Sin embargo, las personas migradas no solo se insertan en un marco de desarrollo urbano, es decir, en un determinado funcionamiento de mercados de la vivienda y en geografías de oportunidades desigualmente distribuidas, sino también son actores que producen cambios en ellas. En virtud de su masividad y prácticas cotidianas, la migración genera nuevas dinámicas laborales y mercados de vivienda, construye y disputa espacios públicos, así como cambian la provisión de servicios e infraestructuras (Imilan, Márquez, y Stefoni, 2016). La transformación de la ciudad es visible en la revitalización de barrios, la activación de una oferta habitacional formal e informal, la generación de nuevas actividades económicas y con ello nuevas prácticas de consumo. La capacidad de transformación de las personas migradas no se encuentra solo constreñida por las tremendas desigualdades territoriales, sino también por condiciones interseccionales que afectan de forma desigual en términos de estatus legal de ciudadanía, el género, el nivel educacional, el origen étnico y racial, que configuran diversas situaciones de vulnerabilidad y exclusión que afectan de forma diferenciada.
El estudio de las condiciones de acceso a la ciudad y transformación urbana es un campo que ha tomado creciente atención en los últimos años. El objetivo del presente capítulo es reseñar cómo este campo ha tomado forma y compartir reflexiones y análisis que emergen de él. En especial, observar la forma en que se analiza el impacto que ejerce el modelo de desarrollo urbano sobre las personas migradas, a la vez que identificar cómo ellas transforman la ciudad tanto en lo habitacional como en espacios públicos cotidianos. Nos parece importante resaltar esta doble dimensión, en cuanto las perspectivas estructurales del desarrollo urbano generan condiciones específicas a colectivos particulares, así como la capacidad de agencia de las personas migradas, que tiende a ser menos visibilizada en la urgencia y necesidad de tomar atención sobre la vulnerabilidad y exclusión que ejercen las políticas públicas, el mercado y la sociedad de acogida en general.
Con el fin de compartir una mirada amplia sobre el estudio de la relación entre migración y ciudades metropolitanas, reseñamos en una primera sección la tradición de sociología urbana que vincula procesos migratorios internacionales con teoría urbana. Presentamos allí el trabajo de la Escuela de Chicago de sociología, que ha tenido una persistente influencia en la forma en que se estudian colectivos migrantes, su vida cotidiana en la ciudad y transformación en dinámicas de desarrollo urbano. El segundo apartado se concentra en el concepto de centralidad y economías étnicas que se suelen usar como telón de fondo para problematizar la inserción económica en la ciudad. Ambas secciones las hemos agrupado como perspectivas teóricas. Los siguientes apartados abordan análisis de Santiago, para lo cual hemos revisado un conjunto de trabajos realizados en la última década que describen e informan de debates relacionados con el acceso a vivienda y condiciones de habitabilidad, la transformación de espacios públicos y convivencia a partir de estilos de vida y prácticas laborales junto con la transformación y revitalización de barrios de la ciudad.
Como todo intento de síntesis de trabajos académicos, trabajamos con un conjunto parcial de estudios y publicaciones, atendiendo específicamente las reflexiones que intentan problematizar la migración en un contexto metropolitano y que dialogan explícitamente con dimensiones espaciales. Básicamente se trata de trabajos desde perspectivas disciplinarias como la sociología, antropología, geografía, urbanismo y arquitectura, en una creciente relación interdisciplinaria. Este conjunto de reflexiones empieza a consolidar un campo de trabajo en los estudios de migración, a la vez que está aportando a los debates más amplios en los estudios urbanos sobre Santiago.
2. Perspectivas teóricas
2.1. Escuela de Chicago
Chicago fue la primera «gran ciudad» de Estados Unidos. A comienzos del siglo XX experimentó un crecimiento explosivo inédito. La ciudad pasó de 30.000 habitantes en 1850 a 3.337.000 en 1930. Los barrios cambiaban a diario a un ritmo incesante; la ciudad se extendía y se densificaba, se hacía inabarcablemente compleja. La ciudad fue una puerta de entrada para millones de migrantes desde Europa y Asia. Muchos seguían camino y otros se asentaron. Según Lindner (1990), Chicago encarnó, junto a Nueva York, la «gran ciudad americana», producto de la innovación urbana y la convivencia de poblaciones de diversos orígenes. El mundo se hacía presente en la ciudad en un proceso de transformación cotidiano.
En este contexto, no resulta extraño que académicos de la Universidad de Chicago tomen atención sobre el desarrollo de esta nueva sociedad urbana. En particular, la preocupación académica se centra en el potencial conflicto social que puede surgir como efecto del acelerado proceso de urbanización que imbrica a grupos migrados diversos. Durante la década del 1910, el director de la Escuela de Sociología, Thomas, junto a Znaniecki publican The Polish Peaseant in Europe and America (1918/20), que inicia un programa de investigación que se extiende por dos décadas.
El trabajo de esta Escuela, que agrupa sólo a investigadores hombres blancos y algunos migrantes de primera generación, funda un tipo de investigación sociológica empírica, de carácter etnográfico, que ejercerá una influencia sostenida hasta la actualidad más allá de Estados Unidos en el estudio de las migraciones en espacios urbanos. Por una parte, establece estrategias metodológicas nuevas, pero también propone un modelo teórico que vincula el desarrollo urbano a los procesos de integración de la población migrada. Según Hannerz (1996), el trabajo de la Escuela le debe mucho a la dirección de Robert E. Park, que logró vincular dos niveles de observación: uno macro y otro micro. En otras palabras, uno originado desde un orden teórico y otro desde uno experimental.
a) Desde la vida cotidiana en los barrios
El trabajo de Thomas y Znaniecki utiliza documentos personales, como diarios de vida, cartas y autobiografías entre otros, todos materiales inéditos en la investigación sociológica de ese entonces, que era más bien de tipo filosófica especulativa –o llamada también sociología de biblioteca– que de un carácter empirista. La llegada de Robert E. Park a la dirección en 1920 marca el inicio de un prolífico trabajo que pone énfasis en capturar la vida cotidiana de diversos colectivos, algunos conformados por connacionales migrados y otros no, pero en las cuales la dinámica de la migración siempre está presente. Esta actitud metodológica permitió el desarrollo de un «paradigma de observación» (Lindner, 2004). La marca metodológica distintiva de la Escuela de Chicago resulta en un «arte de observar» (Lindner, 2004, p. 24) que dispone al investigador social a abandonar el gabinete y salir a explorar el «mundo real», una actitud guiada por los mandatos de «visitar los barrios», «imbuirse en las sensaciones» y «tomar contacto con la gente» (p.24.). En definitiva, se inventa la etnografía urbana. La inspiración etnográfica de Park se basa en el trabajo de la naciente antropología norteamericana, con su clásico ensayo The City. Suggestions for the Investigation of Human Behavior in the City Environment, publicado en 1925, donde afirma:
Los métodos de la observación que etnólogos como Boas y Lowie han desarrollado en la investigación de la vida y las costumbres de los indios norteamericanos, se podrían utilizar para investigar las necesidades, las creencias, las prácticas sociales y en general las formas de vida en «la pequeña Italia» (Little Italy) o en el Lower North Side, o bien para caracterizar las refinadas formas de vida de los habitantes de Greenwich Village o del vecindario en torno a la Washington Square en New York (1984, p. 3).
Un concepto que guía el trabajo de la Escuela es que la ciudad está compuesta por un «mosaico de culturas». La ciudad,