En el club social de Mateu, que funciona un par de veces por semana, se trabajan diversas actividades relacionales —excursiones, lectura de diarios, juegos colectivos...—, es decir, actividades que combatan la marginación de estas personas y que las ayuden a sentirse integradas primero en un grupo y después en la sociedad. Poco a poco va aflorando la posibilidad de copiar también algunas de las actividades que ya se están llevando a cabo en el taller de laborterapia de Salt, más vinculadas al aspecto ocupacional. Con esta experiencia, los responsables del dispensario se dan cuenta de que hay enfermos que podrían realizar una tarea productiva y que ésta les beneficiaría mucho como terapia. Y eso por varios motivos relacionados con la reconstrucción de la autoestima, pero también por uno prosaico: el dinero. Vivimos en una sociedad en la que se valora el dinero. Para estas personas, ganar dinero significa, lisa y llanamente, que su trabajo tiene un valor. Pero la red de asistencia psiquiátrica carece de recursos para llevar a cabo este proyecto.
Entramos en los años ochenta con el plan de sectorización implantado en Catalunya: en Olot, por ejemplo, el psiquiatra Josep Torrell atiende a los pacientes dos días por semana y el psicólogo Josep Mateu organiza talleres con estas mismas personas. En el hospital de Salt también se empieza a notar que ha disminuido el número de ingresos y que los nuevos profesionales han implantado otro sistema de trabajo y atención a los ingresados. Por otro lado, siguen realizándose con buenos resultados los talleres de laborterapia que han puesto en marcha Josep Mateu y Cristóbal Colón. Este último ya hace unos años que ha abandonado el hospital de Salt para irse a vivir y a trabajar en centros sanitarios de Barcelona.
Todo sigue su curso hasta que un día, a finales de 1981, el doctor Torrell recibe una visita de su amigo y antiguo compañero de profesión Cristóbal Colón, que le comenta que su mujer y él están pensando en trasladarse de Barcelona a la Garrotxa, porque él cree que sería posible crear una empresa que diera trabajo a los usuarios del club social que gestiona Mateu en Olot. El proyecto también podría tener el efecto de generar empleos para los ingresados en el psiquiátrico de Salt que pudieran ser externalizados, es decir, que tuvieran autonomía para vivir fuera del hospital siempre y cuando recibieran la atención médica y asistencial necesaria. Con este proyecto, Colón aspira a llevar a la práctica la asistencia a personas con enfermedades mentales a partir de un medio productivo. Este planteamiento implica contradicciones, porque la producción es, según como se mire, la antítesis de la asistencia. Además, no tienen dinero ni un proyecto empresarial determinado. Tampoco tienen modelos que copiar en el mundo de la psiquiatría en España; como experiencias similares sólo cuentan, aparte de con el proceso que se está realizando en el hospital de Trieste, en el norte de Italia, con el trabajo con discapacitados psíquicos de las entidades agrupadas en la Coordinadora de Tallers de Catalunya. Ni saben cómo podrán efectuar la integración de estas personas en el ámbito laboral: cómo reaccionarán estos colectivos largamente marginados y cómo les recibirá el resto de la sociedad. Pero ambos amigos saben que no tienen nada que perder: si sale mal, no empeorará la situación de las personas y como mínimo habrán intentado evitar que un grupo de éstas se desgaste en un manicomio. Y disponen de un punto de partida, un nombre para la empresa: La Fageda. Cristóbal ha decidido que bautizará su proyecto empresarial con el nombre de un espacio natural que le apasiona, el lugar que ha escogido para instalarse con su familia en la Garrotxa, la Fageda d’en Jordà. En esta visita se forja una alianza fundamental para el proyecto. En adelante, el doctor Torrell se convertirá en el valedor de la iniciativa, en el hombre que dará la cara ante sus contactos de la Garrotxa para que crean en el futuro de La Fageda y respalden a su amigo.
Al cabo de unos meses tiene lugar la escena en el despacho del alcalde de Olot.
Un trabajo útil para los demás
Cristóbal Colón (el nombre indica el sentido del humor de su padre, que se confabuló con el rector del pueblo para bautizarlo así) llega al mundo de la psiquiatría desde la ideología izquierdista. Desde el inconformismo, el desacuerdo con el mundo que ha conocido. Y quizás también desde lo que el psiquiatra Jorge Barudy entiende por “resieliencia”, es decir, la necesidad de enfrentarse a la adversidad y de salir de estos enfrentamientos con nuevos recursos, latentes pero insospechados.
Nacido en el pueblo de Zuera, en el centro de los Monegros (Zaragoza), en 1949, Colón queda huérfano de padre a los trece años y se ve obligado a abandonar los estudios antes de terminar el bachillerato, con lo que él denomina “los estudios primarios típicos de un pueblo de campesinos de los años sesenta”. Aún no ha cumplido los catorce cuando la necesidad de ganarse un sueldo le obliga a trasladarse a Zaragoza para trabajar en la sastrería de un tío. Cuando llega a la ciudad, se agarra a la baranda del tranvía y hace todo el trayecto colgado del vagón para no pagar los cincuenta céntimos que cuesta el viaje. El tranvía acaba el trayecto, pero él todavía tiene que andar tres cuartos de hora antes de llegar a Torrero, el barrio suburbial y proletario donde viven sus tíos, conocido también en aquel tiempo por albergar la prisión de la ciudad.
Cristóbal entra enseguida a trabajar en el taller de sastrería y a cobrar un sueldo. Gana mil pesetas mensuales más merienda: todos los días toma una rebanada de pan con aceitunas negras. La suya es una tarea de aprendiz: barre el taller, recoge con un imán las agujas que han caído, guarda los retales de lana sobreros, enfila agujas para que el sastre maestro no pierda tiempo, hace recados, cobra facturas... En el taller, entre artesanos, adquiere el hábito de hacer las cosas bien hechas.
Cristóbal Colón
A los dieciséis años abandona el taller y entra a trabajar en la mejor sastrería de Zaragoza. Quiere aprender más. Siente curiosidad por todo cuanto sucede a su alrededor, y esta inquietud intelectual le lleva a entrar en contacto con las juventudes comunistas. Lo que ve y escucha en las reuniones políticas le convence, y en el 68, con dieciocho años, se va a París para presenciar lo que se mueve en el mayo francés. Ese mismo año asiste en Sofía, la capital búlgara, al IX Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, donde unos 20.000 militantes de las juventudes comunistas de todo el mundo debaten sobre el futuro. Al regresar a Sofía, la policía le detiene y lo encierra en la cárcel de Torrero, donde permanece dos meses. Los aprovecha para leer obras de Sigmund Freud.
Cuando le llega el turno de prestar el servicio militar, con veinte años, ya tiene sastrería propia en Zaragoza. El negocio funciona y puede llevarse a Candanchú unos ahorros que le permitirán pasar una mili un tanto más soportable. Al licenciarse sabe que no volverá a trabajar como sastre, que ese oficio del que tanto ha aprendido no es para él. La inquietud por dar sentido a su vida y, especialmente, al trabajo como parte fundamental de la vida, le impulsa a buscar algo distinto. En la sastrería no halla el sentido que busca; no es lo suyo. Tiene que cambiar de trabajo. Algunos de sus compañeros del partido comunista trabajan en el psiquiátrico de Zaragoza y le hablan de la posibilidad de entrar como mozo de manicomio. Cristóbal piensa que con esta actividad podrá satisfacer su deseo de hacer significativas las horas de trabajo. El hospital, gestionado por el Panap, organiza uno de los primeros cursos para Palasí.formar auxiliares psiquiátricos con vistas a iniciar un proceso de profesionalización de este sector asistencial. Cristóbal se apunta y compagina los estudios con el trabajo en el psiquiátrico, donde impulsa un taller de laborterapia como instrumento para dignificar la vida de los enfermos mediante el trabajo.
¿Por qué esta inquietud le lleva a trabajar en un manicomio? La necesidad de ser útil a los demás gobierna su vida y le hace pensar en el misterio del ser humano, la mente. Cristóbal cree en este momento que los ideológos de la izquierda plantean una alternativa más humana, justa y razonable que la espantosa realidad del momento. El freudomarxismo se le presenta como la mejor opción para intentar mejorar el mundo. La conjunción de los planteamientos sociológicos del marxismo y de los presupuestos ideológicos del freudismo generan muchas expectativas en toda una generación de europeos. En una entrevista concedida veinticinco años más tarde, Cristóbal lo explicará así: “Del mismo modo que creíamos que las condiciones materiales podían alienar al hombre (y lo sigo creyendo) y que las represiones eran generadoras de