“No eres de aquí, ¿verdad?", preguntó el hombre.
Caitlin sintió cómo el la miraba a los ojos, y estaba segura que estaba sintiendo algo. Se dio cuenta de que no tenía sentido mentirle.
Lentamente, ella negó con la cabeza. "No, no lo soy."
Él la miró por un largo tiempo, y luego asintió lentamente con la cabeza, satisfecho.
"Vas a encontrarlo," él le dijo. "Puedo sentirlo."
Caitlin y Caleb caminaron hasta la orilla, las olas rompían junto a ellos, el olor pesado de la sal se sentía en el aire. Las brisas eran refrescantes, sobre todo después de haber estado tanto tiempo en el calor del desierto. Se volvieron y subieron una pequeña colina, en la cima estaba la antigua sinagoga.
Caitlin alzó la vista mientras se acercaban: estaba construida de una piedra caliza desgastada, parecía como si hubiera estado allí durante miles de años. Podía sentir la energía emerger del lugar; era un lugar sagrado, podía afirmarlo. Su gran puerta arqueada estaba entreabierta y crujió mientras se balanceaba con el viento, mecida por la brisa del mar.
A medida que caminaban por la colina, pasaron macizos de flores silvestres que crecían aparentemente de la roca, en la gama de colores brillantes propia del desierto. Eran las flores más hermosas que Caitlin jamás había visto en su vida, tan inesperadas, tan improbables en ese lugar desolado.
Llegaron a la cima de la colina y caminaron hasta la puerta. Caitlin sentía la estrella de David quemándole dentro su bolsillo y supo que era el lugar indicado.
Caitlin levantó la vista y sobre la puerta vio una gran estrella de David de oro incrustada en la piedra y rodeada de letras hebreas. Era increíble pensar que ella estaba a punto de entrar en un lugar donde Jesús había pasado tanto tiempo. De alguna manera, había esperado entrar a una iglesia pero, por supuesto, como lo había pensado, no tenía sentido porque las iglesias no se construyeron hasta después de su muerte. Parecía extraño pensar en Jesús en una sinagoga pero, después de todo, él había sido judío y un rabino, así que tenía todo el sentido.
Pero, ¿qué importancia tenía todo esto para la búsqueda de su padre? ¿Para encontrar el escudo? Cada vez más, sentía que todo estaba conectado, todos los siglos y las épocas y los lugares, toda la búsqueda por todos los monasterios e iglesias, todas las llaves, todos los cruces. Sintió que había un hilo conductor allí, justo delante de sus ojos. Sin embargo, aún no sabía qué era.
Era evidente que había algo sagrado, espiritual en lo que fuera que tenía que encontrar. Lo que también le pareció extraño porque, después de todo, éste era un mundo de vampiros. Pero, mientras lo pensaba, se dio cuenta de esta también era una guerra espiritual entre las fuerzas sobrenaturales del bien y el mal, los que querían proteger a la raza humana y los que querían perjudicarla. Y claramente, lo que fuera a encontrar tendría enormes consecuencias no sólo para la raza de los vampiros sino también para la raza humana.
La puerta estaba entreabierta y Caitlin se preguntó si sólo debían entrar.
"¿Hola?" Caitlin llamó.
Esperó unos segundos, su voz hizo eco. No hubo ninguna respuesta.
Ella miró a Caleb. Él asintió con la cabeza, también sentía que estaban en el lugar correcto. Ella levantó la mano, apoyó la palma de la mano sobre la antigua puerta de madera, y la empujó suavemente. La puerta crujió cuando se abrió, y los dos entraron al edificio que estaba a oscuras.
Hacía más frío en el interior protegido del sol, y le tomó a Caitlin un momento para que sus ojos se acostumbraran. Poco a poco, pudo ver con claridad y observar la habitación ante ella.
Era magnífica, muy diferente a todo lo que había visto antes. No era magnífica, como las demás iglesias en las que había estado; en realidad era un edificio humilde, construido de mármol y piedra caliza, adornado con columnas y tallas intrincadas en el techo. No había bancos, no había donde sentarse, era sólo un gran espacio abierto. En el otro extremo, había un altar sencillo pero en vez de una cruz encima, había una gran estrella de David. Detrás, había un pequeño armario de oro con imágenes de dos grandes volutas talladas en ella.
Sólo unas pocas pequeñas ventanas arqueadas se alineaban a lo largo de las paredes, y aunque la luz del sol entraba a raudales en algunos lugares, todavía estaba oscuro. Este lugar era muy silencioso, muy tranquilo. Caitlin oía sólo el estruendo lejano de las olas.
Caitlin y Caleb intercambiaron miradas y luego caminaron lentamente por el pasillo, hacia el altar. Mientras caminaban, sus pasos resonaban en el mármol, y Caitlin no pudo evitar tener la sensación de que los estaban observando.
Llegaron al final del pasillo y se pararon frente al gabinete de oro. Caitlin estudió los diagramas grabadas en el oro: eran tan detallados, tan intrincados, que le recordaba a la iglesia en Florencia, en el Duomo, sus puertas de oro. Parecía como si alguien hubiera pasado toda una vida tallándola. Además de las imágenes de las volutas, había letras hebreas a su alrededor. Caitlin se preguntó lo que había dentro.
"La Torá", dijo una voz.
Caitlin giró, sorprendida de escuchar otra voz. No entendía cómo alguien pudo haberse movido tan despacio arreglándoselas para que ella no pudiera detectarlo, y, sobre todo, leer su mente. Sólo una persona muy especial podría hacerlo. Ya sea un vampiro, o una persona santa, o ambos.
Un hombre que llevaba una túnica blanca, con la caperuza hacia atrás, con el pelo largo y castaño claro despeinado y barba caminaba hacia ellos. Tenía unos hermosos ojos azules y una cara compasiva iluminada con una sonrisa. Se veía atemporal, tal vez de unos 40 años, y se dirigía hacia ellos con una leve cojera, sostenía un bastón.
"Son los pergaminos del Antiguo Testamento. Los cinco libros de Moisés. Eso es lo que hay detrás de esas puertas de oro.”
Siguió acercándose hasta unos pocos metros de distancia, y se detuvo ante Caitlin y Caleb. Se quedó mirándola, y Caitlin pudo sentir la energía que salía de él. Era evidente de que no era una persona común y corriente.
"Yo soy Pablo", dijo, sin extender su mano, que descansaba sobre su bastón.
"Yo soy Caitlin, y él es mi marido, Caleb", respondió ella.
Él sonrió con gusto.
"Lo sé", respondió.
Caitlin se sintió como una tonta. Ese hombre, que era capaz de leer su mente tan fácilmente, sabía mucho más sobre ella que lo que sabía ella de él. Era una sensación extraña de que todas estas personas, en todos estos siglos y lugares, sabía acerca de ella y la habían estado esperando. La hacía sentir aun más que tenía un propósito, una misión. Pero también la frustraba porque no sabía lo que era, ni a dónde ir.
“Lo siento por haber entrado así", dijo Caleb. "Pero nos dijeron que Jesús oró en este lugar. Que estuvo aquí recientemente. ¿Es cierto?"
El hombre asintió lentamente con la cabeza, manteniendo los ojos fijos en Caitlin.
"Partieron a Jerusalén hace algún tiempo", dijo. "Si fueran de las personas que llegan para ser sanados, es demasiado tarde. Pero, de nuevo, sé que ustedes no han venido para eso. No. Tienen un propósito muy diferente, ¿no? ", les preguntó, sin dejar de mirar a Caitlin.
Caitlin asintió, sintiendo que ese hombre ya lo sabía todo. Y por primera vez en su vida, tuvo otro sentimiento: este hombre estaba cerca de su padre. Él sabía dónde estaba. La sensación le hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo. Nunca antes se había sentido tan cerca de él.
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