Se arrepentía de haberle hablado así. Pero ¿qué otra opción le había dado? No había demostrado mucha sensibilidad a sus sentimientos, esperanzas y sueños.
El anillo de compromiso se sintió extraño en su dedo. Lo acercó a su rostro y lo miró. A medida que la joya modesta pero preciosa brillaba bajo la luz fluorescente del techo, recordó el dulce momento cuando Ryan se había arrodillado ante ella para pedirle matrimonio.
Parecía que había sucedido hace mucho tiempo.
Y después de su separación nada amistosa, Riley se preguntó si seguían comprometidos. ¿Su relación había terminado? ¿Habían roto sin decirlo? ¿Era hora de que se olvidara de él y que lo dejara atrás, al igual que estaba dejando atrás todo lo demás? ¿Ryan se olvidaría de ella rápidamente?
Por un momento, consideró no coger el taxi y el tren a Quantico, al menos no en este momento. Tal vez no importaría que llegara un día tarde a clases. Tal vez podría volver a hablar con Ryan cuando llegara a casa del trabajo. Tal vez podrían arreglar las cosas.
Pero entendió rápidamente que si volvía al apartamento ahora, tal vez nunca iría a Quantico.
Se estremeció ante la idea.
De alguna manera, sabía que su destino la esperaba en Quantico, y no se atrevía a perdérselo.
«Es ahora o nunca», pensó.
Agarró su maleta, salió del edificio y luego tomó un taxi a la estación de tren.
CAPÍTULO CUATRO
A Guy Dafoe no le gustaba levantarse tan temprano en la mañana. Pero al menos ahora trabajaba duro cuidando su propio ganado en vez de las manadas de otros. Sus tareas matutinas ahora valían mucho la pena.
El sol estaba saliendo, y sabía que sería un día hermoso. Le encantaba el olor de los campos y los sonidos del ganado.
Había pasado años trabajando en ranchos y manadas más grandes. Pero esta era su propia tierra, sus propios animales. Y estaba alimentando a estos animales bien, no artificialmente con grano y hormonas. Eso era un desperdicio de recursos, y el ganado que solo vivía para producir sufría mucho. Se sentía bien con lo que estaba haciendo.
Había usado todos sus ahorros para comprar esta granja y un poco de ganado para comenzar. Sabía que era un gran riesgo, pero tenía fe en que había futuro en las ventas de ganado alimentado con pasto. Era un mercado creciente.
Los becerros estaban agrupados alrededor del granero, donde los había encerrado anoche para comprobar su salud y desarrollo. Lo miraron y mugieron en voz baja, como si habían estado esperándolo.
Estaba orgulloso de su pequeña manada de Angus, y en ocasiones tenía que resistir la tentación de encariñarse con ellos, como si fueran mascotas. Estos eran animales destinados al consumo después de todo. Sería mala idea encariñarse con cualquiera de ellos.
Hoy quería llevar a los becerros al pasto cerca de la carretera. Se habían comido casi todo el pasto del campo en el que estaban ahora, y el pasto que estaba cerca de la carretera estaba listo para el pastoreo.
Justo cuando abrió la puerta de par en par, notó algo extraño en el lado lejano del campo. Parecía una especie de paquete cerca de la carretera.
—Sea lo que sea, probablemente no es bueno —dijo en voz alta.
Se deslizó por la abertura y cerró la puerta detrás de él, dejando a los potros de un año donde estaban. No quería llevar su ganado hasta el pasto hasta que descubriera qué era ese objeto extraño.
Mientras caminaba por el campo, se sintió más desconcertado. Parecía una gran maraña de alambre de púas que colgaba de un poste. Tal vez un rollo de alambre de púas había salido volando del camión de alguien y terminado allí.
Pero mientras se acercaba, vio que no era un rollo nuevo. Era una maraña de alambre viejo, envuelto en todas las direcciones.
No tenía sentido.
Cuando llegó a la maraña y la miró fijamente, se dio cuenta de que había algo adentro.
Se inclinó, lo miró de cerca y se congeló.
—¡Dios mío! —gritó, saltando hacia atrás.
Pero tal vez solo se lo estaba imaginando. Se obligó a mirar de nuevo.
No, no se lo estaba imaginando… era el rostro de una mujer, pálido y desfigurado de agonía.
Se acercó para quitarle el alambre, pero se detuvo rápidamente.
«Es inútil —se dio cuenta—. Está muerta.»
Se tambaleó hasta el próximo poste, se apoyó en él y vomitó violentamente.
«Recomponte», se dijo a sí mismo.
Tenía que llamar a la policía de inmediato.
En ese momento, se echó a correr hacia su casa.
CAPÍTULO CINCO
El agente especial Jake Crivaro se sentó de golpe cuando el teléfono de su oficina sonó.
Las cosas habían estado demasiado tranquilas en Quantico desde su regreso el día de ayer. Y en este momento, sus instintos le estaban diciendo que se trataba de un nuevo caso.
Efectivamente, tan pronto como cogió el teléfono, escuchó la voz sonora del agente especial a cargo Erik Lehl:
—Crivaro, te necesito en mi oficina de inmediato.
—Enseguida, señor —dijo Crivaro.
Crivaro colgó el teléfono y agarró su bolsa de viaje, la cual siempre mantenía a la mano. El agente Lehl estaba siendo aún más lacónico de lo habitual, lo que sin duda significaba que se trataba de un asunto urgente. Crivaro estaba seguro de que viajaría a algún lugar pronto, probablemente en menos de una hora.
Sintió su corazón bombeando un poco más rápido mientras corría por el pasillo. Era una buena sensación. Después de 10 semanas como mentor en el programa de prácticas del FBI, este era un bienvenido retorno a la normalidad.
Durante los primeros días del programa de verano, había sido alejado por un caso de asesinato, el notorio Asesino de Payasos. Después de eso, se había dispuesto a ser el mentor de uno de los pasantes, una chica talentosa pero exasperante llamada Riley Sweeney, quien había demostrado su brillantez sorprendente ayudándolo en el caso.
A pesar de ello, el programa había pasado demasiado lento para su gusto. No estaba acostumbrado a pasar tanto tiempo fuera del campo.
Cuando Jake entró en la oficina de Lehl, el hombre larguirucho se levantó de la silla para saludarlo. Erik Lehl era tan alto que casi no parecía caber en cualquier espacio que ocupaba. Otros agentes decían que parecía que llevaba zancos. A Jake le parecía como si estuviera hecho de zancos, un surtido torpemente montado de longitudes de madera que de alguna manera nunca parecían estar perfectamente coordinadas en sus movimientos. Pero el hombre había sido un excelente agente y se había ganado su puesto en la Unidad de Análisis de Conducta del FBI.
—No te pongas cómodo, Crivaro —dijo Lehl—. Te vas de inmediato.
Jake se mantuvo de pie obedientemente.
Lehl miró la carpeta de manila que sostenía y soltó un suspiro. Jake sabía de la tendencia de Lehl de tomarse cada caso muy en serio, incluso personalmente, como si se sintiera directamente insultado por cualquier tipo de criminalidad monstruosa.
No es de extrañar que Jake no recordaba haber visto a Lehl de buen humor ni siquiera una vez.
Después de todo, su trabajo era acabar con monstruos.
Y Jake