Te das cuenta de lo importantes que son algunas cosas solo cuando ya no las tienes.
Después de solo diez minutos, se decidió a salir de la ducha. El vapor habÃa empañado el espejo que estaba mal colgado, claramente torcido. Intentó enderezarlo, pero en cuanto lo soltó, volvió a su posición oblicua original. Decidió ignorarlo. Con el borde de la toalla limpió el agua que se habÃa depositado en él y se admiró. HacÃa unos años, le habÃan propuesto trabajar de modelo e incluso de actriz. Tal vez ahora podrÃa ser una diva del cine o la mujer de un rico jugador de fútbol, pero el dinero nunca le habÃa llamado la atención. PreferÃa sudar, comer polvo, estudiar textos antiguos y visitar lugares remotos. Siempre habÃa tenido la aventura corriéndole por las venas, y la emoción que le provocaba el descubrimiento de un objeto antiguo, sacar a la luz vestigios de hacÃa miles de años, no podÃa compararse con nada más.
Se acercó al espejo, demasiado, y vio aquellas malditas arrugas a ambos lados de los ojos. La mano se coló automáticamente en el neceser y sacó una de esas cremas que âte quitan diez años en una semanaâ. Se la untó con cuidado en el rostro y se observó atentamente. ¿Qué pretendÃa? ¿Un milagro? Después de todo, el efecto era visible solo pasados âsiete dÃasâ.
Sonrió por ella y por todas las mujeres que se dejaban embaucar por la publicidad.
El reloj, colgado en la pared sobre la cama, indicaba las 19:40. Nunca conseguirÃa estar preparada en solo veinte minutos.
Se secó lo más rápido posible, dejando ligeramente mojados los largos cabellos rubios y se plantó frente al armario de madera oscura, donde guardaba los pocos vestidos elegantes que habÃa conseguido llevarse. En otro momento, habrÃa sido capaz de pasar horas para elegir el vestido apropiado para la ocasión, pero esa noche la elección debÃa ser rápida. Optó, sin pensar demasiado, por el vestido negro corto. Era muy elegante, considerablemente sexy, pero sin ser vulgar, con un generoso escote que sin duda realzaba su exuberante talla noventa. Lo cogió y, con un elegante gesto de la mano, lo lanzó a la cama.
19:50. Aunque fuera una mujer, odiaba llegar tarde.
Se asomó por la ventana y vio un SUV oscuro, increÃblemente brillante, justo delante de la puerta del hotel. El que debÃa ser el chófer, un chico joven vestido con ropa militar, estaba apoyado en el capó y pasaba la espera fumando tranquilamente un cigarro.
Hizo todo lo que pudo por realzar sus ojos con lápiz y máscara de pestañas, se pasó rápidamente el carmÃn por los labios y, mientras intentaba extenderlo uniformemente lanzando besos al vacÃo, se colocó sus pendientes preferidos, luchando bastante para encontrar los agujeros.
Efectivamente, hacÃa ya mucho tiempo que no salÃa de noche. El trabajo la forzaba a viajar por todo el mundo y no habÃa sido capaz de encontrar una persona para una relación estable, que durara más de unos meses. El instinto maternal innato que toda mujer tiene y que habÃa hábilmente ignorado desde que era adolescente, ahora, al aproximarse la fecha de caducidad biológica, se dejaba notar cada vez más a menudo. Quizás habÃa llegado el momento de formar una familia.
Eliminó lo más rápidamente posible ese pensamiento. Se puso el vestido, se calzó el único par de zapatos de doce centÃmetros de tacón que habÃa llevado y, con amplios movimientos, se roció ambos lados del cuello con su perfume preferido. Foulard de seda, gran bolso negro. Estaba lista. Una última comprobación ante el espejo colgado en la pared, cerca de la puerta y manchado en varios puntos, le confirmó la perfección de su atuendo. Giró la cabeza y salió con aire satisfecho.
El joven chofer, después de recolocar el mentón, que se le habÃa caÃdo al ver a Elisa saliendo con paso de modelo del hotel, en su sitio, tiró el segundo cigarro que acababa de encender y corrió a abrirle la puerta del coche.
«Buenas noches, doctora Hunter. ¿Podemos partir?», preguntó con aire titubeante el militar.
«Buenas noches», respondió ella poniendo a prueba su maravillosa sonrisa. «Estoy lista».
«Gracias por llevarme», añadió mientras subÃa al coche, sabiendo perfectamente que su falda se levantarÃa ligeramente y mostrarÃa una parte de sus piernas al avergonzado militar.
Siempre le habÃa encantado sentirse admirada.
Nave Espacial Theos â Alarma de proximidad
El sistema O^COM materializó inmediatamente frente a Azakis un extraño objeto cuyos bordes, debido a la baja resolución obtenida por los sensores de largo alcance que lo detectaban, no estaban bien definidos. Definitivamente estaba en movimiento y avanzaba claramente hacia ellos. El sistema de alarmas de proximidad informaba de que la probabilidad de impacto entre la Theos y el objeto desconocido era superior al 96% si ninguno de los dos modificaba su ruta.
Azakis se apresuró a entrar en el módulo de transferencia más cercano. «Cubierta», ordenó categóricamente al sistema de control automatizado.
Después de cinco segundos, la puerta se abrió silbando y en la gran pantalla central de la sala de mandos aparecÃa, aún muy desenfocado, el objeto que se encontraba en trayectoria de colisión con la nave.
Casi al mismo tiempo, otra puerta cerca de él se abrió y entró Petri sin aliento.
«¿Qué demonios está sucediendo?», preguntó el amigo. «No deberÃa haber meteoritos en esta zona», exclamó asombrado, observando también la gran pantalla.
«No creo que sea un meteorito».
«Y si no es un meteorito, ¿entonces qué es?», preguntó Petri visiblemente preocupado.
«Si no corregimos inmediatamente la trayectoria, lo podrás ver con tus propios ojos, cuando nos lo encontremos clavado en la cubierta».
Petri toqueteó inmediatamente los mandos de navegación y configuró una ligera variación de trayectoria respecto a la establecida anteriormente.
«Impacto en 90 segundos», comunicó sin emociones la cálida voz femenina del sistema de alarmas de proximidad. «Distancia del objeto: 276.000 kilómetros, acercándose».
«¡Petri, haz algo, y hazlo rápido!», gritó Azakis.
«Ya lo estoy haciendo, pero esa cosa va demasiado rápida».
La estimación de la probabilidad de impacto, visible en la pantalla a la derecha del objeto, descendÃa lentamente. 90%, 86%, 82%.
«No lo conseguiremos», dijo Azakis con un hilo de voz.
«Amigo mÃo, aún tiene que nacer un âobjeto misteriosoâ capaz de destrozar mi nave», afirmó Petri con una sonrisa diabólica.
Con una maniobra que les hizo perder el equilibrio momentáneamente, Petri impuso a los dos motores Bousen una instantánea inversión de la polaridad. La nave espacial tembló durante un largo instante y solo el sofisticado sistema de gravedad artificial, procediendo a compensar inmediatamente la variación, impidió que toda la tripulación acabara estampada en la pared de delante.
«Buena jugada», exclamó Azakis dando una fuerte palmada en la espalda de su amigo. «Pero ahora, ¿cómo pretendes parar la rotación?» Los objetos a su alrededor habÃan empezado a elevarse y a girar descontroladamente en