Da inicio así la parte más interesante del mito. Cuando Amaterasu se oculta en la cueva, las consecuencias no se hacen esperar: la oscuridad perpetua cubre la tierra y se interrumpe la sucesión natural de días y noches. Para lograr que salga, los demás dioses celebran, entre otras cosas, tres rituales reflejados directamente en las prácticas sintoístas.
Primero tratan de conmover a la diosa con plegarias. El sintoísmo emplea oraciones denominadas norito que, según parece, a menudo se han transmitido más o menos invariables desde fechas muy tempranas. A continuación, los dioses adornan un árbol sakaki o Cleyera japonica. Este tipo de ciprés desempeña un destacado papel dentro del sintoísmo. Su presencia es habitual en los templos; sus hojas y ramas siempre verdes se utilizan para elaborar diversos objetos sagrados y también se colocan en los altares domésticos.
Después, la diosa Ama no Uzume lleva a cabo un baile que la tradición establece como precedente de las danzas sagradas sintoístas llamadas kagura, ejecutadas por mujeres. El último elemento clave para convencer a la diosa del Sol resulta ser un espejo que las deidades han suspendido en las ramas del árbol junto con una joya. Cuando Amaterasu se asoma movida por la curiosidad, admira su propio reflejo y su luz vuelve a iluminar el mundo. Los demás dioses aprovechan el momento para cerrar la entrada de la cueva y retenerla entre ellos.
Tal vez uno de los elementos que originaron este mito de Amaterasu y la cueva fuera un fenómeno natural que provocó el oscurecimiento transitorio del sol, como un eclipse o una gran erupción volcánica. Otras interpretaciones ven en la historia una alusión a los ciclos estacionales; la danza provocativa de Ama no Uzume sería así un símbolo de la fertilidad que retorna a la tierra en primavera, cuando el sol regresa tras haber estado ‘oculto’ en invierno.
Finalmente, el mito pasa a describir las hazañas de Susanowo en su exilio terrestre. El punto final y culminante de la historia es el matrimonio de Susanowo con la princesa de Izumo. Como recompensa por haberles librado de la monstruosa serpiente de ocho cabezas que devastaba la región, los príncipes del lugar conceden al dios la mano de su última hija. A continuación, el Impetuoso se reconcilia con su hermana ofreciéndole una espada que había hallado en el interior del cuerpo de la serpiente. Huelga decir que la lucha del héroe contra el monstruo es un motivo recurrente y universal, que aparece a menudo en los mitos antiguos. Como rasgo específico de la versión japonesa cabe destacar el hecho de que Susanowo emborracha a la serpiente antes de enfrentarse a ella. Precisamente el licor de arroz o sake se utiliza con mucha frecuencia como ofrenda en los ritos sintoístas.
Además de constituir una interesante muestra de las ideas sintoístas sobre los dioses y sobre la ritualidad que a ellos se asocia, el mito de la Llanura de lo Alto nos relata el origen de unos elementos que han desempeñado un papel muy especial en la historia religiosa de Japón: las Tres Enseñas Imperiales.
Las Tres Enseñas Imperiales son también conocidas como los Tres Tesoros Sagrados. Se trata de tres objetos con nombre propio: la espada Kusanagi, el espejo Yata o Yata no Kagami y la joya Yasakani o Yasakani no Magatama.
Como ya dijimos en el apartado dedicado al primer emperador, según la mitología relativa al origen del Casa Imperial japonesa, el nieto de la diosa Amaterasu, Ninigi no Mikoto, descendió desde los cielos portando consigo las Tres Enseñas Imperiales como emblema de legitimidad. Cada objeto simbolizaría además una virtud. La espada equivaldría a la fuerza; la joya sería la benevolencia y espejo vendría a representar la sabiduría.
El espejo Yata sería el mismo que habría animado a Amaterasu a salir de la cueva. Según la tradición, se conserva en el santuario de Ise, el principal centro de culto a Amaterasu en Japón. Hay que decir que el Ise Jingu o santuario de Ise resulta sumamente interesante también en otros aspectos, pues se ha venido destruyendo y reconstruyendo periódicamente cada veinte años desde poco tiempo después de su fundación, estimada hacia el año 4 a.C. Cada restauración trata de reproducir hasta el último detalle el edificio original anterior, de manera que el conjunto parece haber mantenido hasta hoy con relativamente pocas variaciones la arquitectura sacra de Japón del siglo I a.C.
El segundo de los objetos sagrados que componen las Tres Enseñas Imperiales, la espada Kusanagi, ‘la que corta la hierba’, sería el arma encontrada por Susanowo en el cuerpo de la serpiente. Hoy se venera en el templo de Astuta, en Nagoya.
Por último, la tercera Enseña Imperial, la joya Yasakani, custodiada en el Palacio Imperial de Tokyo, sería la que los dioses habrían colgado del árbol, junto con el espejo, a la entrada de la cueva de Amaterasu. A veces se representa como una sola gema, mientras otras fuentes aseguran que se trata de un collar de cuentas de jade.
Todas las enseñas se hallan cuidadosamente empaquetadas. Solamente el emperador de Japón puede quedarse a solas con los tres objetos sagrados, aunque nunca los desenvuelve. De hecho, la presentación de las Tres Enseñas es uno de los puntos culminantes de la ceremonia de coronación.
La idea de que las Tres Enseñas encarnan la legitimidad del gobernante no es solo una metáfora, y no han faltado ocasiones a lo largo de la historia japonesa para demostrarlo. Uno de los episodios más famosos es sin duda el que se produjo en el siglo XIV, cuando existieron dos cortes rivales en el país. La posesión de los Tres Tesoros hizo que la dinastía del sur fuera después reconocida como genuina por los historiadores y por los siguientes emperadores. Menos conocido pero igualmente significativo es el capítulo en el que la familia Taira llevó consigo las Enseñas a la guerra contra los Minamoto a finales del siglo XII.
Como cualquier otra religión, el sintoísmo, aún manteniendo mitos antiguos y ceremonias de gran tradición, fue variando a lo largo de los siglos. Durante los periodos Nara y Heian no solo fue armonizado con el budismo sino que se añadieron también elementos de origen taoísta relacionados con la longevidad y la sanación, sobre todo entre las clases populares. En los siglos XIII y XIV se produjeron nuevas ‘sistematizaciones teológicas’, algunas de las cuales de nuevo distanciaban la noción de kami de las ideas budistas.
Durante los dos primeros shogunatos, Kamakura y Muromachi, y durante la época Momoyama, el budismo había gozado de la preeminencia que le garantizaba el respaldo estatal. Pero las suertes se invirtieron en el último shogunato, es decir, en el periodo Tokugawa. A partir del XVII el sintoísmo recuperó el lugar de honor y se convirtió en un útil elemento político dentro de las ideas Tokugawa de identidad nacional. Este proceso culminaría en un fenómeno complejo y muy interesante desde el punto de vista histórico y antropológico: el sintoísmo de Estado del siglo XIX.
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