En síntesis, el razonamiento de Constantinescu consistía en que los estados, como los individuos, no eran iguales, y el establecer la democracia resultaba lento y complicado. Por consiguiente, a menos que Estados Unidos pensara dividir nuevamente Europa de acuerdo con líneas históricas y religiosas, tendría que proporcionar a Rumania un escudo de seguridad similar al de Hungría. Cuando pregunté a Sylviu Brucan su opinión sobre la OTAN, me dijo que él estaba plenamente de acuerdo con que los rusos compraran la refinería de Ploieşti, pues ello permitiría a Rumania refinar petróleo ruso y reexportarlo a Occidente.
—Cuanto mejores sean nuestras relaciones con Rusia, tanto más sólidas serán nuestras relaciones con Occidente. De lo contrario, Europa y Estados Unidos no nos concederán ninguna importancia.
Implícitamente Constantinescu confiaba en Occidente; Brucan no confiaba en nadie y prefería enfrentar a una potencia con otra.
La estrategia de Brucan estaba legitimada históricamente: los príncipes medievales de Valaquia y Moldavia también se habían liberado de las fuerzas exteriores enfrentándolas entre sí, y Rumania era la única nación cuyo ejército actuó activamente en los dos bandos durante la Segunda Guerra Mundial, pues luchó con Hitler en la primera mitad de la contienda y con los aliados en la segunda. En la medida de sus posibilidades, Ceauşescu enfrentó a la Unión Soviética con Estados Unidos y así obtuvo del Congreso de este último país el estatuto de nación más favorecida en el comercio.
Estaba claro que si la estrategia seguida por Constantinescu de confiar en Estados Unidos no se traducía pronto en el ingreso a todos los efectos de Rumania en la OTAN, la estrategia de Brucan podría sustituirla. Y dada la nueva realidad que estaba emergiendo en los Balcanes y en la región del mar Negro y el mar Caspio, que ahora abordaré, eso perjudicaría a Occidente. Tal vez por este motivo, mis conversaciones con los militares rumanos en Bucarest figuraron entre las más interesantes que mantuve entonces.
6.
EL ESTADO PIVOTE
Costache Codrescu, general retirado, y yo estábamos sentados hablando, con los abrigos puestos, en los sótanos de la academia militar, construida en la década de 1930 en la Calea Victoriei, durante la época de la expansión de la burguesía de Bucarest. En torno a nosotros se alzaban, en la penumbra, columnas bizantinas rojas adornadas con pan de oro. En una mesa situada delante de nosotros había tazas de café turco. La obsesión por los títulos que tenía el general, profesor y doctor, la ausencia de calefacción y la arquitectura oriental y el café eran típicos de Oriente Próximo, incluso cuando él y otros rumanos declaraban apasionadamente, en su lengua románica, que pertenecían a Occidente. Tan sentida declaración era del todo pertinente, pues indicaba qué dirección debía seguir el destino de los rumanos según ellos mismos. Como su cultura era una amalgama de elementos occidentales y orientales, a los rumanos les preocupaba la posibilidad de quedar al otro lado de una línea divisoria que ellos sabían que era real, pues habían permanecido cuarenta años separados de Occidente. Codrescu, historiador militar de setenta y dos años, movió bruscamente la cabeza y gesticuló mientras bromeaba acerca de su escasa estatura.
—Yo soy de Moldavia y los moldovanos somos bajos pero listos —se tocó la cabeza con el dedo—, como Ştefan cel Mare. [Ştefan cel Mare, Esteban el Grande, fue un príncipe de baja estatura que vivió en el siglo XV y creó un poderoso principado moldavo para frenar el avance de los turcos otomanos.]
Luego Codrescu habló del papel de los militares durante la revolución que en diciembre de 1989 derrocó a Ceauşescu:[28]
—En el ejército siempre supimos que los rumanos quedaríamos aislados e indefensos en el caso de que se produjera una confrontación Este-Oeste, confrontación que podría degenerar en guerras locales. Y quedaríamos aislados por nuestras difíciles relaciones con Hungría a causa de Transilvania y con Rusia a causa de Besarabia [Moldavia oriental]. Estaríamos indefensos porque licenciamos a los soldados y los enviamos a trabajar en los campos durante los tiempos, económicamente muy duros, de la década de 1980. Cuando, en noviembre de 1989, cayó el muro de Berlín, nos sentimos aún más vulnerables. El fin del comunismo en Hungría y Bulgaria significó el establecimiento súbito de regímenes nacionales al otro lado de nuestras fronteras.
»Ceauşescu no confiaba en el ejército. Nos mantuvo en la sombra, recluidos en las peores condiciones. Así, cuando el 16 de diciembre de 1989 recibimos la noticia de que en Timişoara se habían producido disturbios contra el régimen, a raíz de la detención de un sacerdote húngaro, empezamos a desconfiar. Inmediatamente vimos una conexión de esos hechos con una reciente demanda húngara de autonomía para Transilvania.[29] Sabíamos que, como resultado de un acuerdo austro-húngaro, en julio del mismo año Hungría había apostado tropas en la frontera con Rumania. [El acuerdo austro-húngaro permitía a los ciudadanos de Hungría y de otros estados del Pacto de Varsovia entrar libremente en Austria. Esto provocó inmediatamente la huida masiva de alemanes orientales a Occidente a través de Hungría, lo que a su vez condujo a la caída del muro de Berlín cuatro meses después.] Búlgaros y rusos también estaban movilizando y enviando tropas a nuestras fronteras. Me consta que esto suena a paranoia. Veíamos demasiadas cosas en estos movimientos de tropas, pero entonces no sabíamos que las protestas de Timişoara eran auténticas.
»Así, pues, esperábamos la señal para avanzar hasta la frontera húngara y defender nuestra patria. En lugar de ello, nos ordenaron que saliéramos a las calles de Timişoara para defender a Ceauşescu. Entonces fue cuando el Estado Mayor empezó a ver que el enemigo era Ceauşescu, no los húngaros o los rusos.
»El ejército rumano siempre ha pensado en términos del patrimonio nacional, de manera especial en el tema de Transilvania y Besarabia. La esperanza de recuperar Besarabia, arrebatándosela a Stalin, fue lo que condujo a Antonescu a firmar una alianza con Hitler contra Rusia. Pero después de la subida al poder de Antonescu no se perdió ningún otro territorio. No estoy defendiendo lo que Antonescu hizo con los judíos, pero lo cierto es que mantuvo unido el estado y por eso mismo tenemos que perdonarle sus pecados.
El hecho de que un general rumano perdone a Antonescu el asesinato de 185 000 judíos con el argumento de que mantuvo unida a Rumania pone de manifiesto la profunda inseguridad y brutalidad que impregnan esta sociedad. Otro oficial del ejército cercano a Ceauşescu me dijo que durante los seis meses que siguieron a la caída del muro de Berlín y antes de que el dictador rumano fuera derrocado, Ceauşescu planeaba «rehabilitar» a Antonescu proclamándolo héroe nacional rumano, como parte de un último esfuerzo para mantenerse en el poder con su esposa. Slobodan Milosevic había hecho recientemente algo parecido en la vecina Serbia, al convertir el partido comunista en un partido fascista-nacionalista. Hasta entonces, en Rumania sólo el presidente Constantinescu había repudiado públicamente a Antonescu.
Como Rumania basculaba entre una sociedad civil y la recaída en un nacionalismo radical, Constantinescu y un grupo de generales jóvenes que hablaban inglés, nombrados recientemente por él, trataron de conseguir que el Pentágono aceptara de buen grado a los militares rumanos con la esperanza de «meter» a Rumania en la OTAN antes de que fuera demasiado tarde. El país estaba transformando su ejército para que no siguiera siendo una fuerza cuantitativamente considerable pero mal preparada —más apta para las labores manuales que para luchar—, y se convirtiera en un cuerpo reducido en número, pero mejor adiestrado y organizado de acuerdo con una cadena de mando flexible de corte occidental. Un analista balcánico, experto en temas relacionados con el ejército de Estados Unidos, me describió así la fuerza militar rumana:
—[Los rumanos] aventajan a otros ejércitos de la región en términos de eficacia. Los que están arriba asumen la culpa y no castigan a sus subalternos. En parte eso es un elemento del honor latino. Los civiles dicen que necesitamos a los militares para que las cosas funcionen, pero las fuerzas armadas rumanas se niegan a ir por ese camino. El deseo del ejército rumano de quedar al margen de la política es más sincero que el de [los ejércitos de] Grecia o, con toda seguridad, de Turquía. Los oficiales rumanos tienen prohibido pertenecer a partidos políticos. En realidad, en Rumania la democracia sobrevive