Había salido a recoger, para mostrar sus habilidades a los entrenadores, cuando de pronto dejó escapar diez pelotas seguidas o más. Yo dije: «Un momento, quiero que revivas toda la experiencia conmigo…», así que prosiguió, describiendo cada pelota que paraba con éxito, hasta que me dijo: «¡Jesús, si es ese hijo de perra! ¡Ahí está mi padre, fisgando en las gradas de la derecha!». Su padre nunca se había relacionado con él salvo en lo que respectaba a su rendimiento en el deporte. Cuando hubimos terminado de revivir la situación pudo ver que si alcanzaba sus ambiciones también habría satisfecho las necesidades de su padre, y eso él no podía soportarlo. Podría explicar miles de historias similares. Tengo una historia de padre para cada una de las ciudades americanas.6
A este atleta en particular le importaba que su actuación fuera lo único que le interesaba de él a su padre y no podía soportar la idea de satisfacer las ambiciones o la necesidad de gloria reflejada de su padre. Éste es el papel que los hijos, especialmente los primeros, han de desempeñar y la razón por la que son tan valiosos cuando nacen (más que las hijas). El orgulloso padre, repartiendo puros, anuncia que ahora tiene un “hijo y un heredero”, que se espera que lleve su nombre (y sus ambiciones) y que, por el mero hecho de haber nacido varón, pruebe la masculinidad de su padre. El mero nacimiento de un varón en un patriarcado satisface la necesidad del padre de tener un hijo. Luego viene la necesidad de que ese hijo cumpla con lo que su padre espera de él, en lugar de que éste venga al mundo con sus dones y talentos particulares, con sus necesidades emocionales, con sus defectos y rasgos de la personalidad, y posiblemente incluso con un propósito personal que cumplir.
El sacrificio de los hijos
Además de la mitología griega, que con pequeños cambios se transformó en mitología romana, el Antiguo y el Nuevo Testamento son las principales fuentes de la historia familiar en la civilización occidental. Existen muchos paralelismos entre ambos. Los indoeuropeos que invadieron la península griega y los israelitas, que procedían de Egipto en dirección hacia su tierra prometida, llegaron ambos como invasores e inmigrantes a una zona que ya estaba poblada y en donde lo normal era la adoración a la diosa. Ambos pueblos invasores tenían dioses padre celestiales, con cualidades guerreras, que gobernaban desde arriba y se comunicaban desde las montañas. Y en ambos hay una evolución en la figura del dios celestial, un cambio desde ser menos hostil con sus hijos a ser más paternal. En la mitología griega el cambio tuvo lugar a través de una serie de dioses padre celestiales, con Zeus como figura central. Aunque el dios de la Biblia es considerado como una sola entidad, recibe varios nombres: Yahveh y Elohim en el lenguaje original del Antiguo Testamento. Con el paso del tiempo, el dios celestial bíblico cambió y se volvió menos punitivo y más colaborador con sus “hijos” humanos.
Contempladas como historias familiares y vistas desde una perspectiva psicológica, los paralelismos continúan. Los temas griegos del padre celestial que se siente amenazado por el nacimiento o el crecimiento de sus hijos, su intento de engullirlos o de mantenerlos controlados dentro de sus límites y la hostilidad hacia ellos también están presentes en la Biblia, aunque disfrazados bajo aspectos de obediencia y sacrificio.
Para cumplir la voluntad del dios celestial se ha de sacrificar a los hijos. Así Yahveh probó a Abraham ordenándole que ofreciera a su único hijo Isaac, a quien tanto amaba, para que lo ofreciera en holocausto sobre una montaña. El hecho de que estuviera dispuesto a matar a su hijo significaba que había pasado la prueba. (Así mismo, Agamenón, cuando dirigió a los guerreros griegos contra Troya, descubrió que sus barcos estaban inmóviles en un mar de calma chicha en Áulide. Para conseguir Buenos vientos tenía que sacrificar a su hija Ifigenia, a lo cual tuvo que acceder.)
Aunque los niños contemporáneos no se sacrifican literalmente en el altar, para que sus padres puedan pasar sus pruebas y tener éxito, los hijos son metafóricamente ofrecidos como sacrificios. Esto se confirma en diferentes planos psicológicos: los hombres que tienen éxito suelen ser padres ausentes de las vidas de sus hijos, emocional y con frecuencia también físicamente. Sacrifican la posibilidad de estar cerca de sus hijos, de sus trabajos, de sus funciones. Y también sacrifican a su propio “niño interior”, esa parte juguetona, espontánea, confiada y emotiva de ellos mismos.
La cultura patriarcal es hostil con la inocencia, menosprecia las cualidades infantiles y recompensa a los hombres por su habilidad de ser como Abraham, Agamenón y Darth Vader, que anteponen la obediencia a una autoridad superior y la ambición (o la obediencia a un dios exigente) por encima del amor y la preocupación por un hijo.
Isaac: el sacrificio del hijo
Al patriarca del Antiguo Testamento, Abraham, se le mandó que fuera a la tierra de Moriá y allí, en un monte, debía sacrificar a su hijo Isaac en una hoguera para ofrecérselo a Dios. Pienso en el joven Isaac e imagino que estaría encantado de acompañar a su padre en ese viaje, ignorando su propósito. A los tres días llegaron a su destino. Allí Isaac recogió leña gustoso y ayudaba a Abraham a preparar el altar cuando, perplejo, le preguntó: «Mira, ya está el fuego y la leña, pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». A lo cual su padre respondió: «Dios proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío».7
Imagino que Isaac aceptó esta respuesta y se preguntaba cómo y cuándo se materializaría el cordero. ¿Cuándo, me preguntó yo, se daría cuenta el muchacho de que su padre iba a sacrificarle a él? ¿Fue cuando Abraham le ató? ¿Fue cuando postró a Isaac sobre el altar, sobre la leña? ¿O fue sólo cuando Abraham tomó el cuchillo para degollarle? Puedo imaginar que cuando intuyó que era él quien iba a ser sacrificado, no se lo podía creer, tuvo miedo y se sintió traicionado. Quizás Abraham le explicó que estaba obedeciendo a un dios que exigía la muerte de su único hijo; eso habría ayudado a Abraham a justificar lo que estaba a punto de hacer, pero dudo que eso hubiera reconfortado a Isaac. Lo único que sabía era que con su padre no estaba seguro; éste estaba a punto de matarle.
Entonces el Señor llamó a Abraham y le dijo: «¡Abraham, Abraham! No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; pues ya veo que temes a Dios, pues no me rehusaste tu hijo, tu único hijo».8 Y entonces Abraham miró hacia el cielo y vio un carnero, trabado en una mata por sus cuernos y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo.
Abraham fue entonces bendecido por Dios, porque estaba dispuesto a matar a su hijo: «Por cuanto has hecho esto y no me has rehusado a tu hijo, tu único hijo; te llenaré de bendiciones, y multiplicaré abundosamente tu descendencia como las estrellas del cielo y la arena que hay en la orilla del mar».9
Ifigenia: el sacrificio de la hija
Otra historia de éxito que depende de la voluntad del padre de sacrificar a sus vástagos es la que se narra en la Ilíada. Esta vez el padre era el rey Agamenón, comandante en jefe de los ejércitos griegos en la guerra de Troya. Agrupó un ejército, se preparó para zarpar con una inmensa flota hacia Troya. Pero no había buenos vientos y, con los barcos parados, los hombres se iban poniendo nerviosos. La gloria, el botín y el poder que serían suyos si sus tropas conquistaban Troya, se perderían a menos que hubiera vientos.
Agamenón consultó a un vidente, que le dijo que si sacrificaba a su hermosa e inocente hija Ifigenia, los vientos soplarían de nuevo y su flota podría partir hacia Troya.
Agamenón, entonces, mandó un mensaje a su esposa dicién-dole que le mandara a Ifigenia, para casarla con Aquiles, hijo del rey Peleo y de la diosa del mar Tetis, y el más venerado de todos los héroes griegos. Pueden imaginarse el entusiasmo al oír las noticias de esta unión y cómo se desplazó la joven virgen hasta el campamento de su padre, con su equipaje cargado de hermosos vestidos y objetos, con su mente llena de pensamientos acerca de su supuesto prometido, mientras imaginaba el día de su boda.
¿En qué momento se dio cuenta Ifigenia de que algo no iba bien? ¿Cuánto tiempo le hizo creer su padre que iba a casarse? ¿Cuándo se enteró