, culpabilidad, pena).
Nuestra exposición no sería completa si no señaláramos Proverbios 5:21: «Porque los caminos del hombre están ante los ojos de Jehová, y El considera todas sus veredas.» Este pasaje incluye el acto de amor: Dios ve la intimidad practicada entre los cónyuges y la aprueba. Su juicio está reservado tan sólo a aquellos que violan Su plan y cometen sacrilegio en cuanto a hacer uso del sexo fuera del matrimonio.
EL «JUEGO EROTICO» EN EL ANTIGUO TESTAMENTO
Puede resultar difícil para nosotros pensar en los santos del Antiguo Testamento como buenos amantes, pero lo eran. De hecho, jamás llegaremos a oír un sermón sobre las relaciones de Isaac con su mujer, Rebeca, registradas en Génesis