Estos dos elementos permiten delimitar la estructura básica y dual de la dominación de manera ampliamente consensual entre muy distintas teorías sociales. En efecto, el análisis dual de la dominación está claramente presente en el marxismo, como en Antonio Gramsci (1983: 83), quien caracterizó al Estado (en verdad la dominación) como «una hegemonía acorazada de coerción», o de manera todavía más sinóptica, «dictadura + hegemonía» (ibid.: 126), y está igualmente presente en la distinción propuesta por Louis Althusser (1995) entre los aparatos ideológicos y represivos del Estado. Pero el marxismo no es la única escuela que caracteriza la dominación en esos términos. En toda otra tradición intelectual e inspirándose en la obra de Weber, Talcott Parsons (1967), al estudiar las maneras en que un actor puede actuar sobre otro, distinguió dos grandes procesos: uno en el que se actúa sobre la situación, el otro en el que se incide sobre las intenciones, por medio de sanciones positivas o negativas. Sin embargo, a pesar de esta caracterización dual, en las teorías de la dominación se tendió por lo general a conceder un papel mayor e incluso una verdadera primacía analítica a los procesos que aseguran el consentimiento o la legitimación del orden social en relativo detrimento de los factores propiamente coercitivos. En la dominación el consentimiento no es conciliado; es consentido porque es coaccionado.
[3.] En el caso del paradigma del poder propiamente dicho se señalan sobre todo los márgenes de acción estratégicos que cada actor (incluso si es de los menos empoderados) posee, pero siempre en dosis diferentes y en el marco de relaciones sociales constantemente asimétricas. Este otro gran paradigma del gobierno de los individuos subraya una concepción dinámica y relacional del poder. Cualesquiera que sean las posibilidades de que ciertos recursos se almacenen o se acumulen, el poder solo opera en y a través de la asimetría de recursos disponibles en cada situación por los diferentes actores. O sea, el poder no se posee, siempre se pone en juego dentro de una situación. Los juegos de poder son, así, una dimensión presente en todas las interacciones. En esta concepción del poder, que siempre es por lo menos ternaria (y no binaria), el ejercicio del poder es indisociable de una variedad de juegos multilaterales entre actores (alianzas y treguas) en donde ningún actor es todopoderoso. Por ejemplo, si en principio el superior jerárquico de una empresa tiene la facultad de poder despedir a un empleado, en los hechos la situación es muchas veces más compleja, dadas las protecciones y los costos que esto implica, pero también porque una decisión de este tipo implica juegos cruzados con otros actores, lo que puede desestabilizar potencialmente al jefe, etc. El poder está siempre en juego.
Entre las teorías sociológicas del poder, sin ser la única, uno de los grandes méritos del análisis estratégico es el haber definido el poder tanto por la capacidad para preservar la propia imprevisibilidad de la acción como por la capacidad para restringir y prever el comportamiento de los otros, lo que genera un control diferencial a nivel de la incertidumbre de las acciones (Crozier, 1963; Crozier y Friedberg, 1977). La concepción estratégica del poder lo define así menos como una imposición que como una habilidad para superar obstáculos o resistencias. Esta perspectiva enfatiza la distribución desigual y asimétrica pero nunca verdaderamente monopolística del poder. O sea, el poder no es propiedad de nadie, siempre es de índole relacional. El poder es un permanente intercambio desigual. El poder, siempre en el marco de este paradigma, rara vez es la única motivación de la acción, pero en la medida en que actúan e interactúan con otros individuos, todos los actores se ven obligados a desarrollar estrategias para ampliar sus márgenes de maniobra.
Subrayemos lo que más nos interesa en el marco de este estudio. A diferencia de la autoridad y de su acento en el consentimiento conciliado, de la dominación y de su acento en la articulación estructural entre coacciones y obtención del consentimiento, el paradigma del poder estratégico pone el acento en los innumerables juegos de asimetrías relacionales que atraviesan la vida social. Algunos incluso se deshacen de las hipótesis más estructurales de la dominación con el fin de centrarse exclusivamente en estudios específicos de juego entre poderes asimétricos, de estrategias de intercambio desigual y negociado de recursos entre todos los actores, a través de una sucesión de acuerdos y compromisos locales, más o menos temporarios6.
Como lo veremos a lo largo de este libro, no se trata ni de escoger entre uno u otro de estos paradigmas, ni mucho menos pensar que, de manera ecléctica, sus pertinencias analíticas varían en función de los ámbitos sociales. El problema que abordaremos es diferente: ¿cómo pensar el gobierno de los individuos en un mundo social marcado por una elasticidad irreductible? Es esta realidad primera y común lo que nos llevará a matizar la vigencia de la autoridad en las sociedades contemporáneas, describir la modificación de la primacía tendencial entre las coacciones y los consentimientos obtenidos en la dominación y dar cuenta de las dificultades interactivas en la que desembocan muchos juegos de asimetrías de poder. Pero lo haremos reconociendo en todos los casos la fuerza condicionante de las estructuras sociales. Cualesquiera que sean las asimetrías de poder en juego, las estructuras priman sobre los individuos, imponen restricciones y coacciones que exceden cualquier nivel de negociación (Courpasson, 2000). No todo es negociable en la vida social. En este punto el análisis de Karl Marx sigue siendo decisivo: en las sociedades capitalistas existe un desequilibrio estructural fundamental que enfrenta a los trabajadores libres (o sea aquellos que se ven obligados a vender su fuerza de trabajo) y los capitalistas (o sea aquellos capaces de comprar y organizar el trabajo) que, como grupo, imponen un orden social en su beneficio. Es solo dentro de esta diferencia estructural, en el marco de la cual los asalariados deben aceptar en sus horas de trabajo las directivas de los capitalistas, que pueden ser negociadas ciertas dimensiones.
Sin embargo, esta dimensión estructural por condicionante que sea opera en medio de una vida social marcada por una elasticidad irreductible y en donde las hetero-acciones son siempre posibles. Esta realidad da cuenta, como lo veremos en tantos capítulos, de los esfuerzos reiterados por proponer representaciones totalizadoras del orden social (de su eficacia, de su solidez) y la permanencia de tantas acciones heterogéneas. Como lo iremos viendo, el gobierno de los individuos no es nunca sistemático (si por esto se entiende la imposición sin desmayo de una lógica dominante), pero es siempre estructural, esto es, basado en condicionamientos diferenciales. El gobierno de los individuos se ejerce siempre en una vida social elástica, lo que invita a tomar distancia tanto de la tesis de una ideología o de un actor todopoderoso como de la tesis de actores comprometidos en la resistencia o en la revuelta, en favor de un conjunto de experiencias ordinarias de encuadre en donde la iniciativa irreductible de los individuos se desarrolla, con márgenes muy distintos, en medio del gobierno de los individuos y sin necesariamente la voluntad de revertirlo. Entre la imposición y la resistencia, existe un espacio irreductible para todo un conjunto heterogéneo de experiencias y acciones. El gobierno de los individuos navega entre grandes representaciones totalizantes y una multitud irreductible de acciones heterogéneas. Es la cohabitación ordinaria entre ambas lo que define el sempiterno problema del gobierno de los individuos.
IV. Gobernar en un mundo social elástico
Regresemos a la afirmación de La Boétie: nunca es fácil obligar o engañar a los individuos. Por un lado, a pesar de los esfuerzos sistemáticos por imponer representaciones unívocas en la realidad, la vida social está constantemente atravesada por una diversidad de visiones antagónicas y de acciones heterogéneas. Por el otro lado, a pesar de los esfuerzos permanentes por coaccionar a los individuos, los controles jamás operan de manera inmediata y