Además, le ayudaba a aclarar su mente. Siempre asociaba cada puñetazo, patada, o codazo con alguna cosa de su pasado. Un golpe de su puño izquierdo iba dirigido a años de negligencia por parte del departamento de policía de Nebraska. Un derechazo de revés ahuyentaba el miedo que le había provocado el caso del Asesino del Espantapájaros. Un giro y un golpe iban derechos al corazón de la corriente interminable de misterios que seguían resurgiendo del antiguo caso de su padre.
Si Mackenzie era honesta consigo misma, ese era el caso que le había impulsado a aprender estas nuevas disciplinas de lucha—para asegurarse de que seguía evolucionando como luchadora. Había recibido una nota de alguien implicado… alguien que se mantenía en las sombras y que, por lo visto, sabía quién era.
Podía seguir viendo la nota en su ojo mental mientras peleaba.
Deja de buscar…
Naturalmente, Mackenzie tenía la intención de hacer justamente lo opuesto. Y por esa razón se encontraba en este momento en el cuadrilátero, con la mirada enfocada y sus músculos tan tensos como cuerdas de violín.
Cuando lanzó un golpe al plexo solar de su oponente y después un codazo almohadillado a las costillas, pararon la sesión desde el lateral del ring. El juez estaba sonriendo y asintiendo mientras aplaudía suavemente.
“Muy bien, Mac,” dijo. “Descansa un rato, ¿vale? Ya llevas hora y media en el ring hoy.”
Mackenzie asintió, bajando la mirada y tocando de nuevo los guantes de su oponente en el ring—un hombre de veinticinco años que tenía la complexión de un luchador de MMA. Le lanzó una sonrisa rápida por encima de su cubierta protectora y salió rápidamente a través de las cuerdas.
Mackenzie le dio las gracias al juez y entonces se dirigió hacia los vestuarios. Sus músculos estaban doloridos hasta el punto de temblar, pero eso le gustaba. Significaba que se estaba presionando, que se estaba llevando más allá de su límite.
Mientras se duchaba y se ponía lo que Ellington llamaba su estilo de gimnasio (una camiseta sin mangas de las que se pone la policía debajo del chaleco antibalas y un par de mallas negras), se recordó a sí misma que tenía otro entrenamiento al que atender hoy. Esperaba que sus brazos hubieran dejado de temblar para entonces. Claro que Ellington estaría allí para ayudarle, pero tenía varias cajas pesadas que trasladar esta tarde.
Aunque técnicamente había estado viviendo en el apartamento de Ellington durante los últimos días, hoy iba a ser el día en que trasladara sus cosas de verdad. Era otra de las muchas razones por las que había pedido un par de semanas de vacaciones. No le hacía ninguna gracia la idea de tener que mudarse en un fin de semana. Además, se imaginó que esta era otra manera en la que estaba creciendo y evolucionando. Confiar lo bastante en alguien más como para compartir su espacio vital y, por cursi que pudiera resultar, su corazón, era algo de lo que había sido incapaz hasta hacía unos pocos meses.
En cuanto se cambió y se puso su ropa de gimnasio, se dio cuenta de que apenas podía esperar al momento en que trasladara sus cosas. Dolorida o no, caminó a un ritmo más rápido de lo normal mientras se dirigía hacia el aparcamiento.
***
La ventaja de no ser una persona materialista era que, cuando llegaba la hora de mudarse, había muy pocas cosas que empaquetar. Debido a ello, solo fue necesario un viaje en la camioneta de Ellington y un camión que alquilaron en U-Haul para realizar la tarea. La mudanza propiamente dicha solamente duró dos horas gracias al ascensor que había en el edificio de Ellington, y, al final, no tuvo que agarrar tantas cajas como pensaba.
Celebraron la mudanza con comida china y una botella de vino. Mackenzie estaba cansada, dolorida, pero inmensamente feliz. Había esperado sentirse nerviosa y quizá hasta arrepentirse un poco de la decisión de mudarse, pero, cuando empezaron a desempaquetar las cajas mientras cenaban, se dio cuenta de que se sentía emocionada ante esta nueva etapa de su vida.
“Esto es lo que hay,” dijo Ellington mientras colocaba un cúter sobre la cinta adhesiva que había junto a una de las cajas. “Ahora es el momento de decirme si me voy a encontrar alguna película o CD en estas cajas que sea realmente embarazoso.”
“Creo que el CD más embarazoso que te puedes encontrar es la banda sonora de esa horrible versión moderna de Romeo y Julieta en los 90, pero ¿qué puedo decir? Lo cierto es que me encantaba esa canción de Radiohead.”
“Entonces estás perdonada,” dijo él, cortando la cinta.
“¿Y qué hay de ti?” preguntó Mackenzie. “¿Alguna película embarazosa por alguna parte?”
“Bueno, me deshice de todos mis CDs y DVDs. Todo es digital. Necesitaba liberar el espacio. Es casi como si tuviera la vaga sensación de que, un día de estos, esta chica del FBI tan sexy se iba a mudar conmigo.”
“Buena intuición,” dijo ella. Se acercó hasta él y tomó sus manos entre las suyas. “Ahora… esta es tu última oportunidad. Todavía te puedes echar atrás antes de que empecemos a sacar las cosas de las cajas.”
“¿Echarme hacia atrás? ¿Estás loca?”
“Vas a tener a una chica viviendo contigo,” dijo Mackenzie, atrayéndolo hacia ella. “Una chica con una tendencia al orden. Una chica que se puede poner un tanto obsesiva compulsiva.”
“Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. “Y me encanta la idea.”
“¿Incluso la ropa de mujer? ¿Estás dispuesto a compartir tu armario?”
“Tengo muy poca ropa,” dijo él, inclinándose hacia ella. Su nariz casi tocaba la de ella y empezaba a crecer entre ellos una pasión a la que ya se habían acostumbrado. “Puedes tomar todo el espacio que necesites en el armario.”
“Maquillaje y tampones, compartir la cama, y otra persona ensuciando platos. ¿Estás seguro de que estás preparado para ello?”
“Sin duda. Aunque tengo una pregunta.”
“¿De qué se trata?” dijo ella. Sus manos se deslizaron hacia los brazos de Ellington. Sabía hacia dónde iba todo esto y todos los músculos doloridos de su cuerpo estaban preparados.
“Todas esas ropas de mujer,” dijo él. “No puedes dejarlas tiradas por el suelo todo el tiempo.”
“Mmm, no tengo intención de hacerlo,” dijo ella.
“Oh, ya lo sé,” dijo Ellington. Entonces se acercó y le quitó la camiseta. No perdió ni un segundo en hacer lo mismo con el sujetador deportivo que llevaba debajo. “Aunque es probable que yo lo haga,” añadió, arrojando ambas piezas al suelo.
Entonces la besó y aunque trató de guiarla hacia el dormitorio, sus cuerpos no tuvieron tanta paciencia. Acabaron en la alfombra de la sala de estar y aunque los músculos doloridos de Mackenzie protestaron ante el suelo firme bajo su espalda, hubo otras partes de su cuerpo que se impusieron.
***
Cuando sonó su teléfono a las 4:47 de la mañana, un solo pensamiento cruzó la mente adormilada de Mackenzie al tiempo que estiraba la mano hacia la mesita de noche.
Una llamada a estas horas… supongo que mis vacaciones ya han terminado.
“¿Diga?” preguntó, sin molestarse con las formalidades ya que técnicamente estaba de vacaciones.
“¿White?”
De un modo extraño, casi había echado de menos a McGrath durante estos últimos nueve días. Aun así, escuchar su voz fue como regresar a la realidad rápida y súbitamente.
“Sí, soy yo.”