Los éxitos de la integración europea, siendo evidentes, son subestimados. Y al contrario, cualquier fallo mínimo, sin hablar de los fracasos y errores, se resalta al máximo, como si los países de la Unión Europea se hubieran convertido en “seudoestados” que solo piensan en sí, preocupados por su bienestar. No les interesan los demás. Si bien sus riquezas acumuladas no son fruto exclusivo de su labor sino también de la absorción del trabajo del resto del mundo incluyendo Rusia. Semejante actitud no es honesta ni justa.
La Unión Europea es un enano político autosuficiente que quiere enseñar a todos. Sus pretensiones de ocupar las principales posiciones políticas en el mundo son infundadas. En la mayoría de los casos se porta como un lacayo de EEUU siguiéndole como pez que se pega a una ballena. No desempeña un papel independiente. Y si para la UE tiene sentido actuar conjuntamente con alguien es con Washington.
La Unión Europea es incapaz de contraer acuerdos. Es inútil acordar los enfoques comunes: jugará una mala pasada. Por regla general, no hay ninguna seguridad de que los siga. Para lograr algunos acuerdos comunes con ella hay que comer mucho guisantes. Quince en el pasado, los veintisiete en la actualidad difícilmente se ponen de acuerdo sobre unas posturas comunes en las negociaciones de las que es prácticamente imposible obtener algo que favorezca la búsqueda de unas decisiones mutuamente ventajosas o aunque sea admisibles. Es más facil no tener nada que ver con ellos.
La UE interviene en todo, se mete en todas partes tratando de apropiarse de todo, aplastándolo y transformándolo a su manera. No le importa si otros lo necesitan o no. Defiende exclusivamente sus intereses egoístas encubriéndose con palabras altisonantes sobre la democracia, los principios del estado de derecho, los derechos humanos.
La UE se hace cada vez más burocratizada. En vez de tomar decisiones económicas bien pensadas se inclina a menudo a las conyunturales y politizadas imponiéndolas a los demás.
Según sus enfoques, su actitud ante los que la rodean y los métodos de actuación se hace cada vez más parecida a la Unión Soviética derrumbada. Cabe suponer que la espere la misma suerte.
Existen solo dos variantes. Primero: su autoliquidación por las divergencias más profundas de los intereses de sus Estados-miembros que no soportarán la carga de las deudas soberanas y las disproporciones en la economía y entre las regiones. Segundo: convertirse en un museo vivo en el cual se guardarían minuciosamente los testimonios de la antigua grandeza. Sería un museo de lujo, acogedor, confortable, acomodado, pero solamente un Museo.
Tanto de parte de la UE como de Rusia todas estas evaluaciones y juicios, que se repiten activamente por los políticos, expertos y comunidad mediática, no son nada más que unas especulaciones, a menudo muy denigrantes, difamatorias y de mala fe, porque se basan sobre reticencias, semiverdades y amaños.
Es necesario dejar tal enfoque poco conciente de los procesos que se dan en Rusia y la UE. Este es el primer imperativo de la construcción de buenas relaciones normales. La percepción mutua benévola por la opinión pública es el fundamento obligatorio de colaboración, partenariado y de posible salida a compromisos mutuos de aliados en el futuro.
Será extremadamente difícil crear tal fundamento. La opinión falsa de una parte sobre la otra está araigada profundamente, a lo que todo el mundo está acostumbrado hace mucho. Además la inercia en la presentación de la información es demasiado fuerte.
Mas no podemos caernos de ánimo. Es el campo de batalla principal por un nuevo formato de relaciones en el continente, por la aproximación de la perspectiva de vivir en el futuro no tan lejano en una Gran Europa o una Unión de Europa.
El problema es ¿cómo ganar esta lucha? La respuesta a esta pregunta podrían sugerirla los países de la UE, los amigos de Rusia tales como España.
Podrían servir de ejemplo los políticos que, para empezar, renunciarían a las acusaciones falsas, a las opiniones y resoluciones prematuras que permiten caer bien a las capas más conservadoras de la población. Sin embargo no es suficiente tal reserva.
Es indispensable la voluntad sociopolítica para informar con benevolencia la opinión pública y llenar constantemente con la información respectiva todo el espacio mediático. De hecho se trataría del despliegue de un trabajo planificado de esclarecimiento persistente sin encubrir los problemas existentes de ninguna manera, de una información equilibrada, sea negativa o positiva.
Realmente hay muchas cosas positivas, proyectos conjuntos exitosos de verdad, muchos ejemplos de cooperación fructífera, política coordinada, iniciativas comunes. Es importante no silenciar lo positivo sino centrar la atención en este aspecto con mayor frecuencia. Aprender a “venderlo”, organizar la publicidad y de tal modo ganar el capital politico tan necesario para Rusia, la UE y sus Estados-miembros.
La propiedad privada de los medios de comunicación, la tendencia de la prensa hacia lo negativo, los escándalos y las obscenidades no es un obstáculo. En los primeros meses después del atentado del 11 de Setiembre de 2001 contra las Torres Gemelas en EEUU y la creación del amplio frente antiterrorista con la participación de Rusia los artículos que acusaban su política interior y exterior desaparecieron de los diarios y revistas. Los medios de comunicación electrónicos mundiales se depuraron. Tuve la oportunidad de observarlo personalmente trabajando en Estrasburgo. Dentro de un rato todo volvió a sus andadas. El episodio mencionado demuestra que la hostilidad puede desaparecer por más tiempo y tal vez para siempre.
Si esto ocurre, lo que hace falta, mucha falta, que ocurra, surgirá un clima politico que es tan necesario para Rusia y la UE, favorable a su acercamiento no solo en palabras, sino real y de hecho, para formar espacios comunes, realizar grandes proyectos comunes orientados hacia el futuro. Es importante que dichos proyectos sean realistas al máximo.
Maldita herencia soviética: amor por las consignas huecas
Esto tampoco sale bien. No podemos acabar con la costumbre heredada de la época soviética de proclamar algo y luego, al no salir nada, dejarlo en abandono y plantear una consigna nueva no menos hueca. Sería bueno deshacerse de esta costumbre.
Viene a la mente un cuento muy viejo, con la barba muy larga, de los tiempos soviéticos. Un magnífico barco turístico blanco y grande zarpa del malecón. Por la cubierta pasea el público bien vestido. Todo el mundo está de buen humor. El ambiente es festivo, todos están en espera de algo bueno y agradable. El barco se aleja de la orilla y de repente empieza a tocar la sirena, fuerte, larga, impresionante. Luego otra y ota vez… Después la nave se para en alta mar balanceando pacíficamente en las olas. El asombrado público pregunta al capitán:
– “Señor, ¿qué pasa, por qué estamos parados?” El capitán responde a la pregunta preguntando:
–”¿Qué tal la sirena? ¡Es fantástica! ¿verdad? ¡Un sonido profundo, poderoso, magnífico! ¡Cómo suena! ¡Es la mejor de todas las sirenas!
–“Sí, – confirma la gente-, la sirena es estupenda, nos ha gustado mucho, ha sido un placer, pero ¿por qué estamos parados?”
–“ Es que hemos gastado toda la fuerza en hacer sonar la sirena y no nos queda nada “.
Una anécdota exagerada, claro está, pero así es este género. No obstante, Rusia y la UE lo hacen en la práctica. Primero, Rusia, la UE y los Estados-miembros de ésta concertaron el Acuerdo de Colaboración y Cooperación (en la isla de Corfú,1994). Era un buen acuerdo, fundamental, orientado a la integración, multifacético, con todos los regímenes jurídicos necesarios, con las normas de acción directa, dirigido a la perspectiva, con que se había formado una base sólida para la formación de todo el complejo de los vínculos bilaterales y multilaterales.
¿Por qué no desarrollar las relaciones de partenariado?¿Cuál es el problema? Pues no. Nada de eso. La UE y sus Estados-miembros en seguida trataron de usarlo como instrumento de presión. Moscú reaccionó adecuadamente. Muchas de sus cláusulas resultaron en suspenso. Al pasar el tiempo el Acuerdo fue calificadocomo caduco, sin tener en consideración la evolución rápida que experimentaban las partes.
Así pues, no se