El mundo prodigioso de los ángeles. Susana Rodriguez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Susana Rodriguez
Издательство: Parkstone International Publishing
Серия:
Жанр произведения: Зарубежная эзотерическая и религиозная литература
Год издания: 2011
isbn: 978-84-315-5168-1
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mismos, no poseen ningún poder. «Por esta razón no se da ningún mérito a los ángeles, puesto que son contrarios a cualquier elogio sobre lo que hacen y atribuyen cada alabanza y cada gloria al Señor».

      Al hablar de las tareas propias de los ángeles, vale la pena citar una afirmación de Swedenborg en su obra Cielo e infierno: «Es tan grande el poder de los ángeles en el mundo espiritual que, si yo tuviera que dar a conocer todo aquello de lo que he sido testimonio, sería difícil creerme. Los ángeles derriban y eliminan, con un simple movimiento de la voluntad, cualquier obstáculo que sea contrario al orden divino».

      La teoría de Teilhard de Chardin

      El proceso evolutivo desde los niveles inferiores hasta los superiores fue descrito de manera maravillosa por Teilhard de Chardin. Su teoría es una de las más audaces y sugestivas hipótesis a partir del principio de la evolución aplicado a la realidad universal y al hombre.

      Pierre Teilhard de Chardin, jesuita francés que vivió entre 1881 y 1955, fue un científico dedicado a la geología y la paleontología, pero también un filósofo y un teólogo de gran renombre, además de un pensador de gran envergadura y originalidad, dedicado a reconciliar el principio de la evolución con la fe cristiana para restituir al hombre una esperanza concreta en el futuro.

      En sus obras intenta dar una nueva interpretación del cristianismo en términos modernos, y presenta para ello una visión muy original del cosmos, del hombre y del sentido de la vida; partiendo de la ciencia, propone al hombre como la clave y la mayor cima cualitativa del universo.

      Teilhard, desde una perspectiva evolucionista generalizada, desarrolla su pensamiento en tres niveles distintos.

      En el primer nivel, el científico, nos encontramos con un proceso en que la materia, partiendo de un estado de simplicidad elemental, se complica asumiendo la forma de cuerpos cada vez más evolucionados hasta la aparición de la vida. En condiciones particulares, la vida se manifiesta por generación espontánea sobre la Tierra y quizá también en otros lugares. El proceso está gobernado por la ley de complejidad y conocimiento, por la que a estructuras orgánicas cada vez más complejas corresponde una conciencia cada vez mayor de sí mismas. Esta complicación alcanza su punto máximo en el ser humano con el pensamiento y la facultad de reflexión, que se corresponde con la mayor complejidad orgánica, representada por el sistema nervioso y el cerebro. Existe, por lo tanto, una progresión desde la cosmogénesis a la biogénesis, que culmina en la antropogénesis. Esto demuestra que en el universo la evolución es direccional y que, en un proceso de millones de años, la evolución tiene como finalidad la creación del ser humano, con su conocimiento, su pensamiento y su capacidad de amar.

      Se llega así al segundo nivel, el filosófico. Parecería ilógico pensar que la evolución llegase a su fin con la creación de una multitud de individuos separados, si se parte del supuesto de que la historia del cosmos se manifiesta como un proceso de unificación.

      Esta es, pues, la fascinante hipótesis de este filósofo y científico: la evolución continúa, pero ya no en la esfera de la biogénesis, sino en la de la mente y el pensamiento, a la que da el nombre de noosfera. Ahora las fuerzas evolutivas son de naturaleza espiritual, es decir, del conocimiento de la afectividad, la energía amorosa, y unifican a la humanidad como si se tratara de un sistema nervioso espiritualizado. El progreso de la humanidad se convierte en sinónimo del aumento del conocimiento de poseer un destino unitario.

      A través de un proceso posterior de millones de años, la capacidad de amar y unir debería alcanzar un punto omega, fuera del mundo, en el que todo converge y que desde sus orígenes supervisa el proceso mismo.

      Sin embargo, Teilhard rechaza el determinismo ciego e introduce en el sistema una posibilidad de elección, una opción moral. De esta manera se llega al tercer nivel, el teológico, que además es específicamente cristiano.

      Teilhard defiende la existencia de una fuente de amor personal que se encuentra situada fuera del proceso evolutivo. La identifica como un absoluto trascendente capaz de activar la energía amorosa del mundo y, por lo tanto, de guiar la evolución universal hacia su cumplimiento. También identifica el omega de la evolución con el Cristo de la revelación, que, por lo tanto, constituye al mismo tiempo el alfa y el omega, el principio y el final de todo, el señor y la esperanza del universo. Aunque no se encuentre una referencia explícita a ello, está claro que esta visión científica y filosófica de vanguardia presupone la existencia y la función de entidades espirituales, de esos seres de luz y energía que nosotros llamamos ángeles. Las tareas de estos son, pues, manifestar, preservar y secundar el orden y el proyecto divino que invade el universo; es decir, que antes que nada son portadores de la ley suprema y, como tales, nos siguen, protegen y ayudan.

      Los ángeles en otras culturas

      Los ángeles son comunes a distintas creencias y a menudo se les da el nombre, incluso en Occidente, de devas. Se trata de un término que, en la mitología oriental y particularmente en la védica o budista, se refiere a espíritus benignos y de naturaleza angelical. Esta palabra deriva del sánscrito daiva, que significa «resplandeciente» o «ser de luz» y se refiere a la divinidad.

      El deva, en el panteón oriental, está considerado como una divinidad menor y, principalmente, se le confía la protección de lugares y entidades como bosques, árboles, nubes, lagos, vientos y montañas; generalmente protege también los elementos de los reinos mineral, vegetal y animal.

      Estos seres, según las diferentes culturas, reciben los nombres de hadas, gnomos, duendes, elfos, ondinas y trolls. Así pues, cada elemento de la creación, por mínimo que sea, se confía a la protección de un deva, es decir, un espíritu de la naturaleza.

      Todavía sigue viva en varias partes del mundo, incluido Occidente, la tradición de ofrecer a estos seres una degustación de los productos de la tierra, como frutas, miel e incluso güisqui en algunas regiones de Inglaterra.

      El término ángel se reserva, preferentemente, a aquellos seres que se ocupan del hombre. La existencia de los deva y de los ángeles reside en el hecho de que cada parcela de la realidad pertenece al gran orden y armonía del universo, y que cada una tiene su propio papel y una función específica.

      Para que estos espíritus puedan cumplir con la tarea que tienen asignada están guiados por una inteligencia superior, precisamente angelical, que constituye tan sólo una parte infinitesimal de la inconmensurable sabiduría divina que llega a ellos, por decirlo de alguna manera, seleccionada y distribuida a través de los canales de las jerarquías celestes.

      Por lo tanto, en un cuadro general, cada especie persigue su propia meta, según un esquema evolutivo que la lleva a buscar la ascensión a niveles superiores. Sucede lo mismo con el hombre, cuyo destino es el ascenso a una dimensión sobrehumana, a la condición angelical, por la cual se convertirá en ángel.

      Cómo se manifiestan los ángeles

      Llegados a este punto, es necesario aclarar cómo son y de qué manera se manifiestan los ángeles.

      Aunque pueda ser molesto abandonar las tradicionales imágenes a las que estábamos acostumbrados desde nuestra niñez, nos vemos en la obligación de decir que los ángeles no poseen las características parcialmente antropomórficas que nos han transmitido el arte y la iconografía corriente, que los han presentado como criaturas que, según las circunstancias, estaban dotadas de poderosas alas, rizos dorados y suntuosas vestimentas.

      En particular las alas no les servirían para nada a estos seres, ya que son capaces de trasladarse instantáneamente a cualquier lugar con sólo pensarlo. De hecho, los ángeles son puro espíritu, luz radiante, vibrante energía. Para Santo Tomás los ángeles eran «puro intelecto».

      Los ángeles pueden entrar en contacto con los hombres bajo distintas formas y de diversos modos, por ejemplo, como personas normales y corrientes, figuras de luz o también como voces, susurros, pensamientos, reflexiones, iluminaciones, sueños y visiones.

      En general, los ángeles tienden a presentar rasgos familiares y comprensibles dentro de los ambientes culturales a los que pertenecen las personas a quienes se aparecen, aunque