“Perdone si es una pregunta de ignorante”, dijo Mackenzie, “pero ¿qué clase de cosas hacen?”..
“Bueno, pues tenemos clases que abarcan una amplia variedad de intereses. La mayor parte tiene que ser adaptada a sus necesidades, por supuesto. Tenemos clases de cocina, programas de ejercicio, un club de juegos de mesa, clubs de Trivial, clases de jardinería, cosas así. Además, unas cuantas veces al año, organizamos excursiones para dejar que hagan senderismo o que naden. Hasta contamos con dos almas valientes que han empezado a pasear en canoa siempre que salimos”.
Escuchar todo eso hizo que Mackenzie se sintiera insensible y contenta a la vez. No tenía ni idea de que las personas que son completamente ciegas pudieran aficionarse a cosas como los paseos en kayak o la natación.
Casi al final del pasillo, Jones les llevó hasta un ascensor. Cuando pasaron a su interior y empezaron a descender, Jones se apoyó contra la pared, claramente exhausto.
“Señor Jones”, dijo Mackenzie, “¿tiene alguna idea de cómo se han podido enterar tan rápidamente los periódicos del asesinato?”..
“Ni idea”, dijo él. “Esa es una de las razones por las que estoy tan cansado. He estado interrogando a mi personal de manera exhaustiva, pero todos han pasado la prueba. Sin duda, tenemos una filtración, pero no tengo ni idea de dónde proviene”.
Mackenzie asintió. No es que sea una gran preocupación, pensó. Una filtración en un pueblo como este está casi asegurada. No obstante, no debería interferir con la investigación.
El ascensor se detuvo y salieron a una especie de pequeño sótano pulido. Había unas cuantas sillas diseminadas por aquí y por allá, pero Jones les dirigió a una puerta que había justo enfrente de ellos. Salieron afuera y Mackenzie se dio cuenta de que se encontraba en la parte trasera del edificio, delante de un aparcamiento para empleados.
Randall les llevó hasta su coche y cuando se montaron, no perdieron ni un segundo para encender el aire acondicionado. El interior del coche era como una caldera, pero el aire comenzó a hacer su trabajo de inmediato.
“¿Cómo llegó la señora Ridgeway hasta el jardín?”., preguntó Ellington.
“Bueno, como estamos en medio de la nada, les permitimos a nuestros residentes cierta cantidad de libertad. Tenemos un toque de queda a las nueve de la noche en verano—que se adelanta hasta las seis de la tarde en otoño e invierno cuando anochece más temprano. El jardín de rosas al que nos dirigimos es un lugar al que algunos residentes van para darse una vuelta. Como verán, es un paseo rápido sin ningún riesgo”.
Randall sacó el coche del aparcamiento y se metió a la carretera. Iba en dirección opuesta a la que llevaba al departamento de policía, revelando un nuevo tramo de carretera a Mackenzie y a Ellington.
La carretera era un tramo recto que penetraba hacia el interior del bosque. No obstante, en menos de treinta segundos, Mackenzie pudo ver la verja de hierro forjado que bordeaba el jardín de rosas. Randall aparcó en una estrecha franja de aparcamiento en la que solamente había otros tres coches aparcados. Uno de ellos era un coche patrulla de la policía sin ningún ocupante.
“El alguacil Clarke y sus hombres han estado aquí la mayor parte de la noche pasada y de esta mañana”, dijo Randall. “Cuando se enteró de que veníais vosotros, hizo que lo dejaran. La verdad es que no quiere interferir con vuestra tarea, ¿sabéis?”..
“Sin duda lo agradecemos”, dijo Mackenzie, bajándose del coche de vuelta al calor aplastante.
“Sabemos sin ninguna duda que este fue el último lugar que visitó Ellis Ridgeway”, dijo Randall. “Pasó a otros dos residentes de largo de camino hacia aquí, además de a mí. Se pueden ver más pruebas de esto en las cámaras de seguridad de la residencia. Dejan muy claro que está caminando en esta dirección—y todo el mundo en la casa sabe lo mucho que le gustaba darse un paseo al atardecer por aquí. Lo hacía al menos cuatro o cinco veces la mayoría de las semanas”.
“¿Y no había nadie más aquí con ella?”., preguntó Mackenzie.
“No había nadie de la residencia. Francamente, no hay mucha gente que venga hasta aquí en pleno verano. Estoy seguro de que ya os habéis dado cuenta de que estamos en medio de una ola de calor bastante intensa”.
Cuando llegaron al lado oriental del jardín, Mackenzie se sintió casi abrumada con tantos olores. Podía sentir los efluvios de las rosas, las hortensias, y lo que creyó que era lavanda. Imaginó que debía ser una escapada agradable para los ciegos—una manera de disfrutar de verdad de sus demás sentidos.
Cuando alcanzaron una curva en el sendero que llevaba todavía más hacia el este, Jones se dio la vuelta y señaló detrás de ellos. “Si miráis a través de ese claro en la arboleda al otro lado de la carretera, se puede ver la parte de atrás de Wakeman”, dijo con tristeza. “Estaba así de cerca de nosotros cuando murió”.
Entonces salió del sendero y pasó de perfil entre dos macetas grandes que contenían rosas rojas. Mackenzie y Ellington le siguieron. Llegaron a una verja posterior que había permanecido prácticamente oculta por todas las flores, los árboles y la vegetación. Había un espacio como de un metro que estaba vacío, a excepción de algo de mala hierba.
Mientras caminaban a través del mismo, Mackenzie pudo ver al instante que parecía el lugar perfecto para el ataque de un asesino paciente. Ya lo había dicho el mismo Randall Jones—nadie venía mucho por aquí cuando hacía tanto calor. Sin duda alguna, el asesino sabía esto y lo utilizó en su beneficio.
“Aquí es donde la encontré”, dijo Jones, señalando al espacio vacío entre las macetas más grandes y la verja negra de hierro forjado. “Estaba tumbada boca abajo y doblada en una forma como de U”.
“¿La encontró usted?”., preguntó Ellington.
“Sí, casi a las diez menos cuarto de la noche. Cuando no regresó a su hora, me empecé a preocupar. Después de media hora, me imaginé que debía salir para ver si se había caído o se había asustado o algo así”.
“¿Estaba toda su ropa en su lugar?”., preguntó Mackenzie.
“Por lo que yo puedo decir”, dijo Randall, claramente sorprendido con la pregunta. “En ese momento, la verdad es que no estaba pensando de esa manera”.
“¿Y no hay absolutamente nadie más en esa película de video en la residencia?”., preguntó Ellington. “¿Nadie que la siguiera?”..
“Nadie. Podéis ver el metraje vosotros mismos cuando regresemos”.
Mientras regresaban por el jardín, Ellington planteó una pregunta que había estado cocinándose en la mente de Mackenzie. “Parece que hay mucho silencio hoy en la residencia. ¿Qué es lo que pasa?”..
“Supongo que se le puede llamar luto. Tenemos una comunidad muy unida en Wakeman y Ellis era muy querida. Muy pocos de nuestros residentes han salido de sus habitaciones en todo el día. También hemos hecho un anuncio por el sistema de megafonía de que iban a venir agentes de DC para investigar el asesinato de Ellis. Desde ese momento, casi nadie ha salido de sus habitaciones. Supongo que están atemorizados… asustados”.
Eso, además del hecho de que nadie le siguiera al salir de la residencia, descarta que un residente sea el asesino, pensó Mackenzie. El raquítico archivo sobre la primera víctima afirmaba que el asesinato se había producido entre las once y las doce de la noche… y a una buena distancia de Stateton.
“¿Sería posible que habláramos con algunos de sus residentes?”., preguntó Mackenzie.
“No tengo el más mínimo problema en que lo hagáis”, dijo Jones. “Desde luego, si se sienten incómodos con ello, tendré que pediros que lo dejéis”.
“Desde luego. Creo que podría…”
Le interrumpió el sonido de su teléfono. Lo miró y vio un número desconocido en