Su noche tranquila había llegado a su fin. Cuando O’Malley y Finley se despidieron, el apartamento quedó en silencio. Rose se había estacionado en el sofá de Ramírez. Estaba viendo las redes sociales y enviándoles mensajes de texto a sus amigos.
“Creo que se sabes que no debes decirle a nadie lo que pasó”, dijo Avery.
“Lo sé”, dijo Rose, un poco resentida. “Espera... ¿y papá? ¿Debemos decirle?”.
Avery pensó por un momento, sopesando las opciones. Si fuera solo ella, Jack no tendría que saberlo. Pero las cosas cambiaban ahora que Rose estaba involucrada. Aun así... podría ser arriesgado.
“No”, respondió Avery. “Todavía no”.
Rose solo asintió en respuesta.
“Rose, no sé qué decirte. Esto es una mierda. Sí. Estoy de acuerdo. Esto apesta. Y lamento que tengas que lidiar con esto. No es exactamente fácil para mí”.
“Lo sé”, dijo Rose, colocando su teléfono a un lado y mirando a su madre a los ojos. “Ni siquiera me molesta la incomodidad. No, no es eso. Mamá... no tenía idea de que las cosas se habían vuelto tan peligrosas para ti. ¿Siempre es así?”.
Avery soltó una risita. “No, no siempre. Es solo que esta cosa con Howard Randall tiene a todos mirando por encima de sus hombros. Toda la ciudad está asustada y necesitan un culpable mientras buscan respuestas y una manera de sentirse seguros”.
“Mamá, ¿vamos a estar bien?”.
“Sí, creo que sí”.
“¿En serio? Entonces, ¿quién tiró ese ladrillo? ¿Fue Howard Randall?”.
“No lo sé. Personalmente, lo dudo”.
“Pero hay algo raro... algo entre ustedes dos, ¿cierto?”.
“Rose...”.
“No, quiero saberlo. ¿Cómo puedes estar tan segura?”.
Avery no vio ninguna razón para mentirle, sobre todo ahora que formaba parte de esto.
“Porque tirar un gato muerto por una ventana es demasiado obvio. Es demasiado extravagante. Y a pesar de lo que puedan decir los métodos de sus asesinatos, Howard Randall no haría eso. Un gato muerto... es casi cómico. Y no es algo que él haría. Tienes que confiar en mí, Rose”.
Avery miró por la ventana al auto Ford Focus que estaba estacionado a lo largo del borde opuesto de la calle. Podía ver la forma básica del hombro izquierdo de Denison mientras estaba sentado en el asiento del conductor. Sawyer estaría a su lado, probablemente comiendo semillas de girasol, como era conocido por hacer.
Pensando en el ladrillo y el gato, comenzó a volver a su pasado. Entre su carrera como abogada y los pocos años que había pasado como detective, la rueda de nombres y caras en su cabeza era larga. Trató de pensar en quién más podría tener razones para lanzar el ladrillo y el gato por la ventana, pero era demasiado, demasiadas caras, demasiada historia.
“Dios, pudo haber sido cualquiera...”.
Se volvió de nuevo al apartamento y trató de imaginarse la última vez que Ramírez había estado aquí. Caminó lentamente por la sala y la cocina, habiendo estado allí antes pero viendo todo como si fuera nuevo. Era un lugar pequeño, pero muy bien decorado. Todo estaba limpio y organizado, cada cosa en su lugar designado. Su nevera estaba decorada con varias fotos y postales, la mayoría de familiares que Avery no conocía, pero de los cuales había oído hablar.
“¿Cuántos de ellos saben lo que pasó?”, se preguntó. Durante su estancia en el hospital, solo dos familiares habían ido a visitarlo. Sabía que la familia de Ramírez no era muy cercana, pero le parecía triste que su familia no había ido a verlo, a pesar de que lo más probable es que sucediera lo mismo si algo le pasara a ella.
Se apartó de la nevera, las imágenes de esos extraños de repente demasiado para ella. En la sala de estar, había fotos de su vida: una de él y Finley en una barbacoa jugando herraduras; una de Ramírez terminando un maratón; una foto de él con su hermana cuando eran mucho más jóvenes, pescando a lo largo de la orilla de un estanque.
“No puedo”, dijo en voz baja.
Se volvió a Rose, con la esperanza de que no había oído su negativa audible.
Lo que vio fue a Rose dormida en el sofá. Al parecer se había quedado dormida durante los momentos que Avery había pasado mirando las fotografías. Avery estudió a su hija por un momento, sintiendo los primeros indicios de culpabilidad. Rose no debería estar aquí... no debería estar involucrada en todo esto.
“Tal vez estaría mejor si jamás la hubieses buscado para arreglar las cosas”, pensó.
No era un pensamiento pasajero, de verdad se lo preguntaba a veces. Y ahora que estaban bajo vigilancia y que las personas estaban amenazándola por los pecados de su pasado, era peor.
“Tal vez no estoy siendo amenazada por los pecados de mi pasado”, pensó. “Tal vez fue Howard. Tal vez está trastornado”.
No podía simplemente descartar la posibilidad de que Howard había matado a esa pobre chica con una pistola de clavos y luego, la noche siguiente, había arrojado un gato muerto con un mensaje amenazador por su ventana. No tenía ninguna evidencia que respaldaba que no lo había hecho, así que era lógico que sería un sospechoso.
“Lo conozco demasiado”, pensó. “He llegado a conocerlo de una forma que me hace tenerlo en alta estima. ¿Hizo eso a propósito?”.
Era un pensamiento aterrador, pero Howard era brillante. Y sabía lo mucho que le gustaban los juegos mentales. ¿La había manipulado de una forma que todavía no entendía?
Recogió sus cosas y las llevó a la habitación de Ramírez. Había metido lo esencial de la caja de expedientes de Howard Randall en una de sus maletas antes de salir de su apartamento. Sacó los archivos y los esparció por la cama.
Esta vez no perdió tiempo mirando las fotografías. Solo necesitaba los hechos. Y los hechos decían que, érase una vez, Avery Black fue una abogada que representó a un hombre que fue acusado de asesinato. Sospechó que él cometió el acto, pero no había evidencia y el caso fue derrotado en la corte. Ella ganó a la final. Howard Randall fue puesto en libertad. En el transcurso de los próximos tres meses, universitarias de dieciocho a veintiún años de edad fueron asesinadas de formas espeluznantes. A la final, Howard Randall fue capturado. No solo eso, sino que confesó haber cometido los crímenes abiertamente.
Avery había visto todo en la televisión. También había dejado su trabajo como abogada y se había sentido motivada por empezar a trabajar como detective, una carrera que casi todo el mundo le dijo estaba fuera de su alcance. Era una mujer que se sentía perseguida por el fantasma de Howard Randall antes de sus asesinatos. Tenía demasiado bagaje. Nunca lo lograría.
“Pero aquí estoy”, pensó, pasando por alto los detalles. “Tal vez por eso es que siempre estuvo tan abierto a hablar conmigo en la cárcel. Tal vez también pensaba que era una causa perdida por tratar de convertirme en detective. Cuando me convertí en una, en una muy buena, tal vez me gané su respeto”.
Y tristemente esperaba que ese fuera el caso. Le gustaría pensar que no le importaba si Howard Randall la respetaba o no, pero eso era mentira. Tal vez era su intelecto o el simple hecho de que nadie la había desafiado como él.
Pensó en esas reuniones mientras estudió los expedientes minuciosamente y todo se conectó en su mente. “Pareció alegrarle cada visita, con la excepción de una sola cuando pensó que estaba aprovechándome de él.
Tenía conexiones en la prisión, capaz de enterarse de lo que ocurría afuera.
¿Esa información le reveló algo? ¿Le dio alguna razón para escapar?
Y ¿qué hizo después? ¿Qué tipo de hombre es ahora? ¿Es probable que se fue a vivir como un hombre libre