La circulación de materias primas y de objetos manufacturados dentro de Japón se constata desde al menos las últimas etapas del Paleolítico Superior. Aunque algo más recientes, las relaciones con Corea también están atestiguadas arqueológicamente desde momentos muy antiguos en yacimientos como Tokuzodani, en la prefectura de Saga. En este asentamiento, con cronología Jomon Medio y Final, abundan las puntas de obsidiana, objetos de procedencia foránea que dan fe de los intercambios entre Japón y la península coreana. Pero estos intercambios prehistóricos no solo se llevaban a cabo con Corea, sino también con China. Un buen ejemplo de ello puede ser la introducción del melocotonero en Japón. Los huesos de melocotón del yacimiento de Ikiriki, en la prefectura de Nagasaki, muestran que el árbol ya había llegado desde China unos tres mil años antes de nuestra era.
Las mercancías chinas y coreanas halladas en contextos arqueológicos de estos momentos prehistóricos implican, además, la existencia de un tráfico marítimo que no se dedicaba solo al cabotaje, es decir, a costear con tierra a la vista. Es evidente que para permitir la entrada de objetos chinos y coreanos, en el mar de Japón hubo de existir desde época muy antigua una navegación de cierto alcance.
Todos estos intercambios se realizaron presumiblemente a base de trueque. No sabemos si existía además una red de relaciones basadas en regalos, como ha sido el caso en otros lugares del mundo en etapas aproximadamente comparables de desarrollo histórico. Las crónicas chinas nos informan de que, en el año 238 d.C., una emperatriz de Japón envió una embajada al Celeste Imperio, que llevaba como presentes tejidos y esclavos. La moneda como tal no llegaría hasta fines de la época Nara, y se desarrollaría durante el periodo Heian. Pero sobre ello se volverá en detalle en el apartado correspondiente a la aparición de la moneda.
El estudio de la indumentaria de etapas muy antiguas es casi siempre un tema de gran dificultad, ya que los textiles y, en general, los materiales orgánicos empleados en la vestimenta, suelen conservarse mal en estado. Japón no es una excepción a esta regla, y la iconografía de la época resulta además muy imprecisa. Aún así, se piensa que el trabajo de confección estaba enormemente extendido, dado el gran número de agujas halladas en los yacimientos arqueológicos desde época Jomon. Es posible que las prendas también se bordaran.
Habitualmente se considera que la indumentaria de estos momentos se componía por lo general de piezas de patrón muy sencillo, de tipo túnica o poncho. Sin embargo, algunas figuras de arcilla Jomon sugieren la existencia, ya en este periodo, de prendas de busto, a modo de ‘camisas’ y prendas ajustadas a la cintura, de tipo ‘falda’ o ‘pantalón’, además de cinturones y sandalias.
Es probable que ciertas prendas se confeccionaran con elementos vegetales trenzados, extraídos de la corteza de los de árboles; así lo indican algunos restos de fibras hallados en excavación, así como la iconografía de ciertas figuras, como la llamada ‘diosa’ de Iwakage, procedente de Kamikuroiwa, en la prefectura de Aichi.
Durante el periodo Jomon también se emplearon pieles curtidas de animales. Se piensa que, además, era habitual el uso de tatuajes y pinturas corporales.
Parece que las cosas no cambiaron demasiado durante el periodo Yayoi aunque, de nuevo, los datos son muy escasos y casi todos indirectos. Lo que está claro es que los auténticos textiles hicieron su aparición, aunque las prendas conservaron patrones muy simples. Se cree que tanto hombres como mujeres llevaban con asiduidad una amplia pieza de tela anudada a la cintura. La historiografía actual denomina el vestido femenino de estos momentos kantoe o ‘traje de una pieza’.
Los protagonistas y su marco
El personaje: Jimmu Tenno, el mítico primer emperador
Según la tradición, el primer emperador japonés subió al trono en el año 660 a.C. La línea imperial habría continuado de forma ininterrumpida desde esa fecha, manteniéndose hasta la actualidad. Naturalmente, en semejante lapso de tiempo hay lugar para adopciones, abdicaciones, dobles reinados y hasta asesinatos, por lo que la continuidad no puede entenderse de forma estricta; aún así, se trata de un impresionante fenómeno de pervivencia de la idea de legitimidad política y religiosa.
Los primeros emperadores japoneses se mueven en el nebuloso terreno de la historia mítica, y enlazan de forma directa con los dioses; se considera, concretamente, que descienden de la diosa Amaterasu, divinidad del sol. Sobre los ciclos míticos se volverá más abajo, a propósito del sintoísmo; aquí nos centraremos solamente en lo que concierne al personaje analizado en este apartado, es decir, Jimmu Tenno, el primer emperador.
Cuenta la leyenda que el archipiélago japonés fue obra directa de las divinidades creadoras, Izanagi e Izanami. El país estuvo gobernado durante un periodo de tiempo por el dios Okuninushi, hijo de Susanowo y nieto de Izanagi e Izanami. Su nombre significa, precisamente, el ‘Señor del Gran País’. Sin embargo, la diosa solar Amaterasu decidió que fueran sus propios descendientes los elegidos para reinar, y consiguió que Okuninushi abdicara y se retirase al templo de Izumo.
Okuninushi renunció al trono en favor del nieto de Amaterasu, Ninigi no Mikoto, que descendió desde los cielos sobre el monte Takachiho, también llamado Sohori no Kirishima, en la isla de Kyushu. En señal del favor divino, Ninigi llevaba consigo las Tres Enseñas Imperiales, objetos míticos sobre los que se hablará con más detalle en el apartado acerca de pensamiento y religión.
Siguiendo con la leyenda, Ninigi contrajo matrimonio con la princesa Konohano no Sakuya, la Dama de las Flores, hija de una divinidad de la montaña, con la que tuvo tres hijos. Uno de ellos, Hiko Hohodemi, se desposó a su vez con la hija de un dios, la princesa Toyotama, cuyo padre gobernaba los mares. Al dar a luz, Toyotama reveló su verdadera y monstruosa naturaleza marina, y, furiosa al notar que su marido la había visto bajo su aspecto de cocodrilo, huyó al océano, cortando desde ese día las relaciones entre la tierra y el mar. Pero su hijo recién nacido se quedó en tierra firme: se trataba de Ugaya Fukiaezu, que al correr el tiempo sería padre de Jimmu, considerado el primer emperador de Japón, el ancestro semidivino de todos los gobernantes que vendrían después.
A veces se llama a Jimmu Hatsukuni Shirasu Sumeramikoto, es decir, el Primer emperador Reinante. Pero normalmente se lo conoce como Jimmu Tenno, el emperador Jimmu o, literalmente, Jimmu ‘Rey del Cielo’. El título Tenno es, así pues, aplicable en general a todos los emperadores. Otros apelativos frecuentes para referirse a un emperador de Japón son Heika [Base del Trono] y Tenshi [Hijo del Cielo]. Existe además otro término, que es habitual en la bibliografía occidental, sobre todo en la más antigua: Mikado. Se trata de un título poco habitual en Japón y vendría a significar Divina Entrada, designando al personaje y su poder a través de un lugar emblemático, un poco a la manera en que el Imperio turco era conocido como ‘Sublime Puerta’.
En cuanto al nombre en sí, Jimmu, se trata de una denominación del tipo que se otorga tras la muerte. Pues, en efecto, los emperadores japoneses pasan a la historia con un apelativo diferente al que emplearon en vida. Por ejemplo, el emperador Hirohito ha pasado a los anales japoneses como Showa. En lo que respecta a Jimmu, la tradición considera que su verdadero nombre era Iware, nombre que a veces se enriquece con alusiones al antiguo Japón y con epítetos honoríficos, de modo que es posible encontrarlo también como Yamato Iware o como Kamu Yamato Iware Biko.
Resulta curioso notar que, aun siendo el heredero, Iware / Jimmu no era el primogénito de Ugaya Fukiaezu, sino, por el contrario, el más joven de sus cuatro hijos. Esto pudiera indicar tal vez que existió una ‘preferencia del hijo menor’ en la primitiva sociedad japonesa, que desaparecería