Las costumbres sociales mantienen a las personas, hasta cierto punto, en límites morales que las obligan a pagar tributo a la verdad apareciendo como buenos, séanlo o no. Estas costumbres son de tal naturaleza, que todas las ha de superar, trascendiendo sus limitaciones, en el esfuerzo que acompaña al desenvolvimiento del Chela. El vicio reviste su más seductora forma y las tentadoras pasiones atraen el inexperto chela hacia las profundidades de la degradación psíquica. No se parece su posición a la pintada por un gran artista en que Satanás juega al ajedrez con un hombre cuya alma ha ganado, pero que tiene al lado al ángel guardián para ayudarlo en sus consejos. En nuestro caso, la lucha se entabla entre la voluntad del Chela y su naturaleza carnal, y el Karma prohíbe e impide que ni ángel ni guru alguno intervengan hasta conocer el resultado. Bullver Lytton ha idealizado este hecho en su Zanoni, obra que siempre tendrán en estima los ocultistas. En su “Extraña Historia” ha mostrado, con no menor relieve, el aspecto negro de las investigaciones ocultas y sus mortales peligros. Un Mahatma definió el proceso de formación de los Chelas diciendo: “es un disolvente psíquico que consume todas las escorias y solo deja el oro puro”.
Si el candidato tiene latente la pasión por el dinero, la baja política, el escepticismo materialista, la ostentación, la mentira, la crueldad, o por concupiscencia de cualquier otra especie, crecerá el germen poco a poco; sucediendo lo mismo con las cualidades nobles de la naturaleza humana. Se revela el hombre real .
¿No sería, pues, el colmo de la locura abandonar el llano sendero de la vida a ras de tierra, para escalar las escarpadas rocas del chelado, si no está razonablemente seguro de poseer en sí mismo la conveniente vestidura? Dice bien la Biblia: “El que está de pie tenga cuidado de no caer”, texto que los aspirantes a Chelas deben considerar antes de arrojarse de cabeza a la pelea. Algunos de nuestros Chelas hubieran hecho bien en reflexionar más de una vez antes de arrostrar las pruebas.
Recordamos varios deplorables fracasos ocurridos en el último año. En un caso, el aspirante perdió el juicio retractándose de los nobles sentimientos que acababa de profesar algunos días antes, e ingresando como miembro de una religión cuya falsedad había demostrado con profundo desdén e irrebatibles argumentos. Otro, cometió un abuso de confianza y desapareció con los fondos de su patrón, que también era teósofo. Un tercero se entregó al más desenfrenado libertinaje, confesándolo al gurú que había escogido, con inútiles lágrimas y suspiros. Un cuarto se unió con una persona de distinto sexo, rompiendo con sus más sinceros y queridos amigos. Otro mostró signos de aberración mental y fue acusado ante los tribunales por su vergonzosa conducta. Un sexto, se levantó la tapa de los sesos para escapar a las consecuencias de un acto criminal a punto de ser descubierto; y aún podríamos continuar la lista. Todos eran, en apariencia, sinceros investigadores de la verdad, y pasaban en el mundo por personas respetables. En apariencia eran dignos de ser elegidos como candidatos al chelado, pero por dentro todo era podredumbre y sepulcros blanqueados. El mundano barniz era bastante espeso para ocultar la ausencia del verdadero oro, y al obrar el disolvente mostró al candidato en cada caso que sólo era una dorada estatua de escorias morales, desde la epidermis al corazón.
En todo cuanto antecede, sólo nos hemos ocupado de los Chelas laicos que fracasaron, pero también algunos obtuvieron éxito y se hallan en camino de pasar gradualmente a través de las primeras fases de su prueba, haciéndose algunos útiles a la Sociedad Teosófica y al mundo en general, por sus buenos ejemplos y enseñanzas. Si perseveran, tanto mejor para ellos y para nosotros; los asaltos contra ellos son terribles, pero después de todo “nada hay imposible para quien quiere”.
Jamás serán menores las dificultades para el Chela, a menos que cambiara la naturaleza humana y evolucionara un nuevo orden de cosas. San Pablo puede que aluda al chelado cuando dice: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido a sujeción del pecado. Porque lo que hago no lo entiendo, ni lo que quiero hago; antes, lo que aborrezco, aquello hago”. (Romanos 7–15). Y el sabio Keratarjurinjam de Bharavi ha escrito: “Los enemigos difíciles de vencer (las malas pasiones) que se levantan en el cuerpo, deben ser virilmente combatidos. ¡Aquel que los venza se iguala al conquistador de los mundos!”
Mahatmas y Chelas
Un Mahâtmâ es un personaje que mediante una preparación y educación especial, ha desarrollado aquellas facultades superiores y ha alcanzado aquel conocimiento espiritual que la humanidad común adquirirá después de pasar a través de innumerables series de reencarnaciones durante el proceso de evolución cósmica, siempre que, como es natural, no vaya durante ellas en contra de los fines de la Naturaleza y cause su propia aniquilación. Este proceso de autoevolución de los Mahâtmâs se extiende sobre un cierto número de “encarnaciones”, aunque, comparativamente hablando, son muy pocas. Pero, ¿qué es lo que encarna? La Doctrina Secreta, hasta donde ha sido revelada, muestra que los tres primeros principios mueren más o menos con la llamada muerte física. El cuarto principio, junto con las partes inferiores del quinto donde residen las tendencias animales, tiene a Kâma–loka por morada, donde sufre la agonía de la desintegración en forma proporcional a la intensidad de los deseos inferiores; mientras que es el Manas superior, el hombre puro, el que está asociado con los principios sexto y séptimo, quien entra en el Devachan para disfrutar ahí los efectos de su buen Karma, y reencarnar después en una individualidad superior. Ahora bien, una entidad que está pasando por la instrucción oculta en sus sucesivos nacimientos, en cada encarnación tiene gradualmente cada vez menos de ese Manas inferior, hasta que llega el momento en que todo su Manas, siendo de carácter totalmente elevado, está centrado en su individualidad superior, es entonces cuando puede decirse que tal persona se ha convertido en un Mahâtmâ. En el momento de su muerte física perecen los cuatro principios inferiores sin ningún sufrimiento, pues estos son para él, de hecho, como un adorno superficial que se quita o se pone a voluntad. El verdadero Mahâtmâ no es entonces su cuerpo físico, sino ese Manas superior que está inseparablemente unido a Âtmâ y a su vehículo (el sexto principio), una unión efectuada por él en un período comparativamente muy corto, debido a que sigue el proceso de autoevolución establecido por la Filosofía Oculta. Por eso, cuando la gente expresa el deseo de “ver a un Mahâtmâ”, realmente no parecen entender que es lo que piden.
¿Cómo pueden esperar ver con sus ojos físicos lo que trasciende a la vista? ¿Es el cuerpo —una mera cáscara o máscara— lo que imploran ver y tras lo que van? Y suponiendo que ven el cuerpo de un Mahâtmâ, ¿cómo pueden saber que tras esa máscara hay oculta una entidad elevada? ¿Bajo qué criterios van a juzgar si Mâyâ refleja ante ellos la imagen de un verdadero Mahâtmâ? ¿Y quién puede decir que lo físico no es Mâyâ? Las cosas elevadas pueden ser percibidas sólo mediante un sentido relacionado con esas cosas elevadas; por tanto, quien desee ver a un verdadero Mahâtmâ deberá usar entonces su vista intelectual. Deberá elevar su Manas de tal manera que su percepción sea clara y todas las neblinas creadas por Mâyâ sean dispersadas. Su visión será entonces brillante y podrá ver a los Mahâtmâs dondequiera que esté; pues estando fusionados el sexto y el séptimo principio que son ubicuos y omnipresentes, puede decirse que los Mahâtmâs están en todas partes. Esto sería como encontrarnos en la cima de una