El mundo interior de los arquetipos
Cuando la vida carece de sentido y ya nada nos parece nuevo, o cuando nos parece que hay algo que no funciona en nuestra forma de vida y en lo que estamos haciendo, podemos ayudarnos siendo conscientes de las discrepancias entre los arquetipos que hay en nuestro interior y nuestros roles externos. Los hombres se suelen ver atrapados entre el mundo interior de los arquetipos y los estereotipos externos. Los arquetipos son poderosas predisposiciones; investidas con la imagen y la mitología de los dioses griegos, tal como los he descrito en este libro, cada uno tiene impulsos, emociones y necesidades características que dan forma a la personalidad. Cuando representas un papel que está conectado con un arquetipo activo dentro de ti, la profundidad y el sentido que ese papel tiene para ti generan energía.
Si, por ejemplo, eres como Hefesto, el artesano y el inventor, el dios de la forja, que hacía hermosas armaduras y joyería, podrás pasar muchas horas en solitario en tu taller, estudio o laboratorio totalmente absorto en lo que estás haciendo, y con ello alcanzarás los niveles más altos. Pero si eres como Hermes, el mensajero, por naturaleza serás un hombre que estará siempre en movimiento. Ya seas un viajante o un negociador internacional, te gustará lo que haces, y tu trabajo requerirá una mente flexible, especialmente cuando te encuentres, como te suele suceder, en terrenos éticos poco definidos. Si eres como uno de estos dioses y te toca realizar el trabajo contrario, tu tarea dejará de ser un placer absorbente. El trabajo es sólo una fuente de satisfacción cuando coincide con tu naturaleza y talentos arquetípicos.
Las diferencias en la vida personal también son creadas por los arquetipos. Un hombre que se parezca a Dionisos, el dios extático, puede quedar totalmente absorto en la sensualidad del momento, donde nada es más importante que ser el amante espontáneo. Contrasta con el hombre que, al igual que Apolo, el dios del sol, trabaja para dominar sus habilidades y convertirse en un experto en técnicas de todo tipo, entre las cuales se puede incluir hacer el amor.
Los “dioses” como arquetipos existen en forma de patrones, reconocidos o no, que rigen las emociones y la conducta; son poderosas fuerzas que exigen su recompensa. Conscientemente reconocidos (aunque no necesariamente nombrados) y honrados por el hombre (o mujer) en el que moran, estos dioses ayudan al hombre a ser él mismo, motivándole a hacer que su vida tenga más sentido porque lo que hace está en conexión con la capa arquetípica de su psique. Los dioses rechazados y negados también tienen influencia, que suele ser perjudicial, puesto que ejercen una presión reivindicadora sobre el hombre. La identificación distorsionada también puede dañar, por ejemplo en un hombre que esté identificado con un dios hasta tal extremo que pierda su propia individualidad y se vuelva un “poseído”.
¿Qué es un arquetipo?
C. G. Jung introdujo el concepto de arquetipo en la psicología. Los arquetipos son patrones de existencia y de conducta, de percibir y de responder determinados internamente, preexistentes o latentes. Estos patrones se hallan en un inconsciente colectivo –esa parte del inconsciente que no es individual, sino universal y compartido. Estos patrones se pueden describir de manera personalizada, como dioses y diosas: sus mitos son historias arquetípicas. Evocan sentimientos e imágenes y tocan temas universales y que forman parte de la herencia humana. Nos suenan a cierto en nuestra compartida experiencia humana, de modo que cuando oímos hablar de ellos por primera vez nos resultan vagamente familiares. Cuando interpretamos un mito respecto a un dios o captamos su significado, intelectual o intuitivamente, como algo que influye en nuestra propia vida, puede tener el mismo impacto de un sueño que nos aclara una situación, nuestro propio carácter o el de alguien a quien conocemos.
Los dioses como figuras arquetípicas son como cualquier cosa genérica: describen la estructura básica de esta parte de un hombre (o de una mujer, pues los dioses arquetípicos con frecuencia también están activos en las psiques de las mujeres). Esta estructura básica está “revestida”, “encarnada” o “pormenorizada” por el hombre individual, cuya exclusividad está formada por la familia, la clase, la nacionalidad, la religión, las experiencias de la vida y el tiempo en que vive, su aspecto físico y su inteligencia. Sin embargo, todavía podemos observar que sigue cierto patrón arquetípico, al recordar a un dios en particular.
Puesto que las imágenes arquetípicas forman parte de nuestra herencia colectiva humana, nos resultan “familiares”. Los mitos griegos que se remontan a 3.000 años de antigüedad siguen vivos, se explican una y otra vez, porque los dioses y las diosas nos hablan de las verdades de la naturaleza humana. Conocer a estos dioses griegos puede ayudar a los hombres a entender mejor quién o qué está actuando en lo profundo de sus psiques. A su vez, las mujeres pueden aprender a conocer mejor a los hombres al conocer qué dioses están actuando en los hombres importantes de sus vidas, al tiempo que pueden descubrir que un “dios” en particular actúa en su propia psique. Los mitos pueden proporcionarnos la posibilidad de ese “¡ajá!” intuitivo: algo suena a cierto e intuitivamente captamos la naturaleza de una situación humana con mayor profundidad.
El parecido a Zeus, por ejemplo, es sorprendentemente obvio en los hombres que pueden ser despiadados, asumen riesgos a fin de conseguir más poder y riqueza, y que quieren estar muy visibles cuando hayan alcanzado la posición social deseada. Las historias sobre Zeus suelen encajar con los hombres que se identifican con él. Por ejemplo, sus vidas conyugales y sexuales pueden asemejarse a los galanteos de Zeus. El águila, que se asocia con Zeus, simboliza las características del arquetipo: desde su elevada posición goza de una perspectiva general, puede ver el detalle y tiene la capacidad de actuar rápidamente para atrapar lo que quiere con sus garras.
Hermes, el dios mensajero, era el comunicador, el embaucador, el guía de los espíritus del mundo subterráneo, y el dios de las carreteras y fronteras. Al hombre que encarne este arquetipo le costará asentarse en un lugar, porque responderá a la atracción de la vía abierta y de la siguiente oportunidad. Al igual que el azogue o el mercurio (su nombre romano es Mercurio), este hombre se resbala de entre los dedos de las personas que quieren atraparlo o retenerlo.
Zeus y Hermes son patrones muy distintos y los hombres que se asemejan a cada uno de estos dioses difieren entre ellos. Pero dado que todos los arquetipos están potencialmente presentes en todos los hombres, tanto Zeus como Hermes también pueden estar activos en el mismo hombre. Con ambos actuando en su interior y de una forma equilibrada puede que sea capaz de establecerse, lo cual es la prioridad de Zeus, con la ayuda de las habilidades de comunicación y las ideas innovadoras de Hermes. O bien se puede encontrar con conflictos psicológicos, oscilando entre el Zeus que busca poder, que requiere tiempo y compromiso, y el Hermes que necesita libertad. Éstos son sólo dos de los arquetipos de los dioses que se valoran positivamente en nuestra cultura patriarcal.
Los dioses que estaban denigrados –los rechazados, cuyos atributos no se valoraban entonces, ni tampoco ahora–también siguen vivos en las psiques de los hombres, como lo estaban en la mitología griega. Había prejuicios respecto a los mismos como dioses; la cultura occidental tiene una tendencia similar contra su papel como arquetipos en la mente humana –la sensualidad y la pasión de Dionisos, el frenesí de Ares en el campo de batalla que bajo otras circunstancias fácilmente se hubiera puesto a bailar, la emotividad de Poseidón, la intensa creatividad introvertida de Hefesto, la introspectiva atención de Hades. Estas tendencias continuadas afectan a la psicología de los hombres, que puede que repriman