El auge del Tajín (250 y 1150 d.C.) se produce con el fin del Periodo Clásico en las tierras altas del Valle de México, Oaxaca o el territorio maya.
El Tajín, con su magnífica pirámide de los Nichos, está enclavada en la selva tropical del norte de Veracruz, en una llanura rodeada de abundante vegetación, separada del interior del país por montañas de difícil acceso. La pueblan totonacas y nahuas, pero la influencia teotihuacana es evidente. Tajín es una palabra totonaca que significa ‘trueno’. La gran pirámide de los Nichos tiene una planta cuadrada de 36 metros por lado. La fachada principal, orientada al Este, luce una escalinata de 10 metros de ancho, en la que se hallan distribuidos a intervalos rítmicos cinco grupos de tres nichos de tamaño menor cada uno. No sólo está organizada geográficamente, también obedece a principios astronómicos. El número de los nichos era originalmente en total de 364, de acuerdo con el número de los días del calendario solar. También se podría decir, pensando en las siete zonas, que hay siete veces 52 nichos, lo que establece una relación (igual que sus 52 cabezas serpentinas de la pirámide de Tenayuca y los 52 tableros de la pirámide de Kukulkán en Chichén Itzá) con el ciclo calendario de 52 años. Austin y Luján puntualizan que la versión de que el esplendor de El Tajín se debe a los totonacas deja paso a la versión de que “esta urbe fue desde sus inicios heredera cultural de los pueblos que poblaban la región en el Preclásico. Se supone que éstos pertenecían lingüísticamente al grupo inic de la familia maya y que su lengua era el huasteco o el cotoque”.
En la zona se construyen cerca de doscientos edificios formando pequeñas plazas, pero no todos son de la misma época, porque su ocupación es muy larga, desde 300 a 1100 d.C. El estilo arquitectónico adopta motivos de Teotihuacán, como el talud y el tablero, pero añade otros como la cornisa, los nichos y las grecas, “para conformar un estilo original“, explica Castro Leal. La ciudad cuenta con numerosos juegos de pelota y en éstos aparecen esculpidos bellísimos relieves con escenas religiosas. El elevado número de juegos de pelota refuerza su posición de prestigio en la vasta región mesoamericana. María Longhena estima que, por el número de espacios para el juego, cada año celebran ritos y ceremonias dentro del juego de pelota, “vinculados a particulares cultos religiosos en los que participaban distintos representantes”.
En la región de la Huasteca, que comprende al sur del río Cazones en Veracruz y por el norte el río Soto la Marina, en Tamaulipas y la llanura costera del golfo, se levantan edificios de planta circular o rectangular, con las esquinas redondeadas.
El estilo de los escultores huastecos se define por la creación de planos geométricos, cerrados en sí mismas, según Castro Leal, “hasta cierto punto hieráticas, que parecen haber tenido su origen en un bajorrelieve y que fueron adquiriendo volumen poco a poco”. Su pintura mural es escasa. Los huastecas, de origen mayoide, crean mitos de origen muy antiguo que, al permear su influencia hacia otras culturas, fundamentan la cosmogonía entre los pueblos azteca y tolteca. Dominan conocimientos de tipo astronómico que los vinculan a deidades agrícolas primigenias de mitos lunares y estelares, y asocian su nombre al de dioses como Ehécatl, numen del planeta Venus y generador del viento (Quetzalcóatl): Tlazoltéotl, diosa lunar y de la fertilidad llamada la “comedora de inmundicias”, considerándose como “inmundicias” las transgresiones carnales. Se cree también que de la región huasteca procede el descubrimiento de la bebida extraída del maguey (Mayáhuel), el pulque, que los mexicas se apropian y hacen suyo, como otras cosas, también del dulce néctar que embriaga.
Clásico maya
“Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo”.
Popol Vuh. Las antiguas historias del Quiché. Capítulo primero
Imperio Antiguo
Cuna de una civilización
En Mesoamérica, los mayas desarrollan una de las más altas culturas durante el Periodo Clásico (250 a 900). Se considera la más desarrollada del hemisferio occidental. Para Sylvanus G. Morley, los mayas son “los griegos de América”, tal vez como dice Miguel Covarrubias, a causa de que su estética y logros técnicos “son más comprensibles para el punto de vista occidental” y también porque pueden más fácilmente “compararse con los de las civilizaciones del Viejo Mundo”. El arte maya combina el preciso hieratismo de los egipcios, la extravagancia decorativa de China y la sensual exhuberancia de la India, afirma Covarrubias.
Su historia clásica, posclásica y colonial recorre varios siglos, desde el año 400 en el entorno de las tierras bajas del Petén, hasta el XVII, durante el siglo de la Conquista por los soldados españoles. A lo largo de seis siglos, desde el IV hasta el X, la cultura maya clásica se extiende por la zona sur de Yucatán y el noroeste de Guatemala, El Salvador y Honduras. Es un tiempo lleno de esplendor que algunos llaman Imperio Antiguo, término que parece obsoleto, porque tampoco denominan Nuevo Imperio maya. En esta época se fortalecen las ciudades-Estado que se unen o separan “con fines bélicos por lo general”. Alberto Ruz precisa que en el momento de la conquista europea el área maya se divide en entidades políticas autónomas, estados, provincias o cacicazgos independientes. En la Época Clásica “debió existir una situación semejante”, no sólo porque la población está formada por numerosos grupos etnolingüísticos, sino por la diferenciación estilística que revelan los sitios arqueológicos, “pese a que la mayor parte fue ocupada por pueblos de un mismo nivel tecnológico, económico y cultural que participaba de los mismos conocimientos y de las mismas creencias”.
Es posible que con la erupción del volcán Illopango –en el altiplano salvadoreño– el desequilibrio ecológico del valle Zapotitlán, Chalchuapa y de otros centros que concentran la influencia olmeca, y un desarrollo maya de carácter autónomo, se despueblan, se abandonan y sus habitantes emigran hacia las Tierras Bajas; entonces se establecen y entablan relaciones culturales fructíferas con el área de Belice, el Petén y las Verapaces. Esta simbiosis, mezclada con el desarrollo autóctono de las comunidades en El Petén central, origina un auge cultural que, en su fase más desarrollada, crea un nuevo tipo de cerámica, otra arquitectura y un sistema de escritura. Paralelamente, se incrementa la población. Al final de estos ajustes y cambios históricos, se inicia una época de mayor esplendor a la que se denomina Clásica.
Es paradójico que la civilización maya nazca en lo más profundo de la selva baja, donde las condiciones geográficas –cálidas y húmedas con una altísima pluviosidad, que no se limita sólo a los ocho meses de temporada de lluvias, la existencia de reptiles venenosos y la abrumadora cantidad y variedad de insectos, entre ellos los mosquitos que pueden convertir la noche y el día en un suplicio– no son idóneas y sus antiguas ciudades alcancen un alto desarrollo cultural. Sorprende otra cosa: ¿Cómo se alimenta la población maya, en esas circunstancias, año tras año, siglo tras siglo, al menos durante los seis siglos del esplendor Clásico? Esta pregunta se la hacen muchos investigadores y aun quedan dudas por despejar.
Guillermo Céspedes del Castillo admite que es un misterio que lo que geográficamente es una zona aislada, “de refugio”, se transforme en cuna de una civilización única entre las arcaicas; “sería, por añadidura, la más avanzada del Nuevo Mundo en conocimientos matemáticos y astronómicos, creadora de un calendario tan complejo como exacto, un poco más exacto que el gregoriano que todavía usamos”.
Fin de la visión ideal
La selva guarda, desde hace siglos, muchos secretos de la civilización maya, en todos sus periodos. Aun están por descifrarse algunos más. Sin embargo, hay conceptos que cambian con los años y sobre todo con el desarrollo científico y técnico. Hablemos sólo de uno: el satélite, que detecta los intransitables caminos selváticos. Una de estas nuevas ideas sobre esta cultura mesoamericana es la que cree ver el fin de una “visión idealizada” de los mayas como un pueblo pacífico, gobernado por sabios sacerdotes que se entregan a la observación de los astros