Enfurecidos los tumultuantes, y llenos de rabiosa cólera, unos despedian hondazos contra los balcones, y otros procuraban incendiar la casa. Las mugeres se empleaban en acarrear piedras las mas sólidas y fuertes que encontraban en las minas, cuidando no faltase á los hombres esta provision. Pasaban ya de 4,000 los amotinados, crecia el peligro de los europeos, encerrados en la casa de Endeiza, y se aguardaba por instantes fuesen víctima del populacho. Para evitarlo, salió de la iglesia de la Merced el Señor Sacramentado, cuya diligencia no sirvió de otra cosa que á aumentar el delito de aquellos bárbaros con el mayor sacrilegio: porque desprendidos de toda humanidad, faltaron tambien á la veneracion y respeto debido al Dios de los cielos y tierra, pues no hicieron caso de su presencia real, y continuaron el asalto de la casa. El corregidor, antes que oyese tiro alguno, pasó á casa de D. Manuel de Herrera, y le rogó encarecidamente saliese con él por las calles á apaciguar el tumulto, para ver si con su respeto conseguia lo que no habia podido lograr despues de haber empleado muchos medios; á que le respondió no era ya tiempo, y siguió jugando tranquilamente con el cura de Sorasora, D. Isidoro Velasco, y otros, á quienes interesaba poco la consternacion en que estaba el pueblo. Viéndose el corregidor desengañado, y cerciorado que procuraban quitarle la vida, se vió precisado á emprender la fuga para salvarla, y desde la misma casa de Herrera salió al campo, sin llevar prevencion alguna para el camino, y tomando el de Cochabamba, logró asilarse en la villa, capital de aquella provincia.
Continuaron los amotinados sus diligencias, y para que no desmayasen de la empresa, gritaban algunos por las calles:—"Ea, criollos y criollas, acarreen piedras para matar á los chapetones, pues ellos han sido nuestros enemigos:" y para irritar y conmover los ánimos, decian unas veces "ya le quitaron la cabeza á D. Jacinto Rodriguez:" otros, "han muerto 30 paisanos nuestros." Pero entre ellos quien sobresalia mas que todos era D. Juan Montesinos, que decia á grandes voces:—"Vayan hombres y mugeres á mi casa, y saquen leña y paja para pegar fuego, y acabar con estos traidores chapetones:" lo que practicaran inmediatamente, incendiando los balcones y tienda principal, con lo que, obligados á salir por los tejados aquellos infelices europeos, se pasaron á las casas inmediatas. Luego que lo advirtieron, tomaron todas las avenidas, y no hallando otro recurso que el de salir huyendo por la puerta de la calle: se resolvieron á egecutarlo, pero acometidos de un furioso tropel de criollos, los iban matando así como iban saliendo, hasta dejarlos despedazados é inconocibles. Mientras los unos se ocupaban en estas crueldades, y en quemar la casa, otros juntamente con las mugeres, saqueaban las tiendas y viviendas altas, donde se atesoraron hasta 700,000 pesos de los mismos europeos, y otros que, persuadidos los tendrian seguros, los depositaron en su poder, en las especies de oro, plata sellada, barras, piñas, efectos de Castilla y de la tierra: habiendo ya saqueado antes la tienda de un criollo, llamado Pantaleon Martinez, con el pretexto de que era cómplice en el supuesto intento de los europeos, por cuyo motivo debia perder todos sus haberes, y morir con ellos.
A las cinco de la mañana del dia 11 se veia ya el lamentable espectáculo de muchos muertos, tendidos por las calles, desnudos y tan despedazados, que era preciso examinarlos con gran proligidad para conocerlos. No contentos con esta venganza, los mandaron llevar al sitio afrentoso del rollo, y de allí los pasaron á los umbrales de la cárcel, donde los mantuvieron dos dias, siendo los mas de ellos pasto de los perros. Se comprendieron en esta desgracia, D. José Endeiza, D. Juan Blanco, D. Miguel Salinas, D. Juan Pedro Ximenez, D. Juan Vicente Larran, D. Domingo Pavia, D. Ramon Llano, D. José Cayetano Casas, D. Antonio Sanchez, D. Francisco Palazuelos, otros que no se conocieron, y cinco negros. Siguieron los asesinos llevándose en dia claro los robos que egecutaban, diciendo públicamente lo habian ganado en buena guerra, y que por derecho les tocaba: y dirigiéndose despues á la cárcel, abrieron las puertas, echaron fuera todos los presos, y luego salieron diciendo en altas voces: Viva nuestro Justicia Mayor, D. Jacinto Rodriguez: caminando juntos con grande algazara y alegria, tocando cajas y clarines, lo sacaron de su casa, le hicieron dar vuelta por la plaza mayor, y repitiendo las aclamaciones, lo volvieron á ella, y habiendo subido el cura vicario á los balcones de la casa capitular, á preguntarles qué era lo que solicitaban para sosegarse, respondieron todos á una voz:—Queremos por Justicia Mayor á D. Jacinto Rodriguez, y que el corregidor y demas chapetones salgan luego del lugar, desterrados á vista nuestra.
A las doce del dia empezaron á entrar algunos trozos de indios, tocando sus ruidosas cornetas, y armados de hondas y palos. Con horror de la naturaleza se veia, que despues de rendir la obediencia á D. Jacinto, para asegurarle con sus acostumbradas demostraciones de rendimiento, que eran venidos á defender su vida, cuyas expresiones gratificaba con generosidad, salian corriendo unidos con los criollos á ver los muertos, encarnizándose de modo que descargaban nuevamente su furia contra los cadáveres despedazados, dándoles palos, procurando todos ensangrentar sus manos, y bañarlas en aquella sangre inocente. De allí pasaron á las casas de D. Manuel Herrera, del capitan Menacho, y de su cuñado D. Antonio Quiros, á quienes distinguian con iguales honores. El resto de la tarde lo emplearon en examinar las casas donde presumian habia algun caudal para saquearlas, y en reconocer los lugares mas ocultos, donde sospechaban se hubiese escondido algun europeo, de los que se habian libertado la noche antecedente. Continuaban entrando en tropas los indios, que estaban convocados en las inmediaciones. Venian con banderas blancas, y salian los criollos á recibirlos, dándoles muchos abrazos, y les instaban para que entrasen á la iglesia matriz en busca de los europeos fugitivos, y cuando no pudiesen haberlos á las manos, á lo menos se hiciesen entregar las armas que habian escondido en ella. Consiguieron esto, porque el cura, á fin de que no violasen el sagrado, les entregó varias pistolas y sables; mas no contentos con ellas, pedian otras con insolencia, y no teniendo el cura modo de contentarles, determinó subirse á la cima del rollo á predicar, y darse una disciplina en público: cuyo acto, lejos de enternecerlos, les provocó la risa, é insolentándose mas, le despidieron algunos hondazos, con cuya eficaz insinuacion le hicieron bajar bien á prisa. A este tiempo habia sacado en procesion el Prior de San Agustin, acompañado de las comunidades de San Francisco y de la Merced, la devota efigie del Santo-Cristo de Burgos, llevándole en procesion por las calles, plazas y extramuros de la villa, pero solo le acompañaban las viejas: y sin hacer aprecio ni respetar tan sagrada imagen, se ocupaban los criollos, unidos con los indios, en saquear la casa del corregidor. Y habiéndole suplicada al Padre Prior se dirigiese por la calle del Tambo de Jerusalem, por ver si contenia á los indios que estaban derribando la puerta de la tienda de D. Francisco Resa, lo egecutó, pero nada pudo conseguir, antes si ocasionó que los indios empezasen á declarar su apostasia á la religion católica, que hasta entonces se juzgaba habian profesado: pues dijeron en alta voz, que dicha imagen no suponia mas que cualquiera pedazo de maguey ó pasta, y que como de estos y otros engaños padecian por los pintores.
Ya empezaba á sentirse la consternacion que causaban los indios, que habian entrado en la villa en el espacio de 6 horas, cuyo número pasaba de 4,000, convocados por D. Jacinto Rodriguez y sus parciales: uno de ellos dijo al tiempo de entrar los de