De hecho, la historiografía nos ha dejado una lectura política del conflicto que se avecinaba entre Alfonso X y su hijo Sancho. Al parecer, el heredero Fernando, poco antes de morir, exigió a Juan Núñez de Lara que jurase defender los derechos de su pequeño Alfonso a la corona del reino. Por otro lado, existía un acuerdo de amistad y lealtad entre el infante Sancho y Lope Díaz de Haro para que el noble defendiera los derechos de sucesión ante su sobrino Alfonso. Así las cosas, al margen de cuestiones de procedimiento jurídico que solo podía decidir el monarca, aunque la norma era clara, comenzaba una lucha nobiliaria por el gobierno real entre las dos familias más poderosas de Castilla, los Lara y los Haro.
Aunque el rey estaba por encima de casi todo, ciertas decisiones debían contar con el apoyo y el visto bueno de sus consejeros por que al fin y al cabo eran los encargados de gobernar en la sombra con sus sabias decisiones y propuestas. La buena gestión realizada por Sancho en Castilla durante la ausencia de su padre en Beaucaire y la habilidad mostrada en la negociación con los musulmanes para pactar una tregua, debieron ser motivos suficientes para cambiar de opinión. Al final, los partidarios de Sancho presionaron para que la solución política predominara sobre la norma legal e hicieron todo lo posible para que así fuera, hasta el punto de presentarse una importante delegación de ricos hombres en Toledo para disuadir al rey.
Detrás de la campaña estaba Lope de Haro, fiel a su compromiso de apoyar al infante Sancho en todo lo que fuera necesario para alcanzar el objetivo, pero el rey, haciendo honor a su futuro apodo, no quiso desvelar su decisión, probablemente porque el conflicto que vivía en su interior, como persona y como rey, como padre y como legislador, no le dejaba aplicar la razón a un asunto con muchas aristas. Parece ser que el tiempo y los hechos –las hazañas bélicas de Sancho contra los moros– le hicieron reflexionar sobre la conveniencia de que su hijo era la mejor opción para ocuparse del trono de Castilla, eso es al menos lo que sucedió en las Cortes de Burgos (mayo-julio de 1276) en donde la figura del infante salió reforzada con la designación de “hijo mayor y heredero”. Pero fue en las Cortes de Segovia (mayo de 1278) cuando el infante juró ante los procuradores del reino el nombramiento de príncipe, dando carácter oficial a una elección que ya había sido aceptada en todos los mentideros y plazas públicas de Castilla y León. Con la designación se debía poner fin a tanta polémica y angustia sucesoria y a tanta duda e incertidumbre por parte del rey, pero las cosas se torcieron unos años después. De momento Violante empezó a preparar su salida porque su sentido de madre y abuela le avisaba de posibles riesgos para la vida de sus nietos.
La leyenda negra de las misteriosas ejecuciones de los nobles
Uno de los episodios de enfermedad que padeció Alfonso X tuvo lugar en el invierno de 1276-1277. Durante varios meses estuvo recluido en su residencia de Vitoria y una vez recuperado hizo una reaparición pública brutal: ordenó ajusticiar a su hermano Fadrique y al caballero Simón Ruiz de Cameros, uno de los señores más ilustres de Castilla. La orden salió de su puño y letra pero uno de los brazos ejecutores fue el del infante Sancho, obediente por intereses ante la decisión paterna de la elección de heredero. Esto es lo que cuenta la Crónica de Alfonso X:
“el Rey mandó al infante don Sancho que fuese prender a Simón Ruiz de Cameros, y que le hiciese matar. Y don Sancho salió luego de Burgos y fue a Logroño y halló a don Simón Ruiz y prendióle, y este mismo día que los prendieron prendió Diego López de Salcedo en Burgos a don Fadrique, por mandato del rey. Y don Sancho fue a Treviño y mandó quemar allí a don Simón Ruiz, y el rey mandó ahogar (estrangular) a don Fadrique”.
En cambio, otro documento de la época, los anónimos Anales del reinado de Alfonso X, indican que Fadrique fue apresado en un castillo y metido en un arca llena de hierros agudos donde murió. Atroz muerte para un pariente del rey. La misma fuente añade que el cuerpo de Fadrique fue arrojado a un sucio e “indigno lugar”, seguramente a una letrina o estercolero. Años más tarde, el cadáver sería trasladado al templo de la Trinidad de Burgos y después al monasterio de las Huelgas de la misma ciudad una vez derribada la iglesia. Así empezó a escribirse la leyenda negra del Rey Sabio.
La legislación del momento establecía castigos de pena de muerte o ceguera para determinados delitos como bien tipificaban las Partidas:
“deben morir [se refiere a los traidores] por ello lo más cruelmente […] arrastrándolo, horcándolo o quemándolo o echándolo a las bestias bravas […] debiéndolo matar en otra manera así como haciéndolo sangrar o ahogándolo”.
Por su parte, el Fuero Real no se quedaba corto en las penas y castigaba algunos hechos con la extracción de los ojos para “que haya siempre amargosa vida y penada”. Al parecer, en ambos casos, el rey sospechaba que tanto su hermano como el noble riojano –pariente de la familia real al estar casado con una hija de Fadrique– le habían traicionado organizando un plan para asesinarle, deducción que puede entenderse del lacónico comentario que leemos en su Crónica justificando las ejecuciones: “porque el rey supo algunas cosas”. Pero, ¿qué cosas llegó a saber el rey para firmar tamañas sentencias?
Encontramos otros argumentos que explican aquella espeluznante decisión, impropia de un rey sereno y reflexivo, pero seguramente sujeto a los impulsos irrefrenables que los trastornos mentales y las manías persecutorias le provocaban. Entre las diferentes causas que la historia ha querido desvelar para explicar los episodios comentados, encontramos la derrota de las tropas castellanas ante las francesas por culpa de la traición de los familiares (Francia invadió Navarra al conocer la elección de Sancho al trono). Bueno es saber que Francia y Aragón eran favorables a la corriente hereditaria del infante Alfonso por razones de parentesco y estrategia política (Violante, abuela del infante, era hija de Jaime I y hermana de Pedro III, rey de Aragón, y Blanca, madre de los infantes de la Cerda, era hermana del rey francés).
También se habla de la pérdida de confianza o paciencia del rey hacia su hermano, siempre metido en problemas e intrigas políticas que tantos disgustos le había ocasionado, especialmente en el asunto del imperio, al participar en alianzas con los enemigos de Aviñón, sede del papado en aquellos tiempos. Otra línea argumental, esta quizá menos consistente pero propia de una sociedad ignorante, fue la predicción astrológica –conocida por el rey– de que un miembro de la familia real le destronaría y qué mejor sospechoso que Fadrique, enemistado con el soberano por sus andanzas y correrías, culpado incluso de facilitar la huida de la reina Violante con sus nietos a tierras de Aragón por miedo a los desmanes del bravo Sancho, aunque esta acusación no se sostiene por incompatibilidad de fechas –la reina huyó un año después de la muerte del cuñado–. Claro que el vaticinio no anduvo desviado de la verdad porque fue un familiar cercano, el infante Sancho, quien le despojó de la corona. Misterios de la historia. Existe una corriente legendaria que asegura que la causa de la muerte del infante fue debido a las relaciones entre Fadrique y Juana de Pointhieu, segunda esposa de Fernando III y por consiguiente madrastra del rey, asunto muy mal visto en la corte alfonsina.
Por último, dejamos abierta la posibilidad a otras conjeturas muy mal vistas en aquel mundo como la homosexualidad, la sodomía, la perversión sexual, la desviación religiosa o la herejía, asuntos siempre ocultados pero latentes en la sociedad y que la propia legislación alfonsí reconocía como temas tabúes. No se trata de hipótesis manejadas con poco rigor pues en el códice de Florencia se pueden ver seis ilustraciones alegóricas (Cantiga 235) que posiblemente representen los sucesos de los que hablo, entre ellos la quema del noble rebelde. En cambio, el miniaturista dejó en blanco la siguiente viñeta, la que debería representar el tormento de Fadrique, pero prefirió obviar el suceso al tratarse de un miembro de la familia real y de una obra destinada a la cámara regia, abierta a los ojos de la monarquía. Los versos 70-78 de las Cantigas se encargan de estos acontecimientos.
Las ejecuciones se hicieron