Versos de una hora. Rodolfo JM. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Rodolfo JM
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9786078512225
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sin mangas. Discutirían, tal vez ella le echaría en cara su ausencia de la última semana, y entonces, tal vez, la discusión se volvería una escena con gritos, lágrimas, y, tal vez, sexo de reconciliación… Pero sería otro día, antes que cualquier otra cosa, Bruce tenía que hablar con Villa, saber qué estaba pasando, matarlo allí mismo si era necesario.

      Bruce era un hombre de recursos, eficaz. A los padres de Lola les prometió dinero, automóviles, propiedades, pero sobre todo el cine, la fama, la pantalla grande… Les prometió educación para la niña en las mejores escuelas de arte dramático, castings con los directores más importantes de Mundo Real. Todo lo que desean escuchar unos padres que sueñan con la estrella que su hija puede llegar a ser. Con Frida sucedió algo parecido, su padre formaba parte de un pequeño grupo guerrillero que preparaba un atentado contra Bruce. El grupo fue detenido y encarcelado, y entonces la familia Khalo quedó desprotegida, presa fácil de las ofertas de Bruce, que incluían, además de una importante ayuda económica, atención médica y una beca para que Frida estudiase en la mejor escuela del país. ¿Cómo resistirse ante eso?

      Sus musas, sus niñas. Nadie sabía lo que significaban para él. Bastaba estar junto a Frida para experimentar una fascinación que era a la vez terror y maravilla. Nunca se hubiera atrevido a tocarla. Con Lola era distinto; en lo que a él concernía, ella era una mujer hecha y derecha, la concupiscencia y la pasión, el desdén, era esa parte suya que había despertado luego de dormir 48 años.

      Y no pensaba renunciar a ninguna de ellas.

      Entró a su despacho y revisó que no faltara nada en su backpack, luego se detuvo a observar una fotografía de Lola. Adoraba incluso su nombre. Se dijo que no existía otra razón para lo que estaba a punto de hacer, ni siquiera las mezquinas necesidades de Richard Williams y todos los parásitos de Mundo Real. Metió la mano en una gaveta de su escritorio y sacó la rigurosa botella de whisky. Se sirvió un trago doble y lo bebió de golpe.

      Bajaba las escaleras cuando las náuseas se apoderaron de él. Se detuvo, pálido. Una oleada de ácidos gástricos subió quemante hasta la garganta. Bruce soltó el portafolios y buscó el barandal, pero el dolor en el centro de su pecho era insoportable, las piernas no lo sostuvieron, la habitación comenzó a girar.

      Lola salió de la cocina con paso lento al escuchar el golpe de la caída, la mirada desorbitada y los dedos entrelazados; llegó hasta el cuerpo convulso de su amante y sobre él se deshizo en lágrimas.

      —¡Perdóname, mi amor, perdóname!

      Veinte minutos más tarde, la joven Dolores fue vista por última vez corriendo sobre la carretera que llevaba de la casa de Bruce a la Ciudad de México.

      ***

      Si Eleanor aceptó lo que le parecía un precio excesivo por un viaje de vacaciones a México, así fuera el México de 1921, fue porque en el folleto decía que era posible encontrarse con algunos famosos, entre ellos Frida Kahlo. Ahora, luego de su hallazgo, le parecía que cada centavo gastado se justificaba, con suerte conseguiría que la muchacha pintase algo exclusivo para ella.

      Para Frida, esos días resultaron verdaderas vacaciones, al fin tenía la oportunidad de pintar (¡por primera vez en su vida!), gracias al lienzo, el caballete, los pinceles y las pinturas que le ofreció su anfitriona, pero lo mejor de todo era que allí Bruce no podía encontrarla. Estaba harta de él y no deseaba volver a verlo.

      Frida ignoraba lo que sucedía en el exterior de aquel hotel de lujo. Ignoraba que Bruce Mitchell, Secretario de Asuntos Mexicanos, fue encontrado muerto en la casa que compartía con su amante, Dolores Asunsolo, de 16 años, quien se encontraba desaparecida y era la principal sospechosa. Frida tampoco sabía que el Ejército de la División del Norte, comandado por Francisco Villa, había hecho volar el oleoducto más importante de Tamaulipas y declarado una revolución. Mucho menos sabía que ese había sido tan solo el primero de una serie de levantamientos armados, desde Veracruz hasta Abu Dhabi.

      Eleanor tampoco lo sabía.

      —¿Puedo ver? —preguntó Eleanor, acercándose hasta donde su huésped colocó el caballete.

      Frida respondió con un movimiento afirmativo de cabeza.

      Eleanor se quedó sin habla ante lo que observó: un retrato de dos Fridas sentadas frente a frente sobre sillas de madera, una de ellas era una mujer adulta con las piernas cubiertas con una manta, la otra era una adolescente en jeans; cada una sostenía un globo terráqueo sobre su regazo, un globo cuyos ríos salían directamente de las venas de los brazos de ambas mujeres, y esas venas que primero se transformaban en ríos, súbitamente se volvían grises tuberías interconectadas, de manera que los mundos, las mujeres, los ríos de sangre y de petróleo, formaban un mismo sistema.

      —Se llama Las dos Fridas —dijo la niña, sin ocultar su orgullo.

      Y Eleanor, sin saber que en una semana se vería obligada a regresar a casa, que cerrarían el Portal, que no volvería a encontrarse con Frida, que estaban por venir tiempos de sangre y fuego, al mirar la pintura sintió un escalofrío crecer como un tumor maligno dentro de su pecho.

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