Enfrentados a un fenómeno de estas características, debemos echar mano de una disciplina aún en estado embrionario como es la parapsicología. Básicamente, esta disciplina se ocupa del estudio del entrelazamiento de hechos psicológicos poco usuales, algunos de lo cuales, como veremos, pueden ser registrados por una máquina, lo cual nos va acercando poco a poco a la mecánica de las psicofonías.
A lo largo de estas páginas el uso del condicional estará muy presente, pues es nota característica de los enunciados parapsicológicos ofrecer respuestas extraordinarias a sucesos extraordinarios. En este libro me referiré a esas voces sin dueño indistintamente como psicofonías, parafonías o cualquier otro uso coloquial de conocimiento general. Asimismo haré mención a la disciplina que se ocupa de su estudio: la transaudiocomunicación instrumental, bajo la abreviatura TCI.
Se hace necesario puntualizar que las siglas TCI solo hacen referencia a una técnica o conjunto de técnicas que se basan en el uso de distintos soportes registrables con el fin de obtener comunicaciones supuestamente inducidas por una causa paranormal. A esta desconocida «causa paranormal» se le denomina «voces», infiriéndole la doble cualidad de efecto-causa, por tanto y cuanto se desconocen todos los mecanismos que intervienen en su génesis. La expresión TCI no es más que una definición neutra, pues es frecuente en la fenomenología paranormal el que nos veamos limitados por el lenguaje.
La TCI no es una segunda religión, como técnica o conjunto de técnicas sencillamente nos ofrece unas evidencias físicas desconcertantes en forma de grabaciones. Todo efecto tiene su causa, y para estas voces no encontramos una explicación racional convencional, por lo que debemos suponer que provienen de una realidad de naturaleza ampliada. En absoluto la TCI trata de dogmatizar o revelar una verdad trascendente, es el sujeto quien, desde su visión personal, acomoda el fenómeno a su propio sistema de creencias. Cabe preguntarse si nuestros fallecidos quieren transmitirnos es peranza a través de sencillas comunicaciones, o si la prudencia invita a recelar precisamente porque lo hagan de manera tan pueril.
Se nos ha explicado que la causa por la que nuestros interlocutores del otro lado registran mensajes de manera telegráfica y rudimentaria se debe al tremendo esfuerzo energético que les debe suponer. Pero ese mismo argumento sería igual de válido para la hipótesis de que los mensajes respondan a un fenómeno telequinésico.
No obstante, habría que preguntarse si nuestro metabolismo es capaz de generar y dirigir energía suficiente como para intervenir sobre una grabadora. Desde un punto de vista positivista todo ello es una aberración, pero los parapsicólogos hablan de la existencia de un campo al que llaman «beta», cuyas fuerzas estarían orientadas en una dirección perpendicular a nuestro marco tridimensional conocido. La conclusión sería que las fuerzas capaces de interaccionar con el entorno no tendrían su origen en nuestra masa celular, sino que serían moduladas presumiblemente por nuestro órgano director, el cerebro. En resumidas cuentas, nos encontramos ante un fenómeno que nos depara explicaciones contradictorias y soluciones muy peregrinas.
Efectivamente, ni siquiera la parapsicología puede explicar, sin acudir a teorías arriesgadas, qué produce una psicofonía y quién o quiénes son los que contestan inteligentemente a las preguntas de los experimentadores.
FACTORES TÉCNICO-AMBIENTALES A TENER EN CUENTA
Algunos experimentadores, que a su vez son técnicos y radioaficionados como César Pachón, han creído hallar explicaciones alternativas para determinados sucesos ligados a las psicofonías.
Por ejemplo, hacen mención a cómo, debido a la velocidad de la luz (finita), es posible observar una estrella en tiempo presente desde nuestra posición, cuando realmente ha podido desaparecer hace millones de años. Así, es posible recoger excepcionalmente contactos de radio vía HF con un retardo de más de ochenta horas. Descartando que la señal de radio esté dando vueltas a la tierra por los caminos convencionales (rebote tierra-ionosfera) y conociendo la potencia y la frecuencia con la que estamos transmitiendo, podemos deducir cuántos rebotes se han producido en atención a la pérdida total de potencia y el tiempo que ha tardado la onda en alcanzar de nuevo a la antena inicial. Los receptores no tienen la suficiente sensibilidad, ni la necesaria relación señal/ruido, para recibir lo poco que queda de la emisión original.
De otra parte, puede suceder excepcionalmente que los componentes de los soportes funcionen como antena, o que en determinadas técnicas, como la transradiocomunicación, se nos cuelen emisiones convencionales a través de los módulos de amplificación. El mismo «padre» de las psicofonías, Konstantine Raudive, confundió en más de una ocasión las emisiones de Radio Luxemburgo con voces paranormales.
Lo cierto es que es posible explicar muchas de las hipotéticas voces paranormales con argumentos parecidos. Al analizar estas hipotéticas voces directas de radio obtenidas mediante la técnica de la transradio (interaccionar un grabador con un aparato de radio), se ha verificado que un número significativo de ellas responden a una errónea desmodulación de la señal recibida.
Por otra parte, es muy común observar cómo, en un recinto de apenas unos metros cuadrados, un equipo formado por un número elevado de personas despliega una batería de equipos más propios de una película de ciencia ficción. Lo que aparentemente pretende ser una mayor garantía, termina por convertirse en desaconsejable por razones prácticas. El excesivo concurso de aparatos (las más de las veces inservibles), unido a la extrema sensibilidad de los mismos, genera ruidos parásitos y contribuciones suficientes para que sea imposible afirmar como extraordinario lo que en el 90% de los casos debería producir sonrojo. Me pregunto si no es mucho más sencillo restringir el número de participantes a los necesarios y operar con aparatos de calidad aceptable pero con criterios estrictamente funcionales.
Konstantine Raudive, considerado «padre» de las psicofonías, con fundió en más de una ocasión las emisiones de Radio Luxemburgo con voces paranormales.
Una investigación parapsicológica en toda regla conlleva el uso de aparatos especializados supervisados por físicos, capaces de localizar y evaluar variantes tan minuciosas como la presencia o no de agentes biológicos (ratones, termitas), el diseño geo-sísmico anómalo de una estructura que pueda generar resonancias, las perturbaciones dinámico-acústicas de la red doméstica, y un largo etcétera, pero toda esta instrucción ha de realizarse previa a la experimentación psicofónica.
En un estudio pormenorizado de un habitáculo, podemos hallar explicación a hipotéticas voces en la presencia de ruidos de origen higroscópico (la humedad dilata las fibras de la madera, pongo por caso), de tensiones térmicas, o de corrientes subterráneas, por no hablar de infinidad de sonidos que escapan a nuestro espectro auditivo. Además, el hecho de llevar a cabo las experimentaciones en escenarios no convencionales (como exteriores e interiores iconográficamente ligados a lo tenebroso), genera al mismo tiempo un estrés que nos hace pasar por alto todos estos ruidos.
Muchas palabras o sonidos son tomados como voces paranormales, pues al no permanecer absolutamen te callados y movernos en el campo de acción del micrófono, los susurros, y ruidos generados por la sim ple acción de nuestros movimientos, alteran su reso nan cia. Sucede que, por la conformación del habitáculo y atendiendo a los distintos materiales empleados en su construcción, esos sonidos se convierten en inquietantes «ilu siones fónicas» debido a su reflexión natural. Respecto a los pretendidos «mensajes», un simple carraspeo, un sencillo roce o un ruido de tripas adquieren la categoría de voz en el mismo momento en que alguno de los presentes improvise un contenido ilusorio. Obviamente,