7. Indiferente calma, pero a la vez justa apreciación de todo lo que constituye el mundo objetivo y transitorio y sus relaciones con las regiones invisibles.
Tales deben ser las cualidades esenciales del que aspire a ser un Chela perfecto. Invariablemente se ha insistido en cada uno de estos puntos con excepción del primero, que puede ser modificado en raras y excepcionales ocasiones. El Chela debe haber desarrollado, en mayor o menor grado, todas estas cualidades en su naturaleza íntima, por “sus propios esfuerzos y sin ayuda ninguna”, antes de ser “puesto a prueba”.
Cuando el asceta en vía de espontáneo desarrollo, bien en el seno de la actividad mundana o bien fuera de ella, según su natural aptitud, se ha adueñado y elevado por encima de: a) el cuerpo, sharira; b) los sentidos, indriya; c) el dolor, dukkha; cuando esté presto a ser uno con Manas, su mental, Buddhi, la inteligencia espiritual y Âtma, el Alma Suprema, el Espíritu; cuando esté dispuesto, en fin, a reconocer en Âtma el absoluto Gobernador del mundo de las percepciones, y la Voluntad como poder ejecutivo o suprema energía, puede entonces, siguiendo las reglas consagradas por el tiempo, ser admitido por un iniciado e introducido en el misterioso sendero. A su término se obtiene el infalible discernimiento del “fruto de las causas producidas” (Phala), y los medios de alcanzar Apavarga, emancipación de la miseria de renovados renacimientos (Pretyabhava), en cuya determinación no se escucha al ignorante.
Desde el advenimiento de la Sociedad Teosófica, una de cuyas difíciles tareas es despertar en el espíritu ario la dormida memoria de la existencia de esta ciencia y de las trascendentales facultades del hombre, han sido ligeramente relajadas, con ciertas miras, las reglas de selección de los Chelas. Varios miembros de la Sociedad, que de otro modo no habrían sido llamados a ser Chelas, por medio de pruebas practicadas han formado convicción sobre los puntos precedentes, pensando, con bastante razón, que toda vez que otros habían alcanzado la meta, también ellos podrían alcanzarla aprovechándose de sus naturales disposiciones y siguiendo el mismo camino, solicitaron impacientemente el favor de ser aceptados como candidatos. Como quiera que rehusarles la ocasión de, a lo menos, comenzar, hubiera sido intervenir en su karma, se les otorgó permiso. Los resultados hasta el presente han sido poco animadores, y para mostrarles las causas de su fracaso, así como para impedir que otros se precipitaran imprudentemente en semejante destino, se ha dado orden de escribir el presente articulo.
Aunque bien advertidos por adelantado, los candidatos en cuestión del peligro padecieron el error y tuvieron el egoísmo de perder de vista su pasado, mirando sólo hacia el porvenir. Olvidaron que no habían hecho nada para merecer el raro honor de ser elegidos, nada que pudiera darles ni el derecho de esperar tal privilegio y que no podían prevalerse de alguna de las cualidades antes enumeradas.
Gente de un mundo egoísta y sensual, casados o célibes, comerciantes, empleados, militares o profesionales, se habían formado en un ambiente del todo propio para asimilarse la naturaleza animal, en vez de desarrollar sus potenciales facultades espirituales. Todos y cada uno tuvieron bastante vanidad para suponer que en ellos se haría una excepción en la ley por siglos imperante, como si en su persona hubiera nacido al mundo un nuevo Avatar. Todos esperaban que se les enseñaran las cosas ocultas y se les concedieran poderes extraordinarios porque habían ingresado en la Sociedad Teosófica. Debemos hacer justicia diciendo que algunos estaban sinceramente resueltos a enmendar su vida abandonando sus malos hábitos.
Al principio todos fueron rehusados, empezando por el mismo presidente de la Sociedad, el señor Olcott, quien no fue formalmente aceptado como Chela hasta haber sido puesto a prueba durante más de un año de devotos trabajos y de una determinación que no podía rechazarse, pues envolvía seguridad de propósito. Llovieron entonces quejas de todas partes, así de los indos, que debieron estar más advertidos, como de los europeos, que no estaban en favorables condiciones para conocer lo relativo a las reglas vigentes.
Era el clamor general que no podría subsistir la Sociedad Teosófica a menos que se diera ocasión de probar algunos de sus miembros. Dando al olvido todos los nobles y generales objetivos de nuestro programa; las obligaciones del hombre hacía sus prójimos y hacia su país; su deber de iluminar, animar y elevar a los más débiles o menos favorecidos, todo ello fue ciegamente hollado en un insensato impulso hacia el Adeptado. Por todas partes se oía el grito: “fenómenos”, “fenómenos”, y estorbados los fundadores en su seria labor, se les importunaba y hostigaba para que intercedieran cerca de los Mahatmas, contra quienes iba el agravio, si bien eran sus pobres mandatarios los que recibían los golpes. Las autoridades superiores acordaron que se accediera a las peticiones de algunos de los más insistentes candidatos.
El resultado de la experiencia prueba mucho mejor que los más extensos discursos lo que es un Chela, y cuales son las consecuencias del egoísmo y de la temeridad. A todos los candidatos se les advirtió que deberían, en todo caso, esperar algunos años antes que se comprobara su aptitud y que deberían pasar por una serie de pruebas que sacarían a plena luz todo lo que en cada uno hubiera, tanto de malo como de bueno. Siendo casi todos casados, fueron designados con el nombre de Chelas laicos, término nuevo en lenguas occidentales, pero que durante largo tiempo tuvo su equivalente en las asiáticas. Chela laico es simplemente un hombre de mundo que afirma su deseo de adquirir sabiduría en las cosas espirituales, y virtualmente lo es todo miembro de la Sociedad Teosófica que ha suscripto el segundo objeto de los tres declarados en nuestros Estatutos. Sin pertenecer al número de los verdaderos Chelas, puede llegar a serlo porque ha franqueado la frontera que lo separa de los Mahatmas, y se ha colocado, por así decirlo, al alcance de sus observaciones. Entrando en la Sociedad y prometiendo ayudarla en su obra se obliga, hasta cierto punto, a obrar concertadamente con los Mahatmas por cuyo mandato fue instituida la S.T., y bajo cuya protección permanece condicionalmente. Así, ingresar en la Sociedad equivale a serles presentado; lo demás depende absolutamente del mismo miembro. En vano esperará aprovecharse ni un solo ápice del favor de uno de nuestros Mahatmas, o de cualquier otro Mahatma del mundo que consienta darse a conocer, si tal favor no ha sido plenamente ganado por su mérito personal. Los Mahatmas son los servidores, no los árbitros de la ley del Karma.
La admisión de un individuo como Chela laico no le confiere otro privilegio que el de trabajar en su desenvolvimiento bajo la observación de un Maestro, y bien vea o no a éste, no hay la menor diferencia en el resultado, porque sus buenos pensamientos palabras o acciones producirán sus frutos, así como los malos acarrearán los suyos. Envanecerse y hacer ostentación del título de Chela laico es el más seguro medio de reducirlo a un nombre sin sentido en las relaciones con el gurú, porque es una prueba manifiesta de vanidad e ineptitud para progresar. Hace ya muchos años que por todas partes enseñamos esta máxima: “merecer primero, después desear” la intimidad con los Mahatmas.
Obra al presente en la naturaleza una ley terrible e inalterable, cuya actuación explica el aparente misterio de elección de ciertos Chelas que han llegado a ser triste muestra de moralidad durante los últimos años.
Puede que el lector recuerde este antiguo proverbio: “No toques al perro que duerme”. Contiene un gran significado oculto. Ninguna persona, hombre o mujer, conoce su fuerza moral antes de haberla ensayado; son miles los que el mundo disputa por muy dignos y respetables porque jamás fueron sometidos a prueba. Esta es, sin duda, una vulgar verdad, pero con adecuada aplicación al caso presente.
Al emprender uno el camino de Chela, despierta a latigazos todas las dormidas pasiones de su naturaleza animal. Comienza un terrible combate con enemigos que no piden ni dan cuartel. De una vez para siempre se trata de ser o no ser; vencer, es el adeptado; sucumbir, es un innoble martirio, porque fracasar víctima del orgullo, la lujuria, la avaricia, la vanidad, el egoísmo o cualquier otro sentimiento es, en efecto, innoble a los ojos de todo hombre digno de su hombría. El Chela no solo ha de afrontar todas las malas inclinaciones o latentes en su naturaleza, sino también la velocidad adquirida por las fuerzas siniestras acumuladas por la comunidad o la nación de que forma parte, porque él es