O también entre los cholultecos, en la versión que transcribe el fraile Diego Durán en Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme:
“En el principio, antes que la luz ni el sol fuese creado, estaba la tierra en oscuridad y tiniebla y vacía de toda cosa creada. Toda llana, sin cerro ni quebrada, cercada de todas partes de agua, sin árbol ni cosa creada”.
Según los nahuas, el que actúa se llama, Ometéotl, dios de la dualidad; Ometecuhtli, señor dual, Omecíhuatl, señora dual. Los mayas yucatecos presentan, según León Portilla, a la suprema pareja en las páginas 75-76 del Códice Tro-Cortesiano y la llaman Ixchel, “la que yace”, e Itzamná, “casa de la iguana”, madre y padre de todos los dioses. Los quichés, por su parte, lo nombran “la que concibe”. Los mixtecos hablan a veces de la misma pareja con su nombre calendario 1 Venado, deidad a la vez masculina y femenina, como se le representa en el Códice Vindobonensis y en el rollo Selden.
Entre los nahuas los nombres de las edades cósmicas coinciden con los de los llamados cuatro elementos. Los mayas sólo creen en cuatro edades, mientras que los nahuas del Altiplano mexicano, en cinco. La última edad, que es la presente, se conoce como Nahui Ollin, Cuarto Movimiento y tiene su origen en Teotihuacán, lugar “doblemente sagrado” para los mexicas, porque ahí tiene su origen el Sol y la Luna. Recordemos que es la Ciudad de los Dioses.
Las últimas investigaciones sobre los mayas, aclaran muchas dudas; pero siempre hay detrás un elemento aún no descifrado, oculto al hombre de hoy. Su cultura es intrincada y difícil. De ahí que, quienes entiendan Palenque, “podrán comprender cualquier cosa hecha por los mayas”, expresa Linda Schele. Alude al descubrimiento del 16 de marzo de 1999 en Chiapas: los arqueólogos localizan en el templo XIX de Palenque (construido entre 721 y 736), en proceso de restauración, la figura de un gobernante moldeado en estuco y en excelentes condiciones. A raíz de esto, un montículo cae, apareciendo entonces una plataforma con “tableros bellamente decorados por glifos e imágenes”.
El Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché se divide en tres partes. La primera describe la creación y el origen del hombre, que después de varios ensayos infructuosos es hecho de maíz; en la segunda se refieren las aventuras de los jóvenes semidioses Hunahpú e Ixbalanqué y de sus padres sacrificados por los genios del mal en su reino sombrío de Xibalbay; la tercera parte no tiene el atractivo literario de la segunda, pero encierra un caudal de noticias sobre el origen de los pueblos indígenas de Guatemala, sus migraciones, su distribución en el territorio, sus guerras y el predominio de la raza quiché hasta antes de la conquista española. Para Michael Coe, el Popol Vuh tiene en los viejos tiempos una audiencia semejante a La Iliada o La Odisea en la cultura occidental.
Tikal
En unos 250 años más o menos, el Clásico eleva a la más alta cota de grandiosidad la urbe de Tikal. Se sitúa en el corazón de la selva pluvial del Petén. En el año 500 la ciudad tiene unos 40.000 habitantes y más o menos 500.000 hombres en las zonas rurales. Son contemporáneas de Tikal en la zona baja de Guatemala, junto a Caracol, las capitales de Copán en Honduras y Yaxilán, Bonampak, Palenque, Piedras Negras y Calakmul en México. La denominación política de estas capitales responde al concepto de ciudades-Estado, algunas agrupadas entre sí en confederaciones. Tikal y Calakmul corroboran esta situación: ambas encabezan sus respectivas alianzas de tipo militar, fundadas en el cobro de tributos “y en matrimonios diplomáticos”, según María Longhena. “Cada ciudad estaba gobernada por un personaje que detentaba el poder absoluto, y era por lo tanto jefe del Ejército, de la administración y probablemente de la clase sacerdotal”. Por encima de todos, esta figura real vive en el lujo, con su familia, hijos, futuros herederos del trono “y una corte de dignatarios, servidores, sacerdotes, artistas, como ceramistas, pintores, tejedores o joyeros”. Controla además a los esclavos, enemigos vencidos y capturados en batallas. La sociedad se estructura por jerarquías y, por encima de ellas, resaltan los artesanos, los mercaderes y los campesinos, la escala social más baja.
La ciudad maya es un núcleo de población de carácter religioso y administrativo, centro ceremonial en donde no puede faltar la pirámide, el templo y el palacio, las columnas y salas hipóstilas, juegos de pelota, arcos triunfales, observatorios, tumbas y cámaras sepulcrales y una arquitectura doméstica a base de chozas cubiertas de palmas y hojas.
El desarrollo de la civilización Clásica se fija en la piedra de las estelas, a partir de Copán, en el extremo sur oriental del territorio maya, desde la segunda mitad del siglo V (465), y antes de ese siglo a Oxkintok (Yucatán), a Altar de Sacrificios, en el sur de la cuenca del río Usumacinta y a Toniná, en la meseta de Chiapas; a Piedras Negras, Yaxchilán y Palenque, en el valle del río Usumacinta; y a Calakmul, en la base de Yucatán. Soustelle dice que, aun cuando en ella son raras las inscripciones, la península de Yucatán entra desde esa época en el ciclo de la arquitectura monumental, en Yaxuná, Acanceh y Cobá, al norte;en Xtampak (Santa Rosa) y en Becán, al sur.
El fervor constructivo baja entre los años 534 y 593, y marca el límite entre el Clásico y el Clásico Tardío. El ánimo constructor se renueva otra vez y en la fecha maya de 9.8.0.0.0 (593), la expansión vuelve al centro, en Yahá, El Encanto, Los Naranjos, Pusilhá; en Tzibanché, Yucatán, y Chinkultic, en la meseta de Chiapas.
En la primera parte de la etapa Clásica, la situación central de Tikal-Uaxactún, sugiere que las primeras ciudades mantienen una red de relaciones comerciales, con la costa oriental del continente y las tierras altas de Guatemala y México. Importan materias primas esenciales: obsidiana, piedra volcánica, jade, productos del mar, objetos o mercancías de lujo –plumas de quetzal–, el cacao y, desde luego, la sal. Exportan su cerámica polícroma y sin duda ricas telas de algodón, tal vez herramientas de sílex o de obsidiana reexportada. Pero tan importante como las cosas materiales, los primeros mayas clásicos “también exportaban prestigio”. Sus monumentos, santuarios, inscripciones o su elaborado ceremonial, “debieron fascinar a los pueblos vecinos como lo había hecho el florecimiento olmeca un milenio y medio antes”. De muchos puntos, convergen las miradas, a través de los ríos y las veredas de la selva o los bajos matorrales espesos del Yucatán árido, o las zonas altas del Altiplano de México o Guatemala. Todos miran hacia el centro, el Petén y la gran urbe, Tikal.
En esta sociedad de las Tierras Bajas, Tikal es la apoteosis entre las pirámides de la jungla. Sus torres sobrepasan el manto horizontal de las copas de los árboles de la selva. El colorido entre el verde esmeralda de la geografía natural, con la piedra blanca, convertida en supremo altar, produce una imagen llena de esplendor. Los templos de Tikal son los más altos que se construyen en la historia de los mayas del Clásico y del Posclásico. El Templo IV tiene 70 metros de altura. Conserva en la actualidad numerosos conjuntos arquitectónicos perfectamente visibles y, sobre todo, seis estilizados templos, únicos en el área. Ocupa una extensión de 120 kilómetros cuadrados y es posible que en su época de esplendor, vivieran más de 90.000 personas, distribuidas en numerosas unidades habitacionales en torno al núcleo central, dominado por la Gran Plaza y los templos I y II enfrentados. El último gran monumento de Tikal, el Templo III, de 55 metros de altura, se inaugura en 810 (9.19.0.0.0) por un alto dignatario, vestido con piel de jaguar, acompañado de dos guardias o servidores. Nunca más se vuelven a construir estos monumentales edificios.
El principio y el fin de Tikal está documentado. La Estela 29 (año 292) indica el principio del apogeo; con ella nace la dinastía de Garra de Jaguar. La estela más tardía ofrece esta fecha: 869, inscrita en la estela 11. Los descubrimientos de los últimos años, a partir de 1881, nos revelan más de 3.000 monumentos diseminados en torno a unos dieciséis kilómetros cuadrados. Por ese motivo, Tikal se considera la ciudad más grande del Clásico maya. Tras el colapso del mundo maya, la selva se come la ciudad de Tikal hasta que en 1844, el gobernador del Petén, Ambrosio Tut y el coronel Modesto Méndez, redescubren sus edificios, informados por los habitantes de aquella región inhóspita. El terreno donde se asienta es “en general plano, cortado por dos pequeñas barrancas entre las cuales, sobre un terraplén artificial, se encuentran los monumentos que forman el centro de la ciudad”, según la “Descripción de las ruinas”, realizada por Modesto Méndez.
Todo empieza en el