Antes De Que Peque . Блейк Пирс. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Блейк Пирс
Издательство: Lukeman Literary Management Ltd
Серия: Un Misterio con Mackenzie White
Жанр произведения: Современные детективы
Год издания: 0
isbn: 9781640299993
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importante, pensó. Algo malo.

      “Mira, ya sé que te concedí dos semanas,” dijo McGrath. “Pero tenemos un buen lío entre manos y te necesito en ello. A ti y a Ellington. Reuníos conmigo en mi despacho en cuanto podáis.”

      No se trataba de una pregunta, sino más bien de una orden. Y sin nada que se pareciera a un adiós, McGrath terminó con la llamada. Mackenzie soltó un suspiro y miró a Ellington, que estaba concluyendo su propia llamada.

      “En fin, parece que se terminaron tus vacaciones,” le dijo con una leve sonrisa.

      “Está bien,” dijo ella. “Terminaron de una manera bastante explosiva.”

      Y entonces, como si fueran un matrimonio casado desde hace años, se besaron y salieron de la cama, para irse al trabajo.

      CAPÍTULO DOS

      El edificio J. Edgar Hoover estaba vacío cuando entraron Mackenzie y Ellington. Ambos habían caminado por sus pasillos a todas horas de la noche, así que no les resultaba nada fuera de lo normal. Por lo general, significaba que había algo realmente horrible esperándoles.

      Cuando llegaron al despacho de McGrath, se encontraron con que la puerta estaba abierta. McGrath estaba sentado a una pequeña mesa de conferencias al fondo de su oficina, repasando una serie de documentos. Había otra agente con él, una mujer a la que Mackenzie había visto antes. Se llamaba Yardley, una mujer discreta, sensata, que había intervenido para ayudar al agente Harrison en un par de ocasiones. Les lanzó un gesto de asentimiento y una sonrisa algo robótica cuando entraron a la sala y se acercaron a la mesa de la sala de conferencias. Volvió la mirada a su portátil, enfocada en lo que fuera que tuviera en la pantalla.

      Cuando McGrath elevó la mirada para saludar a Mackenzie, no pudo evitar percibir lo que parecía ser un ligero alivio en sus ojos. Era una buena manera de ser recibida de nuevo en el trabajo después de que le acortaran las vacaciones.

      “White, Ellington,” dijo McGrath. “¿Conocéis a la Agente Yardley?”

      “Sí,” dijo Mackenzie, con un gesto de asentimiento hacia ella.

      “Acaba de regresar de una escena de crimen que está conectada con otra que tuvimos hace cinco días. Al principio, la puse a ella en el caso, pero cuando pensé que podíamos tener a un asesino en serie en nuestras manos, le pedí que nos proporcionara todo lo que tenía para que pudiera pasároslo a vosotros. Tenemos un asesinato… el segundo de su clase en cinco días. White, te llamé a ti específicamente porque te quería en el asunto en base a tu trayectoria—el Asesino del Espantapájaros en concreto.”

      “¿De qué caso se trata?” preguntó Mackenzie.

      Yardley giró el portátil para ponerlo frente a ellos. Mackenzie se fue a la silla que estaba más cerca de ella y tomó asiento. Miró la imagen en la pantalla con un silencio como atenuado que había llegado a conocer muy bien—la capacidad de estudiar una imagen grotesca como parte de su trabajo pero con la compasión resignada que la mayoría de los seres humanos sentirían ante una muerte tan trágica.

      Vio a un hombre mayor, de pelo y barba básicamente canosos, colgando del portón de una iglesia. Tenía los brazos extendidos y su cabeza estaba inclinada hacia abajo en un ademán de parodia de crucifixión. Tenía marcas de navajazos en su pecho y un corte enorme en la frente. Le habían dejado en su ropa interior, que había absorbido mucha de la sangre que había caído de su entrecejo y de su pecho. Por lo que podía ver en las fotos, estaba bastante segura de que le habían clavado las manos al portón. Sin embargo, los pies simplemente estaban atados con una cuerda.

      “Esta es la segunda víctima,” dijo Yardley. “Reverendo Ned Tuttle, de cincuenta y cinco años de edad. Le encontró una mujer mayor que había pasado por la iglesia para poner flores en la tumba de su marido. El equipo forense se encuentra en la escena en este momento. Parece que colocaron allí el cuerpo hace menos de cuatro horas. Ya hemos enviado a unos agentes para que notifiquen a la familia.”

      Una mujer a la que le gusta ponerse al mando y conseguir resultados, pensó Mackenzie. Quizá nos podamos llevar bien.

      “¿Qué sabemos de la primera víctima?” preguntó Mackenzie.

      McGrath le pasó una carpeta. Mientras la abría y miraba los contenidos, McGrath le puso al corriente. “Padre Costas, de la Iglesia Católica del Sagrado Corazón. Le encontraron en el mismo estado, clavado al portón de su iglesia hace cinco días. La verdad es que estoy bastante sorprendido de que no te enteraras de nada de esto en las noticias.”

      “No vi las noticias durante mis vacaciones a propósito,” dijo Mackenzie, con una mirada hacia McGrath que pretendía ser cómica pero que le pareció pasar totalmente desapercibida.

      “Recuerdo escuchar hablar de ello junto al dispensador de agua,” dijo Ellington. “La mujer que encontró el cadáver estuvo en estado de conmoción durante un tiempo, ¿no es cierto?”

      “Correcto,” dijo McGrath.

      “Y en base a lo que encontró el equipo forense,” añadió Yardley, “el padre Costas no llevaba allí clavado más de dos horas.”

      Mackenzie repasó los documentos. Las imágenes en su interior mostraban al padre Costas en exactamente la misma posición que el reverendo Tuttle. Todo resultaba prácticamente idéntico, hasta el detalle del corte alargado a lo largo del entrecejo.

      Cerró la carpeta y se la devolvió a McGrath.

      “¿Dónde está esta iglesia?” preguntó Mackenzie, señalando a la pantalla del portátil.

      “A las afueras de la ciudad. Una iglesia presbiteriana de un tamaño decente.”

      “Enviame las direcciones por mensaje de texto,” dijo Mackenzie, poniéndose ya en pie. “Me gustaría ir a verla por mi cuenta.”

      Por lo visto, estos últimos ocho días había echado en falta el trabajo más de lo que le hubiera gustado reconocer.

      ***

      Todavía era de noche cuando Mackenzie y Ellington llegaron a la iglesia. El equipo forense estaba terminando con su trabajo. Habían bajado el cadáver del reverendo Tuttle del portón, pero a Mackenzie eso no le importaba. En base a las dos imágenes que había visto del reverendo Tuttle, ya había visto todo lo que necesitaba ver.

      Dos asesinatos en forma de crucifixión, ambos en los portones de unas iglesias. Los hombres que han asesinado eran supuestamente líderes de sus parroquias. Está bastante claro que alguien guarda algún rencor enorme contra la iglesia. Y sea quien sea, no tiene preferencia por ninguna denominación.

      Ellington y ella se acercaron a la parte delantera de la iglesia mientras el equipo forense terminaba con sus procedimientos. Hacia la izquierda, cerca del pequeño letrero con el nombre de la iglesia, había un pequeño grupo de gente. Unos cuantos estaban rezando abrazados. Otros lloraban sin ningún tapujo.

      Miembros de la iglesia, asumió Mackenzie con una tristeza rotunda.

      Se acercaron a la iglesia y la escena no hizo más que empeorar. Había regueros de sangre y dos agujeros grandes donde se habían clavado las puntas. Escudriñó la zona en busca de otros signos de iconografía religiosa pero no vio nada. Solamente había sangre y pizcas de tierra y de sudor.

      Es algo tan osado, pensó. Tiene que haber algún tipo de simbolismo en todo ello. ¿Por qué una iglesia? ¿Por qué el portón de una iglesia? Una vez sería coincidencia, pero dos veces consecutivas, en ambos casos clavados a las puertas—eso fue a propósito.

      Le pareció casi ofensivo que alguien hiciera algo así delante de una iglesia. Y quizá fuera todo el sentido que había en ello. No había manera de saberlo de seguro. Aunque Mackenzie no fuera una creyente en la religión o en Dios o en los efectos de la fe, también respetaba el derecho de la gente a profesar su religión. A veces deseaba ser ese tipo de persona. Quizá fuera por eso que el acto le parecía tan deplorable; burlarse