Nada lo haría, por el momento. El capitán del barco en el que lo habían aceptado, se lo había llevado a regañadientes, como si no fuera un honor tener a Lucio a bordo durante su viaje. Sus hombres trataban a Lucio con desprecio, como a un criminal común que huye de la justicia, más que como al legítimo gobernador del Imperio, al que le han usurpado cruelmente el trono.
El trono de Thanos.
“No es el trono de Thanos”, dijo bruscamente al vacío. “Es mío”.
“¿Decías algo?” preguntó el marinero, sin molestarse a mirar.
Lucio se apartó de él, y le dio un puñetazo a la madera del mástil, enojado, pero aquello solo le provocó dolor en los nudillos cuando le saltó la piel de los mismos. Si por él fuera, hubiera despellejado a uno o dos de los de la tripulación también.
Aún así, Lucio mantenía las distancias con ellos, manteniéndose en las secciones vacías de cubierta a donde le habían dicho que podía ir, como si se tratara de un plebeyo a quien daban instrucciones acerca de dónde podía estar. Como si él no pudiera reclamar legítimamente todas y cada una de las embarcaciones del Imperio si lo deseaba.
Pero el capitán del barco había hecho exactamente eso. Había dejado a Lucio con instrucciones claras de mantenerse lejos de la tripulación mientras estaban trabajando y de no causar ningún problema.
“De no ser así caerás por la borda e irás nadando hasta Felldust”, había dicho el hombre.
Quizás deberías haberlo matado como hiciste conmigo.
“No estoy loco”, se dijo Lucio a sí mismo. “No estoy loco”.
No lo iba a permitir, como tampoco iba a permitir que los hombres le hablaran con altanería, como si él no importara. Todavía recordaba el frío estado de furia en el que se encontraba cuando golpeó a su padre, sintiendo el peso de la estatua en su mano, golpeando con ella porque era el único modo de retener lo que era suyo.
“Tú me hiciste hacerlo”, hablaba Lucio entre dientes. “No me dejaste elección”.
Estoy seguro que igual que ninguna de tus víctimas de dejó elección, dijo la voz interior. ¿A cuántos has matado ya?
“¿Qué importa eso?” exigió Lucio. Fue dando grandes pasos hacia el barandal y gritó por encima del ajetreo de las olas. “¡No importa!”
“¡Cállate, chaval, aquí estamos intentando trabajar!” gritó el capitán del barco desde donde estaba manejando aquello.
No puedes hacer lo correcto ni siquiera en medio del océano, dijo su voz interior.
“Cierra la boca”, dijo bruscamente Lucio. “¡Cierra la boca!”
“¿Te atreves a hablarme así, chico?” exigió el capitán, dirigiéndose hacia la cubierta principal para enfrentarse a él. El hombre era más grande que Lucio y, normalmente, en aquel momento el miedo lo hubiera recorrido. Ahora mismo no tenía cabida, porque los recuerdos lo empujaban hacia fuera. Recuerdos de violencia. Recuerdos de sangre. “¡Yo soy el capitán de esta embarcación!”
“¡Y yo soy un rey!” replicó Lucio, lanzando un puñetazo con la intención de dar al otro hombre en la mandíbula y hacer que se tambaleara hacia atrás. Nunca había creído en las peleas justas.
En cambio, el capitán se apartó, esquivando el golpe con facilidad. Lucio resbaló con la humedad que había en cubierta y en aquel instante el otro hombre le abofeteó.
¡Abofetearlo a él! Como si fuera una fulana que ha hablado cuando no le tocaba, no un guerrero digno de una lucha. ¡No un príncipe!
Aún así, el golpe fue suficiente para tirarlo a cubierta, y Lucio hizo un pequeño ruido de rabia.
Es mejor que no te levantes, susurró la voz de su padre.
“¡Cállate!”
Metió la mano dentro de su túnica, para buscar el cuchillo que guardaba allí. Entonces fue cuando el Capitán Arvan lo pateó.
El primer golpe fue en el estómago, lo suficientemente fuerte para hacerlo caer de rodillas. El segundo tan solo le golpeó ligeramente la cabeza, pero aún así fue suficiente para hacerle ver las estrellas. No hizo nada para silenciar la voz de su padre.
Llámate a ti mismo guerrero. Sé que sabes cómo hacerlo.
Era fácil decirlo cuando no te están golpeando hasta la muerte sobre la cubierta de un barco.
“¿Crees que me puedes apuñalar, chico?” exigió el Capitán Arvan. “Vendería tu cadáver si creyera que alguien pagaría por él. Tal como están las cosas, ¡te lanzaremos al agua y veremos si ni siquiera los tiburones dirigen sus hocicos hacia ti!” Hubo otra pausa, interrumpida por otro puntapié. “Vosotros dos, agarradlo. Veremos si la realeza flota”.
“¡Soy un rey!” se quejaba Lucio mientras unas manos fuertes empezaban a cogerlo. “¡Un rey!”
Y pronto serás un antiguo rey, añadió la voz de su padre.
Lucio se sintió ingrávido cuando los hombres lo cogieron, lo suficientemente alto que podía ver el agua interminable que los rodeaba, a la que pronto lo arrojarían para que se ahogara. Aunque no era interminable, ¿verdad? Estaba viendo…
“¡Tierra a la vista!” exclamó su centinela.
Por un instante, la tensión se contuvo, y Lucio estaba seguro de que lo iban a lanzar al agua de todas formas.
Entonces la voz del Capitán Arvan retumbó por encima de todo lo demás.
“¡Dejad a esa basura real que respira! Tenemos deberes que atender, nos desharemos de él muy pronto”.
Los marineros no lo dudaron. En su lugar, arrojaron a Lucio sobre la cubierta, abandonándolo mientras se disponían a tirar de las cuerdas junto al resto de la tripulación.
Deberías estar agradecido, susurró la voz de su padre.
Sin embargo, Lucio estaba de todo menos agradecido. En su lugar, añadió este barco y su tripulación a la lista de aquellos que pagarían una vez recuperara su trono. Haría que los quemaran.
Haría que los quemaran a todos.
CAPÍTULO CINCO
Thanos estaba dentro de su jaula esperando a la muerte. Se retorcía y daba vueltas bajo el sol de Delos, que lentamente calentaba, mientras por el patio los guardias trabajaban para construir el patíbulo en el cual lo asesinarían. Thanos nunca se había sentido tan desamparado.
O tan sediento. Allí lo habían ignorado, no le habían dado nada para comer ni para beber, solo dirigían su atención hacia Thanos para hacer repiquetear sus espadas en las barras de su horca, como mofa.
Los sirvientes iban a toda prisa por el patio, la sensación de urgencia en sus recados sugería que algo estaba sucediendo en el castillo de lo que Thanos no sabía nada. O quizás así era simplemente cómo sucedían las cosas durante velatorio por la muerte de un rey. Quizás toda esta actividad se debía simplemente a que la Reina Athena estaba dirigiendo Delos como ella quería.
Thanos podía imaginar a la reina haciéndolo. Mientras otra podría haberse quedado atrapada en su dolor, apenas capaz de moverse, Thanos imaginaba que ella veía la muerte de su esposo como una oportunidad.
Thanos apretó la horca con fuerza con sus manos. Era muy posible que, en aquel mismo momento, él fuera el único que verdaderamente lloraba la muerte de su padre. Los sirvientes y el pueblo de Delos tenían todas las razones para odiarlo. Athenas estaba probablemente demasiado inmersa en sus planes