La Argentina: La conquista del Rio de La Plata. Martin del Barco Centenera. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Martin del Barco Centenera
Издательство: Bookwire
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Жанр произведения: Путеводители
Год издания: 0
isbn: 4057664131256
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y bien ganado

       Muchas veces se pierde, como vemos:

       Pues de lo que con mal se ha grangeado,

       Que se pierda y el dueño esperaremos.

       Don Pedro de Mendoza fué soldado

       Cuando hubo disencion entre Supremos,

       Y al tiempo de pillar hinchò la mano;

       Mas todo su trabajo salió en vano.

       Borbon perdió la vida; Juan de Urbina

       Entrò en Roma cantando la victoria:

       De aqueste asalto y saco, y grande ruina

       D. Pedro enriquecido, en vana gloria,

       A D. Carlos pedia la Argentina

       Provincia, pretendiendo su memoria

       Levantar en conquista de paganos,

       Con dinero robado entre romanos.

       Como fuese de suyo gran guerrero,

       Viéndose de riquezas abastado,

       Ofrecióse à gastar mucho dinero,

       Y el Rio de la Plata ha demandado.

       Don Carlos, en valor claro lucero,

       El título le da de Adelantado;

       Y asì hizo una gruesa y rica armada,

       De gente muy lucida y extremada.

       Dos mil soldados salen de Castilla,

       Sin gente de la mar y marineros.

       Juntáronse en alarde allà en Sevilla,

       Y viendo tan lucidos caballeros, Salian á los ver á maravilla Tan apuestos à punto de guerreros: Mas dicen: "pues se van estos soldados, Recemos los oficios de finados." Al fin salió de España aquesta armada Muy rica, muy hermosa y muy lucida; De todos adherentes abastada, Aunque hubo despues hambre muy crecida. La gente que embarcó era extremada, De gran valor, y suerte muy subida, Mayorazgos è hijos de Señores, De Santiago y San Juan comendadores. Es Maestre de Campo un caballero Juan Osorio, que es hombre muy valiente, Tambien va Juan de Oyolas el guerrero, Medrano, Salazar, Lujan prudente. Otros muchos que van decir no quiero, Que cada cual bien puede ser regente: Mas Osorio entre todos se señala, Y en todo lleva à todos palma y gala. A Neptuno y sus ondas carniceras, Se entregan invocando à Santiago. Las naves van corriendo muy lijeras, Rompiendo con gran furia el ancho lago. ¡O lastima, y angustias lastimeras, Horrendo, y gran temor, ó crudo trago! Que tan brava tormenta se levanta, Que el mas fuerte y bizarro mas se espanta. D. Pedro con buen celo y pecho pio, En Dios pongamos, dice, la esperanza, Y pues es para mas su poderío, El nos darà muy breve mar bonanza, Los pilotos con grande desvarìo, Dicen que la tormenta va en pujanza: El tríste marinero con gran pena, No acierta al aparejo ni á la antena. Iza el trinquete, amaina la mesana, Aferra ese timon que imos perdidos; A la bomba, à la bomba muy de gana, Que seremos de presto sumergidos, Cual llama San Lorenzo, cual Santa Ana, San Telmo dicen otros afligidos, Otros San Nicolas, que puso quilla Y costado, de nos tenga mancilla. El sexo feminil y lacrimoso Levanta hácia el cielo vocería. Con la furia del viento tan furioso La una nave de otra se desvía; Mas volviendo la mar en su reposo Conviertese el dolor en alegría, Y llegan á Canària muy ufanos, Dò toman tierra, y salen muy galanos. Despues de haberse aquí ya refrescado, A proseguir tornaron su viage. Habiendo ya diez dias navegado, Hallàronse muy cerca del parage De las islas, y Cabo que es llamado Verde; enfermo asiento y estalage; Cansados del sañoso y largo lago, Tomaron la que dicen de Santiago. No estaba en este tiempo tan poblada, Como al presente está de Lusitanos: No está mucho la costa desvíada, Poblada de valientes Africanos: De color negra y son muy tisnada, Los que mas á Cabo Verde son cercanos, Y tienen en comun carniceria, De los negros haciendo anotomía. Tomòse de estas islas bastimento, Tambien se refrescaron los soldados, Y diòse con presteza vela al viento, Los ánimos de todos bien osados. Mas ¡Ay dolor! cuan presto à mas de ciento De poco prestarà ser esforzados, Que la hambre pasando de la zona A roso ni velloso no perdona. Con pròspero nordeste favorable Camina alegremente nuestra armada, Y el mar mas sosegado navegable, La lìnea en breve tiempo fué pasada Con viento en popa próspero y amigable, De Cabo Frio la punta ya doblada, En costa del Brasil tierra tomaron, Y aun isla Santa Bàrbara nombraron. Del gran Carlos las armas le pusieron Y posesion por él allì tomando, Y luego su viage prosiguieron, Y en el puerto de Vera le encerrando, Bien comiendo alegres estuvieron. Continuò por la playa mariscando, Que hay en aquel puerto grande suma De hermosos pescados como espuma. Estando pues aquí, ha comenzado El demonio sus cosas tan usadas; Salazar que con otros se ha juntado A Juan de Osorio dan de puñaladas. Envidia y cobardia lo han causado,[47] Por ser las obras dèl tan señaladas: A don Pedro hicieron que creyese Que le iba en esta muerte el interese. Al principio el error, aunque pequeño, Grandìsimo se hace al fin y cabo. Era este caballero halagüeño Con todos; y en aquesto mas le alabo, Que en verle sacudido y zahareño Con nobles, de lo cual le desalabo: Que al mas pobre soldado en mas tenia, Que diez de presumpcion de hidalguia. Fué causa, segun dicen, esta muerte Tan fuera de razon, contra justicia, Del funesto suceso, horrible, y fuerte Del infeliz D. Pedro y su milicia. Que echada esta envidiosa y cruda suerte Con tanta cobardía y gran malicia, Comenzò à castigar Dios el armada, Con un grave flagelo y cruda espada. Desde que empieza el mundo está sabido El castigo que hace Dios eterno; Por vista de los ojos conocido, Está cuando la estima el Sempiterno: La muerte del que es justo y bien creido, Tenemos la castiga con infierno: Que la sangre de Abel el inocente Clamando está ante Dios omnipotente. Al fin de aquesta isla se ha pasado, Con algunos descuentos que no digo, Y el Rio de la Plata se ha tomado, Y el puerto San Gabriel de desabrigo. De allí luego pasóse al otro lado, A Buenos Aires, que es de mas abrigo, A dó fué el lastimoso acabamiento, De tanta bizarria, cual yo cuento. De ver era salir en aquel llano Al soldado valiente y caballero, De sedas y brocado muy galano, A guisa y parecer de perulero. Salìa con contento muy ufano, Y hasta el pobrecito marinero Aquella bella tierra contemplaba, Y à España no volver jamas juraba. A Juan de Oyolas hubo despachado Don Pedro el rio arriba, porque asombre Al indio. Va con èl un buen soldado, Llamado Salazar, valiente y hombre. Don Pedro en este tiempo hubo enfermado Del morbo, que de Galia tiene nombre: Con miedo de morirse en aquel rio, A Castilla se vuelve en un navío. Volvia, pues, D. Pedro en su viage A España sin haber puerto tomado: Empero á vueltas ya de aquel parage, Que llaman las Terceras, ha acabado. Asì no gozó bien ni su linage, El tesoro que en Roma habia pillado. Dichoso el que atesora allá en el cielo, Que es burla atesorar acà en el suelo. Quedò por Capitan y por Teniente, Y en muerte sucesor de aquella tierra, Oyolas, que fué arriba con la gente: Acà Francisco Ruiz hace la guerra En Buenos Aires, y anda diligente, Mas poco le aprovecha, que la perra Pestífera cruel hambre canina, A todos abandona y los arruina. La gente ya comienza à enflaquecerse, Las raciones se acortan cada dia, No puede el padre al hijo socorrerse, Que cada cual su muerte mas temia; Y aunque es muy natural el condolerse, Y cada cual del otro se dolia, Empero mas su vida procuraba, Y caridad de sì la comenzaba. Un hecho horrendo, digo lastimoso, Aquì sucede: estaban dos hermanos; De hambre el uno muere, y el rabioso Que vivo està, le saca los livianos Y bofes y asadura, y muy gozoso Los cuece en una olla por sus manos, Y còmelos; y cuerpo se comiera, Si la muerte del muerto se encubriera. Comienzan à morir todos rabiando, Los rostros y los ojos consumidos: A los niños que mueren sollozando Las madres les responden con gemidos. El pueblo sin ventura lamentando, A Dios envia suspiros doloridos: Gritan viejos y mozos, damas bellas, Perturban con clamores las estrellas. Es hambre enfermedad la mas rabiosa Que puede imaginar ningún cristiano: La mano està temblando temerosa, No quisiera de tal ser escribano. Mi Dios, por vuestra sangre tan preciosa, Libradme de este azote, que el tirano Que llegaba à tentaros, bien sabia Que es grave mal la hambre en demasia. Fuè cierto celebrada allí su saña, De aquesta matadora sin medida, Con tanta crueldad y tan estraña, Que no podrá de alguno ser creida, No hizo ella jamàs tal otra hazaña En Roma, ni en Judea referida, Como esta: de dos mil que se contaron, Con la vida doscientos no escaparon. No quiero referir estrañas cosas Causadas de esta perra y vil tirana, Que bien pudiera yo muy dolorosas.