Y una vez más, habían dejado una enigmática tarjeta de visita al marcharse. La pregunta era: ¿por qué?
Se había pasado semanas enteras intentando resolverlo. Quizá simplemente el asesino era presuntuoso. O quizá las tarjetas tenían la misión de guiar a los investigadores a otra cosa… como en un juego retorcido del gato y el ratón. Sabía que Kirk Peterson seguía en el caso—un detective humilde y comprometido de Nebraska a quien no conocía lo suficiente como para confiar en él completamente. Aun así, el hecho de que alguien estuviera manteniendo el rastro lo más fresco posible le resultaba reconfortante. Le hacía sentir que puede que el rompecabezas estuviera casi cerrado para ella pero que alguien había sacado una pieza de la mesa y la estaba conservando, decidido a ponerla de nuevo en el último momento.
No se había sentido así de derrotada por nada en toda su vida. Ya no era cuestión de si podía llevar al asesino de su padre ante la justicia, sino de enterrar de una vez un misterio de varias décadas de antigüedad. Con su mente ocupada en todo ello, empezó a sonar su teléfono. Vio el número del alguacil en la pantalla, y respondió esperando que le diera alguna pista para el caso que tenía entre manos.
“Buenas, agente White”, dijo el alguacil Clarke al otro lado de la línea. “Mira, ya sabes que la cobertura en Stateton es una mierda. Tengo aquí al agente Ellington, que quiere hablar contigo un momento. Su móvil no conseguía realizar la llamada”.
Escuchó cómo movía el teléfono al otro lado para pasárselo a Ellington. “Entonces”, dijo. “¿Ya te sientes perdida sin mí?”.
“A duras penas”, dijo ella. “Voy a reunirme con Robbie Huston en poco más de una hora”.
“¡Ah, progreso! Por cierto, hablando de ello, estoy revisando el informe del forense en este momento. Recién salido del horno. Te diré si me encuentro con algo. Randall Jones también va a venir enseguida. Veré si me deja hablar con unos cuantos residentes”.
“Suena bien. Yo estaré pasando de largo prados de vacas y campos vacíos durante las tres próximas horas”.
“Ah, algunas tienen suerte”, dijo él. “Llámame si necesitas cualquier cosa”.
Y con esto, terminó la llamada.
Así era cómo se tiraban puntillas el uno al otro todo el tiempo. Le hizo sentir un poco tonta por preocuparse la noche anterior sobre lo que él estaba sintiendo respecto a lo que fuera que estaba desarrollándose entre los dos.
Ahora que la llamada telefónica había terminado con los pensamientos que estaba teniendo sobre el viejo caso de su padre, pudo enfocarse mejor en el caso que tenía entre manos. El termómetro digital en el salpicadero de su coche le indicaba que ya había ochenta y ocho grados afuera… y ni siquiera eran las nueve de la mañana.
La arboleda a ambos lados de la carretera era increíblemente frondosa, y colgaba por encima de la carretera como si fuera un toldo. Y aunque había algo enigmáticamente bello en ella a la pálida luz de la mañana sureña, estaba deseando ver las extensiones más anchas de las autopistas principales y los cuatro carriles que le llevarían hacia Lynchburg y Treston.
***
Robbie Huston vivía en un moderno complejo de apartamentos que había cerca del centro neurálgico de Lynchburg. Estaba rodeado de librerías pertenecientes a la universidad y de cafeterías que seguramente prosperaban debido a la universidad cristiana privada que se dejaba sentir en la mayor parte de la ciudad. Cuando llamó a su puerta a las 9:52, él vino a abrirla casi de inmediato.
Parecía tener unos veintipocos años—con el cabello áspero, sin peinar, y el tipo de complexión blandengue que hacía pensar a Mackenzie que todo el trabajo que había hecho en su vida había tenido lugar detrás de un escritorio. Era atractivo al estilo de los miembros de una fraternidad y estaba al borde de la excitación o del nerviosismo por el hecho de tener una agente del FBI de verdad llamando a su puerta.
Le invitó a pasar adentro y Mackenzie vio que el resto del apartamento era tan agradable y moderno como el exterior del edificio. La sala de estar, la cocina y el estudio formaban una habitación amplia, separada por pequeños divisores ornamentales e inundada por la luz natural que entraba por los dos enormes ventanales que ocupaban paredes opuestas.
“Mmm… ¿puedo ofrecerte café o algo?”, le preguntó. “Todavía queda algo del que hice por la mañana”.
“Un café estaría muy bien, la verdad”, dijo ella.
Le siguió a la cocina donde él le sirvió una taza de café y se la entregó. “¿Crema? ¿Azúcar?”.
“No gracias”, dijo ella. Dio un sorbo, le pareció bastante bueno, y fue directa al grano. “Dime una cosa, vas con frecuencia como voluntario a la Residencia Wakeman para Invidentes, ¿no es cierto?”.
“Sí”.
“¿Con qué frecuencia?”.
“Depende del trabajo que tenga, la verdad. A veces solo puedo bajar una o dos veces al mes, aunque ha habido meses en los que pude ir una vez por semana”.
“¿Cómo ha sido últimamente?”, preguntó Mackenzie.
“Bueno, esta semana estuve allí el lunes. La semana pasada, fue el miércoles y la semana anterior a esa estuve allí el lunes y el viernes, creo. Puedo enseñarle mi agenda”.
“Quizá más tarde”, dijo ella. “Cuando hablé con Randall Jones, me enteré de que vas a echar partidas de juegos de mesa y quizá a mover muebles y a limpiar. ¿Es eso correcto?”.
“Sí, eso es correcto. De vez en cuando también leo para ellos”.
“¿Ellos? ¿A qué residentes en concreto les has leído o con quiénes has echado partidas en las últimas dos semanas?”.
“Unos cuantos. Hay un señor mayor que se llama Percy y juego a emparejamientos con él. Tiene que participar por lo menos un cuidador… para susurrarle al oído lo que dicen las cartas. Y la semana pasada, hablé un buen rato de música con Ellis Ridgeway. También le leí durante un rato”.
“¿Sabes cuándo pasaste ese tiempo con Ellis?”.
“Las dos últimas ocasiones que pasé por allí. El lunes, le puse música de Brian Eno. Hablamos de música clásica y le leí un artículo online acerca de algunas de las maneras en que se utiliza la música clásica para estimular el cerebro”.
Mackenzie asintió, sabiendo que era hora de sacar la cuestión más crucial a colación. “Bueno, pues odio tener que decirte esto, pero hallaron a Ellis asesinada el martes por la noche. Estamos intentando descubrir quién lo hizo, y como estoy segura de que puedes entender, tenemos que investigar a todos los que hayan pasado algo de tiempo con ella recientemente. Sobre todo, a los voluntarios que no están siempre en la residencia”.
“Oh Dios mío”, dijo Robbie, poniéndose cada vez más pálido.
“Antes de la señora Ridgeway, hubo otro asesinato en una residencia en Treston, Virginia. ¿Has estado allí alguna vez?”.
Robbie asintió. “Sí, aunque solo en dos ocasiones. Una de ellas fue debido a una especia de servicio de comunidad que hacemos a través de Liberty, mi alma mater. Ayudé a remodelar su cocina y también hice algo de jardinería. Regresé como uno o dos meses después para ayudar en lo que pudiera. Fue básicamente para desarrollar relaciones”.
“¿Hace cuánto que fue esto?”.
Pensó en ello, todavía conmocionado por las noticias sobre los dos asesinatos. “Diría que unos cuatro años. Quizá más bien cuatro y medio”.
“¿Recuerdas