Cuando Devadatta supo qué había pasado, decidió llevar a cabo los planes por su cuenta. Empezó por vigilar los pasos de su adversario hasta que un día vio que se adentraba por un camino de montaña; decidió entonces apostarse en un promontorio para empujar sobre su enemigo una gran roca con la esperanza de que lo aplastara. Sin embargo, la roca se desvió y acabó partida en mil pedazos. Al día siguiente, mientras Gautama caminaba por las calles de Rajagriha, vio venir hacia él un elefante furioso al que el malvado había provocado para conseguir su objetivo. Sin embargo, poco antes de llegar hasta el Maestro, la enorme bestia se detuvo bruscamente, se arrodilló y barritó hacia los cuatro puntos cardinales como muestra de veneración.
Después de este nuevo fracaso, Devadatta reprimió su ira a la vez que reforzó el deseo de conseguir su objetivo. Hacía ya algún tiempo que, gracias a su habilidad y facilidad para componer discursos, había sabido atraer hacia su causa a un cierto número de religiosos. Consciente de los perversos efectos de su doctrina y preocupado por iluminar a los que se extraviaban, el Perfecto había enviado a su buen discípulo Sariputra a fin de que recondujera hacia el camino correcto a los hombres descarriados. Cuando se enteró, Devadatta tuvo un terrible acceso de rabia y fue directamente a reunirse con su tío. Pero cuando estuvo ante él, el suelo se abrió bajo sus pasos y, lentamente, a fin de que todos pudieran ver el castigo, se hundió en la tierra hasta llegar a la región infernal del Avitchi.
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