La cogió de la mano, la llevó hacia afuera y la acompañó hasta dentro del coche. — ¡Menudo caballero! —le dijo. — Debe ser el efecto de la americana, pero con corbata lo soy aún más. Se sentaron el uno junto al otro y se rieron. De repente pararon y se miraron a los ojos. Paolo le puso una mano detrás del cuello, se acercó a ella con dulzura y la besó con una pasión que hacía años que no sentía.
La velada transcurrió en un restaurante rural frente al lago. Durante el día atraía a turistas y familias y por la noche se transformaba en un sitio romántico para parejas. De por sí a esa hora había poquísimos visitantes, pero aquél día, aparte de ellos, sólo dos mesas más habían sido reservadas. Antes de entrar se quedaron admirando la belleza del lago, iluminado por la luz de la luna, que se reflejaba en él. A su alrededor los árboles eran aprisionados por el agua como en un lienzo, absorbidos por las montañas. Por tercera vez aquél día la envolvió una sensación de paz, esta vez de la mano de ese atractivo hombre que había entrado en su vida como un tornado. Sara se sorprendió al darse cuenta de que no sentía ningún remordimiento respecto a su familia por estar con otro hombre. Se sentía otra persona, como si hubiera abandonado el cuerpo de la esposa perfecta en el tren que llegaba de Roma. En ningún momento había dejado de querer a su marido, pero lo que sentía en ese preciso instante sofocaba el pasado y su único deseo era vivir el nuevo presente.
Se sentaron ante una gran ventana y continuaron admirando el lago, que cada vez era más oscuro, absorbido por las tinieblas de la noche. Paolo había pensado en todo. Nada más sentarse el camarero les sirvió una copa de vino tinto y un entrante con embutidos y queso típicos del lugar.
1 — Espero que no te hayas aburrido con tanto queso hoy. —le dijo Paolo sonriendo, y añadió— Habrá más sorpresas… hasta mañana por la mañana, ¿estás lista?
1 — ¡Sí!
CAPÍTULO 7
EL LAGO
La cena transcurrió entre platos característicos del lugar y las historias de Paolo sobre su vida y sobre las montañas. De vez en cuando gesticulaba en sus explicaciones y los ojos le brillaban, tanto era su amor por aquél lugar. Acabaron hablando de Elena y sus trabajos. Hace un año había organizado una exposición fotográfica en Bresanona. Empezó en una sala de arte en la plaza principal y acabó exponiendo la obra por toda la ciudad. Un verdadero recorrido artístico que había calado en todos los habitantes. Fue un evento de gran importancia, sin precedentes en la zona. Atrajo a una cantidad ingente de turistas que ocuparon cada centímetro del lugar y recorrieron las preciosas calles hasta encontrarse con las gigantescas fotos en blanco y negro, sepia o en color, reuniéndolos a todos en una especie de búsqueda del tesoro. Grandes y pequeños paseaban por las callejuelas intentando encontrar la siguiente fotografía, admirarla y desvelar sus distintos significados. Algunas fotos retrataban rostros corrientes, de ancianos pueblerinos, de campesinos perdidos entre los campos cultivados. Otras representaban la naturaleza, las montañas, luces peculiares capturadas por el agua de la cascada. Uno podía perderse en ellas y quedaba cautivado con sólo escuchar su descripción.
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