Marcos no habÃa resistido mucho y habÃa preguntado uno de ellos, algo menor que los demás, Juan Bar Zebedeo, que estaba a la cola del grupo a su lado y era el único que parecÃa completamente tranquilo:
â¿Por qué tu condiscÃpulo ha abandonado casi corriendo la cena y no ha vuelto?
âHa recibido un encargo imprevisto del maestro âhabÃa respondido el otro, confirmando su hipótesisâ, pero no sabrÃa decirte cuál, porque le ha hablado en voz baja. Sé que, en un tono más alto, le ha exhortado finalmente diciéndole: «¡Lo que tengas que hacer, hazlo rápido!». HabÃa supuesto que le habÃa enviado a buscar más provisiones, pero, visto que Judas no ha vuelto todavÃa, ahora no sé qué pensar, ni me atrevo a preguntárselo al rabino.
HabÃa intervenido Jacobo Bar Alfeo, pariente del maestro, que marchaba justamente delante de los dos y, girando al cabeza habÃa susurrado a su condiscÃpulo:
âNo estoy en absoluto tranquilo desde que en la cena el rabino nos ha anunciado que uno de nosotros le traicionará y él será arrestado, mientras que nosotros huiremos.
â¿No podrÃa ser Judas el traidor? âhabÃa intervenido Marcos.
âNo âhabÃa considerado Bar Alfeo, siempre en voz bajaâ, ¿le harÃa el maestro un encargo de confianza su hubiera sospechado de él? Y, además, solo después de que Judas se ha ido nos ha dicho que le abandonarÃamos, asà que pienso que el renegado está entre nosotros once, aunque sin duda no soy yo.
â⦠¡Ni mucho menos yo! âse habÃa picado Juan, como si el otro hubiera sospechado de él, y habÃa proseguidoâ: Te has olvidado de añadir que el maestro también ha dicho que uno de nosotros sin embargo no huirá y estará con él hasta su muerte y creo que seré ese discÃpulo âSu voz apasionada habÃa atraÃdo la atención de todo el grupo, incluido el rabino, que se habÃa detenido y girado hacia él. En este momento habÃa empezado un vocerÃo en torno al maestro, en primer lugar, por parte de un tal Simón Pedro, que habÃa exclamado:
â¡No te abandonaré nunca, nunca, nunca!
Su hermano Andrés, para no ser menos habÃa dicho con furor:
â⦠¡Y no pienses que yo me iré, rabbonì! âPalabra que significa maestro mÃo e imprime la máxima devoción posible hacia el propio rabino.
De Jacobo Bar Alfeo habÃa salido un grito, o casi:
â¡No escuchéis a Juan! Yo soy el que no le abandonará.
Uno de nombre Tadeo habÃa dicho:
â¿Y quién podrÃa abandonar a un maestro como tú?
En resumen, uno por uno, todos habÃan prometido fidelidad absoluta, asà que, como si se hubieran puesto de acuerdo antes, habÃan dicho al unÃsono:
â¡Ninguno de nosotros te abandonará nunca, oh, rabbonì!
âPedro, tu que has prometido el primero, has de saber que, antes de que el gallo cante dos veces, tú me habrás negado tres âhabÃa profetizado el maestroâ, y como os habÃa anunciado, todos vosotros escapareis dentro de poco, salvo uno: y ahora os digo que este es el joven Juan âLuego, tras dar la orden de no hablar más, el maestro se volvió a sumir en sus propios pensamientos.
Llegados al terreno de GetsemanÃ, Marcos y ocho de los once habÃan entrado en la amplia cabaña de las herramientas y se habÃan tumbado en el suelo, en las zonas libres de utensilios, para dormir. Por el contrario, los discÃpulos Simón Bar Ioná, llamado Pedro y los hermanos Juan y Jacobo Bar Zebedeo, obedeciendo una orden del maestro, habÃan intentado en vano mantenerse despiertos en oración con él entre los olivos.
Apenas un par de horas más tarde, en el momento más oscuro de la noche, se habÃa sabido que el traidor anunciado era Judas, como habÃa sospechado Marcos. Entonces habÃa aparecido el Iscariote a la cabeza de unos guardias del sanedrÃn que empuñaban espadas y bastones y habÃa identificado al rabino, que habÃa sido arrestado. Sabiendo la intención del maestro de subir al olivar por la noche, el malvado discÃpulo debÃa haber informado a los jefes de Israel, que habÃan visto la posibilidad de poder arrestar secretamente al odiado y peligroso nazareno aprovechando la oscuridad y el aislamiento de la zona, sin correr el riesgo de una sublevación de la gente que simpatizaba con él. En realidad, al dÃa siguiente, sujeto como siempre a las últimas sugerencias superficiales instigadas por los agentes del sumo sacerdote Caifás, esta pedirÃa a Pilatos que el arrestado fuera eliminado.9
A Judas, como se sabrÃa luego en Jerusalén, le habÃan dado como recompensa treinta monedas de plata, el precio de un esclavo robusto o de un pequeño terreno. La exhortación que le habÃa lanzado el maestro, «Lo que tengas que hacer, hazlo rápido», podÃa tener además un significado. PodÃa tratarse, como habÃa pensado Marcos, del deseo del nazareno de no estar mucho tiempo presa de la ansiedad: el rabino debÃa haberse dado cuenta de que no tenÃa escapatoria, de que entonces, al ser muy odiado por los jefes de Israel por sus innumerables ataques contra ellos, aunque hubiese huido le habrÃan encontrado y, por tanto, que era inevitable su martirio. Una vez conocida la voluntad de Judas de denunciarlo, debÃa haberla considerado una liberación de la angustiosa espera y, por tanto, tras informar al discÃpulo que sabÃa todo, debÃa haberlo exhortado a no demorarse.
Con el alboroto que habÃa seguido a la llegada de los guardias, los nueve que reposaban en la cabaña se habÃan despertado y habÃan corrido a ver qué pasaba. Marcos, que para estar más cómodo dormÃa sin ropas envuelto en la tela, habÃa salido en ese estado. Un soldado, temiendo que escondiera un arma bajo la sábana, se la habÃa arrancado violentamente y el joven, desnudo, habÃa huido precipitadamente en la oscuridad. Se habÃa parado algo más allá para recuperar el aliento, junto a un olivo pluricentenario, rechinando los dientes por el frÃo de la noche y maldiciendo su costumbre de dormir desnudo. HabÃa oÃdo pasar a muchos hombres huyendo: habÃa sabido enseguida que se trataba de los discÃpulos del arrestado, que, después de haberle prometido que no le abandonarÃan nunca, estaban escapando precipitadamente. Mucho tiempo después, cuando estuvo completamente seguro de que los guardias habÃan abandonado el lugar del arresto y Getsemanà habÃa quedado desierto, el joven habÃa vuelto a la cabaña a recuperar sus ropas. Tras vestirse, se habÃa dirigido a su casa con cautela. Una vez llegado, habÃa relatado los últimos acontecimientos a su madre, que, en cuanto se dio cuenta del peligro que habÃa corrido marcos, le habrÃa gritado con gran severidad;
â¿Has visto qué pasa cuando desobedeces a tu madre? ¡Sé un buen hijo! ¿Por qué eres tan malo conmigo? âSolo después de desfogarse se habÃa preocupado por el maestro arrestado.
Madre e hijo habÃan conocido el resto de los acontecimientos por los discÃpulos del rabino Pedro y Juan: los once, como el propio Marcos, habÃan huido en la oscuridad tras el arresto, pero nueve habÃan vuelto rápidamente uno a uno al comedor, mientras que los dos primeros habÃan seguido a escondidas los acontecimientos hasta el alba. Luego Pedro se habÃa refugiado en casa de MarÃa y Marcos y les habÃa referido lo que habÃa visto, mientras que Juan habÃa asistido además a la muerte del nazareno en la cruz antes de volver y narrar el último acto de la tragedia. En resumen: esa noche el rabino habÃa sido condenado oficiosamente por aquellos miembros del sanedrÃn que habÃa podido reunir en la oscuridad el sumo sacerdote en su propio palacio y luego, con