La igualdad supone comparación, y la comparación cosas ó personas que han de ser comparadas. Ya se sabe que todo sér es idéntico á sí mismo; de modo que, cuando se dice igual, evidentemente hay que referirse á otro. Igualdad supone pluralidad de personas ó cosas que no se aislan, sino que, por el contrario, se aproximan para compararlas ó ser comparadas.
Un número de seres, una aproximación suficiente, una comparación de sus cualidades, son condiciones indispensables para decir ó negar que hay igualdad. Ésta supone, pues, colectividad que juzga y resuelve si algunos, muchos ó todos sus individuos han de equipararse. Por pocos que éstos sean, la igualdad es un fenómeno social, y por groseros que se los suponga, la igualdad está precedida de una comparación, de un juicio.
En consecuencia, la igualdad, ya se afirme, ya se niegue, no se puede considerar en una cosa aislada: como quiera que se comprenda el modo de ser de una persona, no se la iguala ó diferencia por lo que en ella se observe en absoluto, sino por lo relativo que con otros tenga de común ó diferente. No siendo la igualdad personal, sino colectiva, tiene más fuerza y menos independencia que lo que depende del solo individuo; y si se conociera mejor, tendría menos osadía y menos desfallecimientos como un elemento positivo y coartado que no se puede extender indefinidamente ni suprimir.
La igualdad, como aspiración, existe en varios grados y formas, según el pueblo en que aparece y el individuo que á ella aspira; pero en ninguna circunstancia esta aspiración existe sola, sino con otras, ya del individuo que la siente, ya de los que con él están relacionados. El mismo que desea igualarse con los que están más arriba, quiere distinguirse de los iguales, y se indigna de ser confundido con los inferiores. El espíritu de dominación, tan hostil al de igualdad, coexiste con él, y cuando no hay una fuerza que le sofoque, ó una razón que le enfrene, se revela: pueden verse sus tendencias avasalladoras en el niño que pretende imponer su voluntad, y más aún en el loco, que no sólo quiere que prevalezca la suya, sino que con frecuencia se reviste de autoridad superior ó poder omnipotente. Cierto que no se pueden aplicar á los hombres cuerdos las observaciones hechas en los niños y en los locos, pero tampoco pueden dejar de considerarse como datos; porque en el niño están los elementos del hombre; no ha dejado de serlo el loco por estarlo, y su extravío no consiste en tener instintos, facultades ó sentimientos que falten á los demás, sino en la preponderancia desordenada de alguno de ellos. La frecuencia con que los locos se creen personas muy superiores por sus riquezas, talentos ó autoridad, hace sospechar que existe en el hombre una propensión á elevarse sobre los otros, sospecha que pasa á convencimiento notando que la vanidad y espíritu de dominación son tan comunes en el hombre como hostiles á la igualdad. Si hay en el corazón humano un elemento que impulsa á igualarse, hay otro que induce á distinguirse, como se puede notar que existe á la vez el instinto del mando y el de la obediencia. Estos impulsos iniciales pueden y deben constituir una armonía: no se diga que son fatalmente hostiles, pero no se desconozca su antagonismo y se crea que la igualdad puede establecerse sin lucha y brotar espontáneamente donde quiera que no se contraría la natural propensión del hombre. Éste, por el contrario, propende á la desigualdad, porque es vano, porque quiere distinguirse, y para lograrlo sacrifica muchas veces su sosiego, su vida y hasta su deber. Desde la noble emulación que inspira al héroe en el campo de batalla y al sabio en su gabinete, al bestial arrojo del torero, y el artificio costoso de la coqueta elegante, hay un mundo de esenciales diferencias, pero se nota un factor común, el deseo de distinguirse; es tan fuerte este deseo, que anima al hombre en las circunstancias más varias de la vida; sofoca el ¡ay! del enfermo que siente penetrar en sus carnes el cuchillo de amputación, y la voz de la conciencia de la mujer de moda se mezcla á los motivos nobles del hombre virtuoso y á los viles del criminal. Seguramente hay servidores, y aun mártires, de la religión, de la ciencia y de la humanidad, en quienes no influye el deseo de distinguirse y hacer que su nombre no se confunda con los otros, pero son excepciones; la regla general es que el individuo, siempre que puede, procura hacerse notable por alguna cosa; que si halla grados establecidos procura colocarse en los superiores, y que sólo los que están en el último piden nivelación. Hay, pues, que tener presente el hecho de que en lo íntimo de la naturaleza humana existe un impulso antagónico á la igualdad: el deseo de distinguirse.
Siendo el hombre un compuesto complicadísimo de elementos que se combinan de diversos modos, no es cosa sencilla y fácil de estudiar la igualdad: puede referirse á la fuerza, á la belleza física, á la resistencia para el trabajo, la fatiga, el dolor, y contra las causas que alteran la salud; á la nobleza ó vileza de carácter, á su entereza ó debilidad, á la actividad ó apatía, al cumplimiento ú olvido del deber, al egoísmo ó la abnegación, y, en fin, á las varias facultades intelectuales. Las aptitudes diversas, las variaciones combinadas de diverso modo, dan lugar á diferencias infinitas en lo físico, en lo moral, en lo intelectual. La igualdad y la desigualdad están constituídas por un gran número de igualdades y desigualdades que modifican y son modificadas: así como del mismo peso ó estatura de dos hombres no se puede inferir su igualdad física, porque uno puede ser feo ó enfermo, otro bello y hermoso, tampoco por ninguna cualidad moral ó aptitud de la inteligencia se puede saber si será igual á otro que tenga aquella misma aptitud ó cualidad. Y como esto sucede, no sólo al comparar un individuo con otro, sino todos entre sí; como hay que ir reconociendo diferencias y combinaciones de ellas para conocer igualdades, este conocimiento es muy difícil, y muy común, careciendo de él, resolver como si se tuviera. El que habla resueltamente de igualdad, ¿puede responder siempre á esta pregunta? ¿De qué igualdad se trata? No; y la física, la moral y la intelectual constituyen clases muy diferentes, y dentro de ellas, variedades infinitas. Sólo clasificando estas diferentes especies de igualdad pueden conocerse, y sólo conociéndolas negar y concederse con razón.
Siendo los elementos de la igualdad físicos, morales é intelectuales, hay que tenerlos todos presentes para establecerla; si se prescinde de ellos, la igualdad es una palabra, un abuso de la fuerza, la ilusión que desaparece ó el rodillo que nivela aplastando lo que sobresale, jamás el equilibrio de una armonía duradera.
La igualdad tiene, sin duda, profundas raíces en el corazón humano; pero además de que halla otros espontáneos impulsos igualmente arraigados que la contrarían, ninguna planta vive por la raíz sola: no basta decir que una aspiración es natural para que sea realizable; al contrario, el hombre está lleno de aspiraciones que rara vez ó nunca realiza. No creemos que sean inútiles; pero no es éste el lugar de discutir cómo pueden utilizarse, sino de consignar que las aspiraciones no son, ni profecías, ni oráculos, sino impulsos que es necesario enfrenar, ó cuando menos dirigir. Para apreciar los grados de realidad que pueden tener las aspiraciones, cierto que ha de tenerse en cuenta la naturaleza humana, pero cuidando de distinguir que hay inmensas diferencias entre el natural de un salvaje, de un bárbaro ó de un hombre civilizado, y aun dentro de la civilización, según sus grados, tendencias y lugar que en ella se ocupa, entre unos hombres y otros; de modo que, cuando se habla de conformarse á las aspiraciones naturales, es necesario investigar cuáles son, porque el natural varía.
Aun cuando la igualdad sea aspiración legítima y realizable, no puede prescindir del principio no hay derecho contra el derecho, ni afirmar que el suyo es el más sagrado, que no tiene límites fijos, que su uso no está sujeto al abuso, y, en fin, que puede sustituirse con una maza la balanza de la justicia. Pero desde que la igualdad es derecho, es sagrado como cualquier otro, indestructible como todos; y siendo preciado como pocos, y haciendo como ninguno fácil la alianza de la razón y las pasiones, negarle es tan imprudente como injusto.
De todo lo cual se infiere que la igualdad es un problema social de los más complicados y difíciles de resolver.