Alfredo observaba todo con extraño interés, incluso con cierto disfrute. En otro momento la música hubiera sido un elemento desagradable, pero no fue así. Incluso veía a las parejas bailar y se sentía muy divertido. Gisel lo observaba con curiosidad. Le hizo una señal al Calacas, este se acercó a ella e intercambiaron palabras al oído. Después el Calacas se dirigió hacia las otras dos mujeres y las invitó a bailar. Alfredo y Gisel se quedaron solos en la mesa. ¿Y qué, tú no bailas? Le dijo ella mientras se servía Buchanan´s en el vaso. No. Reaccionó Alfredo después de algunos segundos. Los hombres duros no bailan, remató, alegre de haber encontrado una situación que le permitiera usar esa frase tomada del título de una novela de Norman Mailer que había leído no hacía mucho tiempo. ¡Ah chingá! ¿Y tú eres un tipo duro? Preguntó ella y dejó escapar una carcajada abierta y franca. Él se vio acorralado tratando de buscar una respuesta ingeniosa y audaz pero no encontró ninguna. Ella se levantó y estiró la mano. ¡Ándale, vamos a bailar! Él intentó negarse pero al verla ahí de pie, con una minifalda de licra negra que permitía ver casi por completo un par de piernas torneadas, firmes y blancas, levantó el brazo como si fuera un robot muy lento y se dejó jalar por la fuerza de la mujer. Ya sé por qué no bailas. Le dijo Gisel una vez abrazados. ¡Eres muy malo! Y soltó otra carcajada. Él intentó decir algo pero seguía enmudecido por la poderosa presencia física de ella. ¿Cuántos años tienes? Preguntó Gisel. Sintiendo el cuerpo cálido de ella contra el suyo, los senos duros contra su cuello y luchando por no hacer evidente la erección que le crecía en la entrepierna, Alfredo respondió con cierta dificultad: dieciocho. Ella metió una de sus piernas entre las suyas y sonrió con malicia al sentir su verga endurecida. ¿Y tú? Preguntó él para distraerla y distraerse. ¡Upa, cabrón! ¡Eso no se le pregunta a una dama! Respondió Gisel y lo acercó más hacia ella. Bueno, te lo digo nada más porque no me avergüenza, tengo treinta años cumpliditos. Te ves más joven. Atinó a decir él. Ella soltó otra carcajada y lo abrazó con más fuerza poniendo la mano en la nuca de él, lo arrastró hacia un vórtice de vueltas que casi lo hacen caer del mareo. ¡Lo dicho, eres muy malo para bailar! Pero eso sí. Continuó ella rozando el muslo contra la erección de Alfredo. Resultaste un tipo duro. Soltó una nueva carcajada y siguieron bailando. “Ponte tu vestido rojo que con ese me vuelves loco; / ponte tu perfume favorito que con ese me excito. / Habitación 69, es la misma que la vez anterior y terminar los dos cansados, / cansados de hacer el amor”. Una vez que terminó la canción, Gisel le dijo. ¡Vámonos de aquí! Lo agarró del brazo, fue hasta la mesa, tomó su bolsa, le dio un trago a su whiski y le dijo al Calacas, que llegó preguntándole qué pasaba. ¡No pasa nada cabrón! Sólo que ya me aburrí y ya me quiero ir. El Calacas intentó hacer una seña a las otras dos mujeres que seguían bailando, pero Gisel lo atajó. No, ustedes se quedan. Nos vamos sólo… ¿cómo dijiste que te llamabas? Le preguntó a Alfredo que seguía colgando de su brazo. Alfredo. Respondió él. Alfredito y yo. Y terminó de un golpe el resto de whiski que quedaba en su vaso. Pero yo creí que… intentó decir el Calacas, pero Gisel lo interrumpió con brusquedad. Pues no andes creyendo. Y se fue de ahí arrastrando a Alfredo. El Calacas se quedó paralizado con la boca abierta, como si alguien lo hubiera clavado en el suelo. En el estacionamiento se detuvieron frente a un Audi color rojo. ¿Este es tu coche? Preguntó Alfredo intimidado. Sí, pero ya lo quiero cambiar, es de un modelo anterior y quiero uno 2011. Él no supo qué responder. Una vez adentro, envueltos por el olor a piel de los asientos blancos, sacó una bolsita con cocaína, esnifó por ambas fosas nasales y le se la pasó a él. Alfredo hizo lo mismo para evitar parecer incómodo. Cuando recorrían avenida Insurgentes rumbo a Ciudad del Valle sonó el teléfono de Gisel. Alfredo alcanzó a leer en la pantalla el nombre de Luis, no mostraba ninguna foto del que llamaba, sólo una silueta blanca e impersonal. Gisel resopló con molestia y contestó con agresividad. ¿Qué? Silencio. No, no, lo dejamos para la próxima. Un nuevo silencio. ¡Que no, chingada madre! ¿No entiendes un no? Se tranquilizó un poco y modificó su tono de voz. Ya sé lo que platicamos. Echó una mirada rápida hacia Alfredo y continuó. Pero mejor lo dejamos para el próximo, ¿sí?
Ahora sales de la habitación, recorres el pequeño pasillo hacia la sala y te encuentras al Roger de frente, está recargado en la barra de la cocina sobre la que ha puesto una pistola. Te ve fijamente. Gisel va hacia él con una cerveza en la mano. El Roger destapa la cerveza y le da un trago sin quitarte los ojos de encima. Gisel se sienta sobre sus propias piernas en el sillón y te sonríe como si en realidad fueras su primo. ¿Quieres una primo? Alcanza a preguntar y tú respondes que no con un leve movimiento de cabeza. El eructo del Roger truena en todo el espacio de la sala, deja la cerveza a un lado de la pistola y camina hacia ti. ¿Conque primos, no? Y pasa un brazo enorme sobre tu hombro y te imaginas cómo sería ser devorado por una boa constrictora. Piensas que debe medir casi el doble de lo que tú mides. Y ¿dónde vives primo? ¡Es de Guadalajara! Contesta abruptamente Gisel poniéndose de pie para ir a pararse a un lado del Roger quien no despega la vista de ti, es como un depredador que ha localizado a su presa y no está dispuesto a perderla. La presa eres tú. Vino de visita. Y ¿dónde te estás quedando? Gisel no sabe qué responder. Con unos amigos, en la Lindavista. Alcanzas a contestar sorprendido de poder hacerlo a pesar del miedo. ¡Eeey! Canturrea el Roger y suelta una carcajada atronadora y tú sientes que el suelo se abrirá en cualquier momento y te devorará. En el fondo, casi deseas que eso suceda. ¡Ah que mi cabrón, pos ta bueno! Quita el brazo de tu cuello, que ya empezaba a dolerte. ¡Pos orita te llevamos, no faltaba más! Toma su teléfono y marca un número. ¡Muerto! Mi vieja tiene visita. Un primo. Orita nomás me echo uno y lo llevamos. Ves los ojos oscuros del Roger y las piernas te flaquean. ¡Sí, nomás no dejen que se vaya, pa darle rait! Cuelga el teléfono, regresa a su cerveza y la termina de un trago. No se preocupe, yo me puedo ir solo. La voz te tiembla, tienes la boca seca como si acabaras de tragarte un puño de arena. ¡Cómo vergas no, si somos de la familia! Nomás deja me pongo al corriente con mi vieja y nos vamos. Toma a Gisel de la cintura y la levanta, ella no opone resistencia, luce tan pequeña y tan indefensa al lado del Roger que no tendría oportunidad ni de protestar. ¡Un mes en la sierra, está cabrón! ¡Ni modo que con puras burras! Se pone a Gisel en el hombro como si cargara un costal y antes de perderse en el pasillo hacia la habitación te susurra de paso mientras te guiña un ojo. ¡Bueno, y una que otra huicholita! ¿No? Se carcajea y se va con Gisel a cuestas. ¡Ah que pinche primito! Entra a la habitación y patea la puerta para que se cierre de un golpe. Te quedas solo en la sala. No sabes qué hacer. Piensas en salir corriendo pero recuerdas la llamada, abajo te estará esperando un tal Muerto y te irá peor si te agarra tratando de huir. Aunque hay otros cinco departamentos en el edificio, otras personas entrarán y saldrán por la puerta principal y el Muerto no te conoce, igual no te arriesgas a salir, pues es posible que el Muerto ya esté apostado afuera de este departamento. Ves la pistola sobre la barra y piensas en tomarla, entrar a la habitación, donde ya se empiezan a escuchar gemidos, y darle un tiro al Roger. Pero nunca has usado armas y es muy seguro que escuchándose la detonación el Muerto y el otro entren a acribillarte aquí mismo. ¡Maldita sea! Te sientas en el sofá y recargas la cabeza sobre las manos, quieres llorar pero extrañamente no puedes, algo te lo impide. ¿Qué tienes que hacer tú atrapado en estas historias, en este cuento vaquero, en este cuento enloquecido? Ojalá fuera un cuento, ojalá bastara con cerrar un libro y salir de esta realidad para regresar a tu realidad cotidiana, a la seguridad de tu cuarto donde lees sin arriesgar nada, sin correr un solo peligro. Los gemidos que provienen de la habitación se intensifican hasta convertirse en gritos. No sabes si están teniendo sexo o la está matando. No puedes evitar pensar en ellos. Ves a Gisel a gatas sobre la cama y al Roger sodomizándola con furia, y de alguna forma esa imagen te humilla, te sojuzga, te somete a ti también. Tienes ganas de vomitar, te sientes mareado. Te dejas caer sobre el respaldo y te cubres los oídos para no escuchar. A ti vuelven las imágenes de ajusticiados,