01:57
Encerrado11, Roberto no se lo puede creer, golpea la puerta varias veces con las manos y el pie, busca su teléfono en todos los bolsillos, no está.
– ¡Aaaaaaaaaaaggggggghhhhhh! – Grita con rabia.
La habitación es oscura, sólo tiene una pequeña luz naranja arriba de la puerta, se pregunta cómo ha terminado en esa situación, atrapado en un sótano, no tiene forma de comunicarse con el exterior, golpea la puerta con más fuerza.
02:35
Está sudando, en la última media hora ha intentado abrir la puerta metálica de mil formas diferentes: ha gritado con todas sus fuerzas, ha golpeado tuberías y techo sin respuesta. Tiene su pistola USP Compact de 9mm reglamentaria con 12 balas12, empieza a pensar en utilizarla para abrir la puerta, lo ha visto en las películas, pero sabe que en la práctica es algo inútil, el candado está al otro lado y es casi imposible romperlo de un disparo sin saber con exactitud dónde se encuentra.
Examina la sala de nuevo, todos y cada uno de los rincones de la oscura habitación; las paredes son de ladrillo, el suelo está lleno de polvo, hay un fuerte olor a humedad, no hay ventanas y las tuberías desaparecen en algún lugar del techo al que no puede llegar. Busca un detector de humos pero no lo encuentra, da una patada13 tras otra a la puerta con todas sus fuerzas, finalmente se rinde y se sienta en el suelo agotado.
03:12
Atrapado en el sótano de aquel viejo edificio Roberto siente como el tiempo pasa horriblemente lento. Desde pequeño odia las cucarachas y en la última hora ha visto más que en toda su vida. Piensa en el Culebra, en Natasha y en el rumano de la discoteca, recuerda todas las conversaciones que ha tenido esa noche.
Estar encerrado es algo inhumano, imagina como debe sufrir el «Mimi» en estos momentos, igual que él, prisionero en una habitación sin saber nada del mundo exterior, pensando en las personas que están fuera.
Hace mucho tiempo que no ha estado tanto tiempo sentado y sin hacer nada, utilizando la cabeza sólo para pensar, el trabajo y la tecnología han colapsado su cerebro en los últimos meses. Recuerda a su familia y amigos a los que no escribe ni llama desde hace tiempo, piensa en buenos momentos que ha pasado en el pueblo de sus abuelos, por un momento consigue relajarse y sus ojos se cierran solos.
Tarda menos de un minuto en abrirlos, está en el suelo con la espalda apoyada en la pared, tiene la puerta enfrente suyo a unos 3 metros, saca la pistola y apunta, se concentra y respira profundamente, hace calor, mucho calor. Cuenta hacia atrás:
– Tres… dos… uno… – Respira una vez más.
– ¡Bang! ¡Bang! – El sonido de los disparos hace eco en toda la sala, las balas atraviesan la puerta metálica.
Roberto se levanta, da una patada a la puerta con toda su energía, sin embargo esta no se mueve ni un centímetro. Vuelve a apuntar con la pistola, esta vez de mucho más cerca.
– ¡Bang!… ¡Bang!… ¡Bang!…
Golpea la puerta con rabia, no consigue abrirla.
– ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! ¡Bang!
La puerta recibe empujones, patadas y puñetazos14 durante dos intensos minutos, sigue sin abrirse.
Roberto vuelve a sentarse en el suelo, mira a la caldera y piensa que va a morir de calor en ese horrible sótano.
– ¡Calor! ¡Eso es! – Una idea pasa por su mente, una forma de atraer a los vecinos hasta la caldera, piensa en las noches que no ha podido dormir debido al clima caluroso de Alicante.
Se levanta de un salto, busca los controles de la caldera, los encuentra en seguida, enciende la maquinaria a máxima potencia, abre todas las llaves de paso de las tuberías y escucha como el calor sube rápidamente hacia el edificio. Sabe que si los vecinos se dan cuenta de que tienen la calefacción encendida van a bajar a apagarla, sólo tiene que esperar.
03:50
Ha pasado un poco más de media hora cuando escucha pasos al otro lado de la puerta, alguien abre el candado con una llave y Roberto vuelve a ver la luz. Un hombre de unos 70 años con pijama y cara de sueño está inmóvil bajo la luz naranja, paralizado, sorprendido.
– Soy agente de policía, me han encerrado en su sótano, ya puede usted apagar la calefacción. – La voz de Roberto suena un poco agresiva pero no está de buen humor y no intenta remediarlo
El inspector sube las escaleras mientras el hombre del pijama no sabe cómo reaccionar ante la situación que está viviendo.
Ya en la calle vuelve sobre sus pasos, pasa por la plaza, ahora está totalmente desierta, ni rastro de los grupos de jóvenes. Roberto salta otra vez la valla del jardín y allí en el suelo lo encuentra, su teléfono móvil. Tiene dos llamadas perdidas de la comisaría, seguro que es Cristina con información interesante, piensa en llamarla pero no lo hace, antes quiere terminar lo que ha ido a hacer a San Gabriel, buscar al primo del «Mimi».
Daniel vive en un bloque de los años ochenta, la mayoría de estos edificios tienen la misma distribución, Roberto los conoce bien, una vivienda a cada lado de una escalera en mal estado que parece no terminar nunca. Encuentra el portal abierto, entra y comprueba el buzón15, la casa está en el último piso.
– ¡Mierda!
Empieza a subir las escaleras, sabe que la primera reacción de la gente es muy importante por eso quiere ver la cara de Daniel al preguntarle por su primo.
Subir seis pisos después de haber estado encerrado en un sótano es como correr una maratón de resaca, piensa.
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