Un aspecto de la experiencia moral tiene lugar al tratar con personas, pues ahí se descubre que son seres semejantes a uno mismo, de donde surge una exigencia interior que empuja a tratarlas como a uno le gustaría ser tratado, si estuviera en su lugar. Esta constatación se ha plasmado en la llamada “regla de oro”, una de cuyas formulaciones es precisamente esta: “trata a los demás como querrías que te trataran a ti si estuvieras en su lugar”. La regla de oro, de uno u otro modo, aparece en todas las tradiciones religiosas y sapienciales del mundo9. Esto demuestra cierto sentido ético común ampliamente compartido.
La ética tiene como punto de partida la experiencia moral y se propone sistematizar la moralidad, ayudando a descubrir aquello que nos lleva a florecer o a desarrollarnos como seres humanos. Así pues, la ética orienta nuestros actos para que llevemos una vida humanamente lograda y, con ello, favorece la excelencia o florecimiento humano. La ética se ocupa de los bienes que integran la vida lograda, analiza las virtudes que lo hacen posible y propone principios universales, normas concretas y criterios para orientar un buen comportamiento (volveremos sobre ello en el Capítulo 3).
Es importante destacar que la ética es inherente a toda la vida humana consciente y libre, una de cuyas manifestaciones es la actividad profesional. Puede, pues, afirmarse que en toda actividad profesional hay una dimensión ética, que se puede ignorar pero no eliminar. Más aún, la ética está en el núcleo de toda actividad profesional, ya que tal actividad la realizan personas y va dirigida a personas que pueden ser tratadas bien o mal.
Así, la ética profesional no es una ética distinta de la que se ocupa de la vida humana en su conjunto, pero en sus proposiciones considera las características propias de la profesión, reflexiona sobre qué es una acción buena, orienta el modo de vivir las virtudes en el campo profesional y desarrolla normas y criterios a partir de principios éticos generales.
El objetivo de la ética profesional es sistematizar la experiencia moral que tenemos como humanos, ayudando a descubrir verdaderos bienes, analizando virtudes y proponiendo principios, normas y criterios para orientar un buen comportamiento en el ámbito profesional.
VIRTUDES Y DEBERES EN ÉTICA PROFESIONAL
Los filósofos griegos Sócrates, Platón y Aristóteles, cinco siglos antes de nuestra era, iniciaron la reflexión sobre la vida moral y descubrieron la posibilidad de desarrollar capacidades, que llamaron virtudes, que facilitan obrar bien y conducen a una vida lograda y feliz. Su planteamiento distaba de ver la ética como un conjunto de reglas a aplicar para decir si algo está bien o está mal, como ocurre con ciertos planteamientos actuales. Puede afirmarse que su ética era una ética de virtudes.
Más antigua que esta reflexión es la ética proporcionada por las religiones y tradiciones sapienciales. Todas ellas incluyen normas éticas para la conducta y señalan virtudes a practicar. Recodemos, por ejemplo, los Diez Mandamientos y las virtudes predicadas por los profetas en Israel, como la justicia, la veracidad, la fidelidad y la misericordia. La ética cristiana asume mandamientos y virtudes del Antiguo Testamento y las amplía10, aunque en realidad más que presentar preceptos y virtudes, propone a Jesucristo como modelo de conducta a imitar, particularmente en el amor a Dios y al prójimo. La Iglesia da continuidad a las enseñanzas de Cristo al tiempo que presta atención a las necesidades de los tiempos, incluyendo cuestiones ético-sociales, desde el Papa León XIII en 189111, así como aspectos de ética profesional.
La sabiduría oriental, como la incluida en el hinduismo, el confucionismo y el budismo, incluye también valores, normas éticas y virtudes a practicar que abarcan toda la vida y, por ello, también actividades relativas al trabajo y al comercio.
En la Edad Media, Tomás de Aquino desarrolló una ética que aunaba la tradición judeo-cristiana y la ética de Aristóteles, dando lugar a una ética de virtudes y preceptos con gran influencia en los siglos posteriores. Vino después una época en la que los filósofos redujeron la función de la ética a proporcionar un conjunto de normas, en forma de deberes, ignorando casi por completo las virtudes. Este planteamiento llegó a ser dominante en el siglo XIX. La ética era, ante todo, deontología, un término con la raíz deon, que en griego significa “deber”. Este enfoque tuvo gran influencia en la ética de las profesiones emergentes; tanto es así que durante mucho tiempo se habló de deontología profesional y no de ética profesional. La deontología profesional se ocupa de proporcionar un listado de deberes inherentes a la profesión prohibiendo determinadas acciones (engaños, fraudes, sobornos, etc.) o prescribiendo otras (guardar el secreto profesional, denunciar comportamientos impropios, por ejemplo). Desde esta perspectiva, la ética está enfocada a evaluar la aceptabilidad o no de acciones profesionales de acuerdo con los códigos de conducta y a resolver dilemas frecuentes en la vida profesional.
Todavía hoy perdura cierta concepción de la ética profesional limitada a señalar deberes. Más aún, hay gremios profesionales que establecen códigos de conducta o reglamentos que determinan deberes específicos para cada profesión. Suelen ser códigos razonables que tienen cierta utilidad pero, como veremos en la sección siguiente, tienen serias limitaciones.
Desde el último tercio de siglo XX se ha recuperado la importancia de las virtudes en la vida profesional más allá de una ética solo de normas12. Es un enfoque que enfatiza las virtudes y actuar bien en el conjunto de la vida profesional, pero no olvida los deberes éticos profesionales, que hay acciones prohibidas y la necesidad de resolver dilemas cuando se presentan.
La ética profesional no se reduce, pues, a un listado de deberes. Tienen un sentido más amplio y se ocupa de todo lo relativo a actuar bien y de las virtudes que contribuyen a ello.
CÓDIGOS DE CONDUCTA PROFESIONAL
Los códigos de conducta profesional antes citados contienen un conjunto de principios y reglas que especifican lo que se espera que el profesional considere al tomar decisiones. Los códigos de conducta profesional son útiles, al menos por dos motivos:
• Proporcionan una guía sobre lo correcto o incorrecto que orienta las acciones en profesionales con poca formación ética o en situaciones en las que pueden dudar de cómo actuar bien.
• Introducen cierta presión para actuar bien ante compañeros de profesión o, en su caso, de la dirección de la asociación profesional que los haya establecido.
A pesar de estos beneficios, los códigos de conducta distan de ser un “compendio” de ética profesional y pueden ser criticados por varias razones:
• Introducen una concepción “mecanicista” de la ética. Más que preguntarse si una acción está bien o mal, la cuestión es saber si está o no permitida por el código de conducta. Aunque algunos valores o principios éticos pueden reconocerse fácilmente en la mayoría de los códigos de conducta, en la práctica, las reglas a menudo se aplican sin presentar atención a su fundamento ético.
• Los códigos se limitan a reglas para casos frecuentes. Sin embargo, existen situaciones particulares en la práctica en las que las normas rígidas se quedan cortas y surge la duda de si el mejor comportamiento ético es siempre seguir las reglas establecidas. Por otra parte, la vida profesional es muy rica en circunstancias específicas que pueden quedar excluidas del código.
• Los códigos llevan a una visión legalista de la ética. Con frecuencia repiten o amplían preceptos legales, lo cual puede llevar a confundir la ética con un conjunto de reglas, o regulaciones, mientras que la ética es mucho más que normas externas. La conciencia personal apela a descubrir si algo está bien o mal y no solo preguntarse si es legal o está permitido por un determinado código.
• Los códigos ignoran el papel de las virtudes en la vida humana. Reducir la formación ética a conocer y saber aplicar códigos es ignorar la fuerza interior de cada persona para actuar bien: las virtudes, que proporcionan disposiciones estables para un buen comportamiento.
• La efectividad de los códigos es también cuestionable. En este punto entra en juego la motivación para actuar bien.